26/11/2019

Libertades de expresión e información, contra las cuerdas

Venezuela, periodismo de emergencia

Escrito por Florantonia Singer

En dos décadas, el chavismo ha puesto contra las cuerdas la libertad de expresión y el derecho a la información en Venezuela, como parte de un modelo autoritario que ha propiciado el cierre de medios críticos, la desaparición de dos tercios de los periódicos y la persecución y agresión de periodistas. En la precariedad de la crisis política, económica y social que vive el país, los esfuerzos por llenar los vacíos de información vital para la vida cotidiana y la toma de decisiones configuran un periodismo de emergencia.


FLORANTONIA SINGER*

Haciendo equilibrio en el estrecho pasillo de un autobús que rueda una mañana cualquiera por una avenida de Caracas, el equipo de El Bus TV comienza su emisión. Un marco de cartón que simula un televisor los pone en situación. Comienzan a leerse las noticias del día. Delante del televisor, en los asientos de los pasajeros, algunos comienzan a desconectarse los audífonos para escuchar, otros oyen sin mirar, muchos atienden. En la despedida, alguien da las gracias y hay quien aplaude.

Esta rutina se viene repitiendo desde hace dos años, cuando la iniciativa comenzó a rodar en Venezuela para hacer frente a la censura y a la desinformación. A una de sus fundadoras y directora, la periodista Laura Helena Castillo, le gusta decir que están volviendo al origen del periodismo, el del pregonero en la plaza, anunciando los acontecimientos más importantes. La comparación es acertada, pero trae inserta una paradoja. Incluso en los tiempos de la hiperconexión, la capa de desinformación puede hacerse muy espesa en sociedades como la venezolana, con una profunda y prolongada crisis política, social y económica, en la que se ha arrasado con derechos básicos, incluido el de estar informado.

El Bus TV surgió en 2017 en el marco del segundo, y más violento, ciclo de protestas antigubernamentales en Venezuela. “Era un contexto de mucha efervescencia política, que todavía la hay. En ese tiempo, casi cualquier actividad de calle que hicieras era considerada una protesta. Nos costó mucho luchar contra esa matriz de opinión. No éramos una protesta, somos un medio”, dice Castillo.

Este noticiero offline, que va y busca a sus espectadores, configura un perfil de audiencia que va creciendo en Venezuela con el deterioro de los servicios, la calidad de vida y la democracia. Es la que viaja en 14 rutas de autobuses en las ciudades de Caracas, Valencia y Mérida, donde se suben a diario los cerca de 50 reporteros de El Bus TV –en su mayoría, estudiantes de Periodismo–. Pero también es la gente que no posee teléfonos inteligentes, porque son costosos en una coyuntura de empobrecimiento; la que cada vez le cuesta más conectarse a internet, con la conectividad más lenta de América Latina; la que dejó de comprar periódicos nacionales o regionales, porque desaparecieron o porque la crisis los obligó a reducir ese gasto o porque se hizo inviable pagarlos con la escasez de billetes y dinero en efectivo que se vive; y la que en la radio y la televisión nacional, fuertemente controladas y censuradas por el Gobierno de Nicolás Maduro, no encuentra noticias, o no todas las noticias.

“Tienes muchas menos fuentes de información y la gente no se puede enterar ni de lo que ocurre en su comunidad. La desinformación lo abarca todo. Es sorprendente darse cuenta de que la gente no sabe algo que como periodista pudiste haber pasado dos días discutiendo. Se enteran más de lo que son las grandes noticias políticas, pero casi toda la radio es de línea oficial del Gobierno, hay cuatro estados del país donde no circula ningún periódico. La información local y ni hablar de las grandes investigaciones que están en los portales web especializados, que sufren bloqueos y ataques del Gobierno, llegan a un público muy reducido”, apunta Castillo.

Contexto, información de utilidad y de servicio, lo menos difundido en momentos como este

El esfuerzo que hace El Bus TV no es solo para llevar noticias, sino también para proveer contexto a los hechos, información de utilidad y de servicio, lo que menos suele difundirse en momentos como este de gran vértigo noticioso: “Tratamos de explicar cómo la crisis que vivimos actualmente es parte de un proceso que nos trajo hasta aquí”. En ese breve noticiero, en el que se narra un guion de apenas dos o tres páginas, lo logran.

