¿Es deontológicamente correcto publicar informaciones obtenidas de fuentes anónimas que no se pueden identificar?

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Escrito por Milagros Pérez Oliva

Un elemento esencial de transparencia y responsabilidad en el ejercicio del periodismo es facilitar las fuentes de la que procede la información. La identidad de las fuentes es un dato relevante, porque permite al lector valorar y contextualizar el contenido de la información, evaluar la idoneidad de las propias fuentes y hacer un juicio sobre la calidad del procedimiento informativo. Aunque el medio debe ser siempre el garante último de la veracidad de cualquier noticia que difunde, publicar las fuentes permite también un mayor control de calidad externo y es un antídoto contra el abuso de posición por parte del propio periodista, que puede tener la tentación de intervenir sobre los acontecimientos mediante la manipulación del contenido, amparándose en supuestas fuentes anónimas.

Siempre que se pueda, por tanto, deben identificarse las fuentes. Aunque no siempre es posible hacerlo. Hay asuntos críticos que merecen ser conocidos por la ciudadanía, pero que, por la propia naturaleza conflictiva del asunto, su revelación entraña un riesgo para las fuentes. En esos casos, la identidad podrá mantenerse oculta. La mayoría de los libros de estilo y códigos deontológicos aceptan esta posibilidad, si bien siempre que esté justificado y nunca como primera opción, sino como último recurso.

Se ha abusado tanto de las fuentes anónimas que se han convertido en una fuente de descrédito para el periodismo

Lamentablemente, en la práctica se ha abusado tanto de las fuentes anónimas que se han convertido en una fuente de descrédito para el periodismo. Ha habido casos notorios como el de Janet Cooke, que llegó a ganar un premio Pulitzer en 1981 por una historia falsa sobre un niño drogadicto publicada en The Washington Post; el de Jayson Blair, periodista estrella de The New York Times, que hasta 2003 inventó decenas de reportajes y noticias amparándose en el anonimato de las fuentes, o el de Claas Relotius, que hizo lo mismo para Der Spiegel y fue despedido en 2019 después de haber recibido numerosos premios por reportajes sobre personas, hechos o testimonios inventados.

Todos ellos son casos extremos de mala práctica y fraude periodístico, pero el recurso a las fuentes anónimas sin una justificación sigue siendo muy habitual y da lugar a todo tipo de abusos. Muchas veces, el recurso a fuentes anónimas es fruto de un sometimiento del periodista a la fuente en aras de seguir contando con su colaboración en el futuro. Otras, a la comodidad del propio periodista, que no se ha esforzado suficiente para encontrar fuentes citables.

Para determinar cuándo está justificado que la fuente permanezca en el anonimato, conviene hacerse, a modo de criba, algunas preguntas. La primera: si la información que ofrece esa fuente es vital para poder publicar la noticia o si existen otras vías para obtener y verificar la información. Si por su posición y conocimiento es o no una fuente solvente. Si la información que facilita son datos objetivos que puedan contrastarse o se trata de una opinión o conjetura personal. También hay que tener claro cuál es la razón por la que la fuente facilita la información y los motivos por los que pide el anonimato. Otro dato importante es si la fuente tiene poder y lo está utilizando, o si es una víctima de la situación que se trata de denunciar.

Con el anonimato de la fuente, el riesgo se desplaza de esta al mensajero, y el periodista debe asumir las consecuencias

Si después de una severa evaluación se llega a la conclusión de que la fuente es fiable y la información es veraz, el periodista puede publicarla manteniendo el anonimato; aunque, en ese caso, ha de tener en cuenta que el riesgo se desplaza de la fuente al mensajero y debe asumir las consecuencias. En favor de la mayor transparencia posible, se procurará dar al lector elementos indirectos sobre la posición de la fuente que le permita valorar su pertinencia.

Un caso diferente, pero también cada vez más frecuente, es la publicación de informaciones obtenidas a través de las redes sociales o internet que no se pueden verificar, pues proceden de cuentas sobre las que no se tienen certezas suficientes. En este caso, se han de extremar las precauciones. Suele suceder en la cobertura de conflictos de países a los que la prensa no puede acceder libremente. Si se opta por publicar la información, se ha de advertir claramente la forma en que se ha obtenido, la imposibilidad de contrastarla y el riesgo de que no sea verídica.

 

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