La cobertura del caso Rubiales: entre la buena y mala praxis

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Escrito por Milagros Pérez Oliva

La cobertura del caso Rubiales ha sido tan extensa e intensa que no es difícil encontrar ejemplos tanto de muy buena como de pésima cobertura desde el punto de vista de los estándares deontológicos. Pero más que señalar las malas praxis puntuales o continuadas en los titulares o enfoques de algunos medios -que, por otra parte, suelen ser los que también vulneran las normas éticas en otros asuntos-, resulta interesante analizar los retos que un caso tan notorio y viral como este plantea para el buen periodismo.

Lo primero que destaca de esta cobertura es la importancia de tener una cultura, unos criterios previos de valoración para poder acertar en el enfoque inicial. Muchos medios se equivocaron en sus primeras apreciaciones. Pronto se vio que aquellos que tenían una buena formación previa en cuestiones de género pudieron apreciar de inmediato que el beso no consentido del expresidente de la Federación Española de Fútbol a la jugadora Jennifer Hermoso no era una mera expresión de familiaridad espontánea, sino un gesto de poder teñido de machismo.

Muchos medios se equivocaron en sus primeras apreciaciones del caso

Aunque algunos de los medios que habían minimizado inicialmente el hecho rectificaron al estallar el debate, muchos otros persistieron en un enfoque que trataba de quitarle importancia. Se ponía así a prueba una cuestión primordial: los hechos, por sí solos, no explican la realidad. Necesitan contexto. Y ese contexto ha de darlo el periodismo.

La clave, en este caso, estaba en un concepto -el consentimiento- que había sido objeto de un intenso debate político a propósito de la ley del solo sí es sí. El beso de Rubiales aparecía de repente como un claro ejemplo de falta de consentimiento y, por tanto, tenía todos los ingredientes para convertirse en un asunto relevante de la agenda informativa.

En la reacción pudo también observarse cómo el machismo imperante puede llegar a condicionar la interpretación de un hecho objetivo y confundir una agresión machista con una inocente muestra de efusividad espontánea. Muchos medios vieron desde el primer momento que el núcleo de la cuestión era la falta de consentimiento. Por si quedaba alguna duda, la propia jugadora dejó claro, en medio de las celebraciones, que el beso había sido una sorpresa y no le había gustado. Pero muchos otros se entregaron a la inercia de un enfoque dominado por la ausencia de una visión de género. Los principales rasgos de esta cobertura fueron:

  • Negar la agresión o minimizarla. Ya fuera por una cultura machista arraigada o por falta de reflejos en la valoración de los hechos, algunos medios hicieron una cobertura sesgada centrada en negar la agresión o minimizar su importancia. A este sesgo contribuyó, sin duda, el propio Rubiales con su reacción. En lugar de reconocer el error y pedir disculpas, cosa que probablemente hubiera evitado el efecto bola de nieve, se atrincheró en una posición desafiante en la que no solo negó el beso robado, sino que llegó a sugerir que había sido la jugadora la que lo había abrazado y alzado del suelo. El agresor pretendía presentarse como víctima.

Algunos medios secundaron esta idea y se publicaron vídeos manipulados o incompletos que podían dar pábulo a esta versión. Participaban de este modo en una de las estrategias de defensa habituales de los agresores sexuales con poder, que consiste en sembrar dudas sobre las intenciones de la víctima, presentarla como maquinadora y tratarla como culpable de la conducta del agresor.

Algunos medios publicaron vídeos manipulados o incompletos que situaban al agresor como víctima

Especialmente criticada fue una portada del diario deportivo AS del 24 de agosto que sitúa sobre la jugadora la responsabilidad de la caída de su agresor: “Jenny deja caer a Rubiales”, se lee a toda página, después de que la jugadora pidiera, a través de su sindicato, “medidas ejemplares”. Aparte de esta injusta atribución, se observa también un tratamiento diferencial entre la jugadora, a la que se cita con el nombre en su forma diminutiva, en contraste con el tratamiento que recibe el expresidente de la Federación, nombrado con su apellido. Este desequilibrio fue habitual en muchos medios.

Se observa un tratamiento diferencial entre la jugadora, a la que se cita con su nombre en diminutivo, y el expresidente de la Federación, nombrado con su apellido

En la misma portada aparece otro titular cargado de intención: “Surgen nuevas imágenes polémicas de la celebración del Mundial”. Algunos medios esgrimían las fotos de la celebración para reforzar la idea de que la alegría de la jugadora desmentía que se hubiera sentido agredida. Cuando por fin salieron a la luz las presiones que las estructuras de la jerarquía deportiva ejercieron sobre Jenny Hermoso, se vio que no era solo una cuestión de conductas individuales, sino que formaba parte de un comportamiento estructural en el deporte.

El asunto permitió iluminar con una nueva perspectiva la protesta que habían protagonizado un año antes 15 jugadoras de la Selección que se negaron a jugar. Ese conflicto nunca estuvo bien explicado y los medios tampoco profundizaron. El caso Rubiales y lo que aconteció después le dio todo el sentido que el periodismo no supo descubrir antes (*).

  • Periodismo de trinchera. En todo caso, la polémica provocó una polarización de posiciones en torno al caso que se trasladó también a los medios. Algunos se alinearon claramente con la versión de Rubiales, una posición apriorística que acaba socavando la credibilidad de los propios medios. Especialmente penosa fue la reproducción de comentarios soeces y machistas contra la jugadora, pero también contra el feminismo, al que se atribuyó el escándalo. La falta de moderación permitió que se publicaran o emitieran comentarios como “todo esto es un montaje de las ‘feminazis’” o “las mujeres que se quejan del beso de Rubiales lo hacen porque no se lo han dado a ellas”.
  • Enfoque sensacionalista. Por su propia naturaleza -un conflicto entre hombres y mujeres, de corte sexual y que afecta a estructuras poderosas del deporte-, la polémica tenía todos los ingredientes para ser objeto de explotación sensacionalista. Y así fue en muchos casos. Durante semanas figuró en muchos medios entre los temas más vistos o leídos. La repercusión que las noticias tenían en las redes sociales propició una cobertura exagerada destinada a atrapar audiencia, deslizándose claramente hacia el “infoentretenimiento”.

Pese a estas carencias y desviaciones de una parte de los medios, hay que resaltar que la mayoría de la prensa y los programas serios hicieron una cobertura ajustada y rigurosa, que contribuyó a destapar injusticias e inequidades de género y un machismo muy arraigado en las estructuras de poder. Estos medios ofrecieron los elementos de interpretación necesarios para poder hacerse cargo de la importancia y complejidad del tema.

 

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