“Durante las protestas, informamos del precio de las bombas lacrimógenas con las que el Gobierno estaba reprimiendo a los manifestantes, en comparación con el salario mínimo; y la gente quedaba sorprendida, porque se lo llevábamos a una escala digerible”, comenta Abril Mejías, periodista y cofundadora del medio junto con Castillo y Claudia Lizardo. Otras informaciones como el costo de los neumáticos, en alza indetenible en una economía altamente dependiente de la importación y en hiperinflación desde hace año y medio, buscan limar las asperezas entre sus principales escuchas: los conductores de los buses de transporte público, una actividad que en Venezuela está en manos de privados, y los pasajeros, que suelen quejarse del servicio deficiente que se presta. Entre lo que difunden también hay datos sobre organizaciones no gubernamentales que prestan ayuda gratuita, donan medicamentos o prestan servicios –“información cambia vida”, lo llama Castillo, propia del “periodismo de soluciones”–, divulgación sobre derechos, a través de alianzas como la que mantienen con Amnistía Internacional, y algo de pedagogía ciudadana.

La pregunta sobre si en una coyuntura más favorable para la libertad de prensa y expresión un medio como El Bus TV tendría cabida se bifurca en respuestas. Para Castillo, lo ideal hubiese sido no llegar al extremo al que se llegó en 2017, un cerco informativo que se ha agravado aún más, para que existiese la necesidad de llevarle la información de esta forma a la población. Sin embargo, matiza: “Esta es una iniciativa que puede ser exportable si se detectan las necesidades de las audiencias en otros contextos. En Estados Unidos, por ejemplo, hay enormes poblaciones desinformadas que creen cualquier cosa que le digan. Y esto también tiene que ver con la crisis de los valores del periodismo. Estamos en un momento en que hay que hacer grandes esfuerzos para producir contenidos, pero también para que la gente los consuma; por eso surgen medios como Pictoline o El Surtidor, o las newsletters o los boletines por WhatsApp”.

Mejías añade: “En Latinoamérica, el acceso a internet es todavía tan bajo que hay poblaciones completamente aisladas. En Colombia, Google habilitó un servicio para que los usuarios les puedan enviar preguntas a través de SMS en comunidades rurales que están muy desconectadas. En Caracas, plena capital de Venezuela, lamentablemente tenemos zonas así”.

Apagón informativo
Los recientes apagones que vivió Venezuela, una crisis eléctrica advertida por la prensa durante años de desinversión y corrupción en el manejo estatal de las infraestructuras, dejaron una postal, con filtro apocalíptico, que ilustra la situación de los medios y la precariedad informativa que se vive en Venezuela. Durante los más de cinco días del mes de marzo que el país pasó a oscuras, por una grave avería en la principal central hidroeléctrica, fue común ver decenas de coches estacionados en las autopistas, con las luces de emergencia encendidas y sus ocupantes concentrados en sus teléfonos celulares intentando conectarse.

Los buscadores de señal, que generaron embotellamientos y tráfico en las vías, eran también los buscadores de información. Aún con electricidad, en Venezuela, la gente se informa básicamente por las redes sociales, porque hacer zapping en los medios audiovisuales de la Venezuela en crisis con dos presidentes, la misma que acapara espacio en medios del exterior, es encontrarse con un país en el que no estuviera pasando nada. En los quioscos no hay periódicos, y los medios digitales, que han tomado el lugar de los tradicionales, también sufren bloqueos y censura.

Esta experiencia dejó al desnudo la vulnerabilidad del país ante un blackout informativo. Lo que es estar a ciegas, literalmente, sin tener las herramientas necesarias para tomar decisiones como ir al día siguiente al trabajo o llevar a los niños al colegio. De la crisis surgió un medio como ¿Qué está pasando?, creado por un grupo de periodistas, publicistas y diseñadores venezolanos que son parte de la masiva migración que ha empujado la crisis.

“Ante la falta de luz y los problemas de conectividad a internet, un resumen sencillo, bien diagramado, con informaciones verificadas y de medios confiables, y que fuese fácil de compartir, era la manera más práctica para informarse. Los días del apagón, mi mamá y mi tía estaban en el municipio Guacara, del estado Carabobo, y allí nunca tenían internet ni señal telefónica. Y todos los días viajaban a otro municipio, a Valencia, para agarrar algo de señal y que les llegaran los reportes para saber qué estaba pasando. Inicialmente, nuestro reporte lo difundíamos solo en formato imagen, pero esos días los lectores en las redes sociales nos pedían un formato de solo texto, pues a veces se les hacía difícil descargar la imagen por problemas con la señal del celular o la conexión a internet. Así que decidimos crear un blog para que la gente pudiera copiar allí el resumen en formato texto”, cuenta Gabriel Bastidas desde Buenos Aires, Argentina.

