16/10/2014

Transformación radical del mapa de medios español

El rugido de la manada de bisontes

Escrito por Fernando González Urbaneja

En un par de años, el mapa de medios español será muy distinto. Las mismas cabeceras, quizá alguna menos, pero con distinta alineación, que abrirá huecos a nuevos actores. Aunque el estado general del sector es de desolación, no está agotado y tiene futuro: tantea un nuevo modelo más ambicioso, que va a ofrecer oportunidades al periodismo y a los periodistas.

FERNANDO GONZÁLEZ URBANEJA*

El panorama de las empresas de medios de comunicación en España vive ahora al borde de una transformación radical. En un plazo corto de tiempo, entre uno y dos años, el mapa será muy distinto. Las mismas cabeceras, quizá alguna menos, pero con distinta alineación, que abrirá oportunidades a nuevos actores. El efecto del cambio se asemeja al paso de una manada de bisontes por aparentemente ordenados campos de cultivo, queda poco en pie, hay que volver a empezar a construir y a cultivar. Poco quedará como estaba, las viejas cabeceras tendrán nuevos capitanes y surgirán huecos para nuevos protagonistas. Cambios tan profundos o más que los que conoció el mapa español de los medios a mediados de los años 70, cuando llegó la libertad plena y el cambio de régimen.

En este trance, el estado general del sector es de desolación: las cuentas de resultados no dan lo suficiente; los balances están muy averiados; los jefes (editores y directores), desconcertados, y la tropa (los periodistas), atormentada, desmoralizada. Con los mimbres actuales no hay cesto, pero el sector es prometedor, tiene futuro, clientes potenciales, demanda insatisfecha y ansiosa de una oferta con valor; las nuevas tecnologías ensanchan las fronteras, emergen nuevos productos por definir, diferenciar y vender. No es un sector en retirada, no está agotado, ni declinante, aunque a algunos nostálgicos se lo parezca; por el contrario, tantea un nuevo modelo más ambicioso, que va a ofrecer oportunidades al periodismo y a los periodistas.

Luis Palacio dibuja en su artículo el mapa, la foto fija del sector, los números fundamentales y los protagonistas. Advierte de la concentración en torno a ocho grupos privados: cuatro cotizados en la bolsa española (Mediaset, Atresmedia, Prisa y Vocento) –de los cuales, solo el primero cuenta en el IBEX 35–, la filial de una cotizada en Milán (Unidad Editorial) y tres grupos familiares (Vanguardia-Godó, Zeta-Asensio y Prensa Ibérica-Moll). La mayor parte está en trance de transformación profunda e inminente. Vamos a conocer concentraciones, escisiones, ventas totales o parciales, quitas, reestructuraciones y alguna defunción. Lo nuevo asoma, aún de forma incipiente, y lo viejo desaparece, más deprisa.

Hay varias fuerzas presionando para el cambio desde hace años. La primera es la tecnología, que está cambiando la naturaleza y el alcance del negocio, en lo escrito y en lo audiovisual. Internet cambia los modelos, los procedimientos, los soportes (además de añadir otro soporte poderoso), aunque el paradigma profesional sigue siendo el mismo: contar y explicar la actualidad, respetando la verdad, mediante relatos interesantes, proporcionando oportunidades a voces que merecen ser tenidas en cuenta y con rigurosa distancia al morbo y a la extravagancia. El mandato es permanente, pero tendrá que ser de otra manera, que multiplica las oportunidades y divide los costes, un cero más a un lado y un cero menos al otro. Tanto la prensa de papel, tradicional prescriptora del criterio editorial, como la televisión, gratuita, masiva, ligera pero poderosa, viven un proceso acelerado de cambio por el efecto de internet, que no es elegible y se impone de forma abrumadora.

El debate sobre el falso dilema de diarios de papel o digitales es absurdo, estéril; ambas fórmulas tienen futuro si aciertan a ganárselo. La irritación actual de las televisiones privadas con el Gobierno por la pérdida de unos canales mal otorgados también es bastante banal, porque las amenazas y oportunidades de la televisión nacen del uso de las nuevas tecnologías que van a chatarrear las concesiones. Las dichosas licencias son escenarios del pasado, un tanto tenebrosos, ya que el tráfico de licencias entre Gobiernos (todos los Gobiernos) y empresarios audiovisuales (todos ellos) está preñada de parcialidades, abusos, compromisos grises y negros, que forman parte del problema y están en la raíz de la crisis actual del periodismo profesional.