También crearon cuatro grupos de WhatsApp de 250 miembros cada uno, se abrieron una cuenta en Telegram con más de 12.000 suscriptores, su principal plataforma de difusión, y el blog suma ya 200.000 visitas. En los últimos dos meses, han realizado dos o más reportes diarios, dependiendo del flujo noticioso del día, con la idea de combatir la desinformación en un contexto político polarizado como el venezolano, en el que la propaganda y las noticias falsas son un arma más en el terreno. “Hay una línea editorial en nuestro resumen y tiene que ver con un deber que nos impone el Código de Ética del Periodista Venezolano, en su artículo 45, y es que ‘el periodista tiene el deber de combatir sin tregua a todo régimen que adultere o viole los principios de la democracia, la libertad, la igualdad y la justicia’”.

Esa línea los ha llevado a ser replicadores de la cruzada por la transición política que inició el diputado Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional, que se juramentó como presidente encargado en enero, en medio de la crisis institucional que desató Nicolás Maduro al asumir un segundo mandato basado en las elecciones fraudulentas del pasado 20 de mayo de 2018, en las que se bloqueó la participación de los principales partidos opositores y que no fueron reconocidas por la comunidad internacional.

Los reportes de ¿Qué está pasando? suelen contener los principales anuncios y pasos del dirigente político y parlamentario, que ha recurrido a las redes sociales y medios extranjeros para difundir sus mensajes, pues el cerco y la persecución contra la oposición venezolana ha hecho que lo veten en radios y televisoras nacionales e incluso en sus actos de masas se ha quedado sin equipos de sonido, porque el servicio de inteligencia de Maduro los ha confiscado y ha apresado a sus colaboradores. Todas son informaciones que pertenecen a la gran agenda nacional noticiosa, que aún así no llega a muchos; reportes que en estos días comenzaron a formar parte del kit de emergencia de los ciudadanos junto con las baterías y las velas.

Otra iniciativa periodística similar que surgió en los apagones es la de la periodista Nairobis Rodríguez, que vive en el estado Sucre, en el oriente del país, una de las cuatro regiones venezolanas más pobres del país, que en 2018 se quedó sin periódicos.

“Desde hace un tiempo, uso mis cuentas de Facebook y Twitter para informar a los usuarios en Cumaná (capital del estado Sucre) sobre las cosas que ocurren y que no se reflejan en los medios de comunicación. El acceso a la información en el estado Sucre es limitado. Tradicionalmente, los usuarios se informaban a través de la prensa escrita, que llegaba a todos los rincones del estado. Esa realidad cambió con la desaparición forzada de los cuatro periódicos que circulaban diariamente. Los dos últimos, Diario de Sucre y Diario Región, cerraron entre 2016 y 2018 por la imposibilidad de acceder a insumos básicos que controla el Gobierno a través del Complejo Editorial Alfredo Maneiro. Los canales nacionales llegan, pero la información que transmiten no está sincronizada con lo que ocurre diariamente en el estado. Existe un sesgo informativo que impide que la ciudadanía se informe de manera oportuna y los medios locales (TV y radio) tienen compromisos publicitarios y económicos con el Gobierno y, por ende, también hay sesgo político”, cuenta la periodista freelance.

Junto con ocho periodistas, mujeres todas, arman un boletín diario que difunden a través de sus contactos en WhatsApp y contiene información nacional y de la región que obtienen de fuentes (dirigentes comunitarios, autoridades) y colegas en el sitio. En esta localidad se registró hace unas semanas el naufragio de una embarcación con tres decenas de venezolanos que intentaban ingresar a Trinidad y Tobago. Esta noticia, de especial relevancia en medio de la crisis migratoria, poca o ninguna difusión ha tenido en los medios nacionales y, al respecto, el Gobierno de Nicolás Maduro no ha dicho nada. “Esto es un trabajo que hacemos de forma voluntaria, aportando cada una desde lo que sabe y lo que puede para ayudar a llenar espacios de desinformación. Nos gustaría pasar de enviar cadenas con tips informativos a hacer más y mejor periodismo, escribir historias; pero, por ahora, este es el aporte que podemos hacer en esta coyuntura”.