Extraviados en esos debates, los periodistas han visto cómo durante los últimos cinco años expedientes de regulación de empleo, ajustes, reajustes, cierres, despidos incentivados (forzosos o voluntarios) han hecho desaparecer un tercio de los empleos, han precarizado otro tercio y han empeorado las condiciones de trabajo del último tercio. Es muy probable que la mayor parte de los convenios colectivos de los grandes medios, que estaban en vigor a finales del ciclo alcista, fueran insostenibles. Hubo quien advirtió de ello cuando se pudieron introducir cambios prudentes e inteligentes para defender el empleo y la estabilidad, pero optaron por mantener la posición y mirar a otro lado. El coste de esa miopía ha sido alto. Al otro lado, el de los editores y los gestores contratados ad hoc, muchos de ellos aficionados que desconocían la naturaleza del negocio, también han trabajado para el desastre con recortes de costes mal planteados y peor orientados y con una pésima visión del negocio y del sector. Han dejado poco margen para hacerlo peor.

El error en la asignación de recursos es, probablemente, el error capital de este proceso de crisis acentuada

Si la suma de recursos dedicados a destruir a lo largo de los últimos seis años –indemnizaciones, bonus y demás figuras– se hubiera dedicado a construir, a seguir en el negocio, a innovar, a captar talento, a añadir valor, hubiera dado, sin duda alguna, muchos mejores resultados. El error en la asignación de recursos es, probablemente, el error capital de todo este proceso de crisis acentuada.

Los errores fundamentales que sufren las grandes empresas de medios tienen dos orígenes, que tienen que ver con la asignación de recursos: primero, una diversificación mal planteada, la obsesión por el multimedia que llevó a las empresas editoras a compras a precios disparatados y a nuevas aventuras para las que no estaban capacitados. Y segundo, unos endeudamientos excesivos que han desequilibrado los balances hasta llevarles a la insolvencia. Y para completar el desastre, los sucesivos Gobiernos han intervenido en el sector con el tráfico de las licencias audiovisuales y con favores más o menos subterráneos teñidos siempre de tráfico de influencias, con todo lo que comporta de ineficiencia.

Algunos ejemplos al alcance de cualquier observador. La creación el año 1996 de Vía Digital por Telefónica, inspirada y alentada por el Gobierno Aznar con objetivos políticos partidistas, conspirando contra el competidor (Canal Plus), concluyó con un fracaso rotundo, y una pírrica victoria del competidor. La compra de Vía Digital por Prisa y la posterior opa para controlar el 100 % con objeto de fusionar las dos plataformas forzaron un endeudamiento de casi 3.000 millones de euros, que ha conducido al desastre del que era el primer grupo editorial español, con decepcionante sacrificio de su independencia. El error fue de los gestores, no hay excusa.

Otro tanto sirve para la expansión y las adquisiciones que grupos como Vocento, Unidad Editorial o Zeta protagonizaron durante los diez últimos años, que supusieron endeudamientos insoportables en unos casos y, en otros, cuentas de resultados negativas que han complicado la solvencia y la independencia. Sin perder de vista la disparatada pelea por los derechos de emisión de la liga de fútbol, con una desenfrenada carrera de gasto que ha tenido dos beneficiados: los jugadores estrella y el fisco, si es que llega a cobrar los impuestos devengados. Y muchos perjudicados, empezando por el periodismo.

Recomponer los desastres exige ahora reestructurar todos los grupos, desendeudarles, dotarles de nuevos propietarios y de gestores prudentes y competentes; también devolver el protagonismo al periodismo profesional, recomponer las redacciones, que recuperen la preocupación por el cliente y el objetivo del negocio.

Requiere también que los Gobiernos vuelvan a sus cuarteles, que no se entrometan en los medios. Estos deben ser su conciencia y no su patio de juegos e intrigas. Desde los Gobiernos dicen que se entrometen porque se lo piden los editores. No les falta razón, pero de los políticos cabe esperar que tengan en cuenta que entrometerse en los medios complica en vez de arreglar. Cuando alientan y ayudan a unos para comprar a otros, solo están trenzando tramas de intereses confusos que llevan a algunos a ganar mucho dinero a costa de arruinar el sector y el periodismo.

No es posible una democracia responsable sin un conjunto de medios informativos independientes y críticos. No es una hipótesis discutible, sino una condición necesaria. Por ello, la sabia primera enmienda de la Constitución de los Estados Unidos dice que la libertad de información, los medios, el periodismo no es materia legislable, no debe ser objeto de intervención gubernamental. Pero esa página se la saltaron buena parte de los políticos españoles, no repararon en su contenido y se meten donde no están llamados.

El argumento de los Gobiernos siempre es partidista, aunque disimulen; actúan para mejorar expectativas electorales, para ganar voces y propaganda. No está demostrado que la acumulación de medios a favor de una opción partidista lleve a ganar votos. Pero sí está demostrado que el periodismo partidista no tendrá futuro, al margen de la polarización ideológica que lleva a los medios al espectáculo y el adoctrinamiento, los cuales están alejados del periodismo y no contribuyen ni al pluralismo, ni a la convivencia, ni a la libertad, ni a la tolerancia, ni a entender la realidad, ni al progreso.

Lo que está por llegar es una recomposición del mapa. El primer movimiento relevante –por sus consecuencias financieras y por el enfoque estratégico– ha sido el de Telefónica, adquiriendo la principal televisión de pago española por cuanto interesa a su negocio y a su futuro. Coloca la televisión en el nuevo espacio, que tiene menos que ver con el periodismo y es un medio informativo a ratos, pero también otro tipo de actividad y de negocio.

Luis Palacio no se refiere en su artículo a los medios públicos: Radio Televisión Española, las autonómicas y la Agencia Efe. Todos son importantes y necesitan una reestructuración que pasa por la gestión de costes, por nuevos recursos (especialmente en el caso de Efe) y por identificar su papel y función, que tiene que estar en la calidad y el servicio público y no en la audiencia. Es lamentable que las comisiones de control parlamentario de RTVE se dediquen a contar los minutos destinados a cada partido.

Las dos cadenas privadas generalistas, que han superado la crisis por su dominante posición publicitaria, la cual puede no ser sostenible, también tendrán que reestructurarse, incluso en sus estructuras accionariales. El futuro de Mediaset Italia no está claro y en el caso de Atresmedia también hay incógnitas. Pero también tienen pendiente definir el futuro: la televisión a la carta, los nuevos formatos…

En el panorama de la radio –un singular soporte de bajo coste, bastante influencia y buena rentabilidad, incluso en la crisis– puede haber cambios, aunque no son inevitables si los gestores aciertan a manejar el negocio. La radio no necesita ni grupos de apoyo, ni multimedia, vale con entender el negocio y administrarlo con prudencia. Internet ofrece posibilidades para ampliar el negocio y para la entrada de nuevos competidores que innoven.

La teoría de que sobran cabeceras no es inevitable

En los medios escritos es donde se deben producir cambios más profundos, con muchas hipótesis abiertas. La teoría de que sobran cabeceras no es inevitable. Depende de cómo se gestionen los costes y cómo se fijen objetivos. Caben muchas cabeceras según definan sus objetivos. Es muy costoso un servicio informativo universal, es decir, con cobertura internacional, política, deportiva, económica e, incluso, de las farmacias de guardia. Se ha debilitado la identidad cliente-proveedor, si bien eso no significa que los clientes no confíen en varios suministradores de información y análisis, aunque sea a ratos o según cuándo. Para las cabeceras, el reto de la fidelización es importante. Quien lo consiga vivirá más cómodo, pero con tensión perpetua, con el riesgo de defraudar expectativas.

De algo estoy seguro: el periodismo saldrá de la postración actual, encontrará nuevos cauces y ocasiones; algunas cabeceras van a sobrevivir y a transformarse, otras desaparecerán y nacerán nuevas con ambición y posibilidades. En el plazo de un par de años, el mapa será distinto, más rico y con oportunidades. La manada de bisontes está cerca y, una vez que pase, empezará la reconstrucción.