¿Cómo llegamos hasta acá?
El noticiero de El Bus TV termina cada emisión sobre ruedas con la frase “Seguiremos informando”. La coletilla es un guiño y un homenaje al cierre que utilizaba El Observador, el noticiero estelar que transmitía Radio Caracas Televisión, el primer canal de televisión abierta que existió en Venezuela y el de más audiencia, cuya licencia fue revocada en 2007 por Hugo Chávez, quien reiteradamente mostró su molestia con el medio por su línea crítica a su Gobierno.

La salida del aire de una cadena de más de 50 años de historia, la confiscación de sus equipos y el reemplazo de su señal por Tves, otro medio estatal en el cual diseminar la propaganda chavista, ha sido uno de los hitos de alarma en el quiebre de la libertad de expresión en Venezuela, con una tendencia de restricciones y ataques a la prensa registrada desde el comienzo de la llamada revolución bolivariana y que se ha agudizado en estas dos décadas, y con un preocupante agravamiento durante la era del sucesor de Chávez, Nicolás Maduro.

Desde 2002 hasta marzo de 2019, más de 3.300 violaciones a la libertad de prensa y expresión

El Instituto de Prensa y Sociedad de Venezuela ha contabilizado desde 2002 hasta el primer trimestre de este año más de 3.300 violaciones a la libertad de prensa y expresión. Censura, ataques a medios, cierre de 72 emisoras de radio, restricciones para el acceso a insumos para la industria gráfica, dificultades para el acceso a la información pública y las fuentes oficiales, demandas judiciales, bloqueo de medios electrónicos, compra de medios para cambiar la línea editorial (al menos 25, con casos emblemáticos como los de Últimas Noticias y El Mundo de la Cadena Capriles, El Universal y el canal de noticias Globovisión), agresiones físicas a periodistas durante coberturas, detenciones. El abanico de violaciones es amplio y da una idea de las condiciones en las que se ejerce el periodismo en este país. Gajes que no deberían ser de este oficio y empiezan a hacerse costumbre para los profesionales venezolanos.

Hace unos 15 años, cuando iniciaba mi carrera como becaria del periódico El Nacional –uno de los diarios y de las instituciones culturales más importantes del país, fundada por el escritor Miguel Otero Silva; una verdadera escuela de periodismo con 75 años de historia–, empecé a padecer la hostilidad de las autoridades para dar información y declaraciones. En ese momento ya habían cerrado la oficina de prensa del Ministerio de Interior, una instancia que históricamente reportaba semanalmente la cifra de homicidios en el país, hoy uno de los más violentos del mundo. Luego se dejaron de publicar las estadísticas epidemiológicas de enfermedades. Hoy suman cuatro años sin indicadores económicos, como la inflación, el mismo periodo en que los ministerios dejaron de cumplir con la entrega y difusión de las memorias y cuentas de su gestión.

En los cinco últimos años, 66 periódicos desaparecieron en Venezuela

Hoy, también, El Nacional no circula después de haber resistido demandas judiciales, recortes en su paginación y en su nómina y de haber intentado sortear el colapso económico que aqueja a toda la empresa privada en el país. En los últimos cinco años son 66 los periódicos que han desaparecido en Venezuela, casi dos tercios de los que existían.

Los signos de lo que vendría ya se vieron cuando Hugo Chávez, y luego Nicolás Maduro, empezaron a tener programas de televisión, a copar toda la parrilla del canal del Estado, Venezolana de Televisión, con propaganda de su partido y la imposición de una neolengua, a crear más medios para hacerse eco, a aparecer demasiado en la televisión al punto de tener periodos de cadenas televisivas diarias, como si la ficción de Orson Welles en 1984, con su “Ministerio de la Verdad”, estuviera siendo superada por el chavismo.

En el artículo “The people show. La historia televisada de un presidente”, publicado en la compilación Saldo en rojo. Comunicaciones y cultura en la era bolivariana (editado en 2013 por la Universidad Católica Andrés Bello y la Fundación Konrad Adenauer), la periodista Mariaeugenia Morales apunta que, de los 14 años que Chávez estuvo en el poder entre el 2 de febrero de 1999 y el 10 de diciembre de 2012 –día cuando partió a Cuba para su última operación–, el presidente apareció en antena en los medios públicos y privados aproximadamente 2.274 veces. “El tiempo total en cadena de medios audiovisuales en el periodo alcanza las 1.650 horas, es decir, 99.000 minutos, que equivalen a 68,8 días continuos (dos meses y ocho días) hablándole al país en transmisión obligatoria de la radio y la televisión, privada y pública”.

Esos terrenos que se fueron cediendo en las libertades estos años se convirtieron en un modelo de hegemonía comunicacional del Estado, que los propios colaboradores de Chávez, como el ministro de Información del momento, Andrés Izarra, reconocieron como base para la construcción del llamado socialismo del siglo XXI, y que hoy solo soporta al chavismo como movimiento político populista que derivó en autoritarismo.

Marianela Balbi, directora del Instituto de Prensa y Sociedad, insiste en hacer ver que el periodismo en Venezuela afortunadamente no cuenta colegas asesinados como pasa en México, por ejemplo, o en zonas de conflicto, pero esas muertes no hacen faltan para tener una sociedad totalmente desinformada y apaciguada, una que necesita que le lleven las noticias hasta el bus en que se traslada de un lado a otro en la ciudad o que le envíen resúmenes informativos por WhatsApp para entender a medias lo que los medios de comunicación no están diciendo.

En los últimos tiempos, la escalada contra la prensa se ha tornado alarmante en medio de la crisis de gobernabilidad que ha generado la toma del poder de Maduro para un siguiente mandato, violando la Constitución y la ruta de la transición política que ha trazado Juan Guaidó. Las agresiones han tomado otro matiz con las detenciones arbitrarias de corresponsales extranjeros, la suspensión de programas de radio, la salida de más canales internacionales de las cableoperadoras de TV Paga como Antena 3 y Deutsche Welle –que ha padecido censuras selectivas en sus emisiones sobre Venezuela– y el secuestro, tortura y detención por horas del periodista y activista por los derechos digitales Luis Carlos Díaz, ocurrido el pasado 12 de marzo, a quien el Gobierno de Maduro intentó acusar de ser responsable de supuestos hackeos que desencadenaron la crisis eléctrica de esos días.

Dos curvas aumentan de forma sincronizada: investigaciones periodísticas y agresiones

De los reportes de IPYS sobre la situación de la libertad de expresión hay un dato que resulta relevante para redimensionar el valor del periodismo venezolano en entornos hostiles como los actuales. Dos curvas van en aumento de forma sincronizada: la del número de investigaciones periodísticas realizadas y la del número de agresiones. Pese a las presiones y la intimidación, los periodistas continúan realizando su labor principal, que es poner en contraste al poder en un nuevo ecosistema de medios digitales integrado por portales como Efecto Cocuyo, Runrunes, El Pitazo, La Vida de Nos y Armando.info, con nuevas lógicas editoriales apoyadas en el periodismo colaborativo.

De ese esfuerzo han salido trabajos de gran valor periodístico e impacto, como la investigación que mostró el esquema de corrupción detrás de las llamadas cajas de los Clap (Comité Locales de Abastecimiento y Producción), el programa de alimentación que implementó Maduro hace tres años para paliar la escasez de alimentos, con el que ha favorecido con contratos a empresas de su entorno para la importación de comida con sobreprecio y de mala calidad. Esta publicación, sin embargo, obligó al exilio de los tres editores y un periodista de Armando.info (Ewald Scharfenberg, Joseph Poliszuk, Alfredo Meza y Roberto Deniz) que fueron demandados penalmente por el empresario implicado, y Conatel –el órgano de control de las telecomunicaciones– les prohibió mencionar el nombre del acusado. A la par que los ataques, varios de estos reportajes han comenzado a tener reconocimientos en importantes galardones como el Premio Ortega y Gasset de este 2019, concedido a la serie “La generación del hambre” de El Pitazo, en alianza con Connectas, o el Premio de la Fundación de Nuevo Periodismo Iberoamericano, que recientemente ha reconocido varias piezas hechas por periodistas venezolanos.

El panorama pone de relieve la insistencia del periodismo y lo necesario que se hace, desde la difusión de la información básica que permite la supervivencia en crisis hasta las grandes pesquisas que desmontan al poder y demuestran que la hegemonía comunicacional está hecha de una espesa capa de desinformación, que se propaga aún más cuando la mayor parte de la población está enfocada en sobrevivir: comprar comida, acopiar agua, encontrar medicinas. En contextos en los que la democracia está severamente lesionada como en Venezuela, el impacto de este oficio que atraviesa la vida ciudadana se amplifica.

[Este artículo fue escrito en abril-mayo de 2019]