23/04/2014

Auge en Latinoamérica de este género periodístico

La crónica aquí y ahora

Logos

Escrito por Camilo Jiménez

Existe un interés manifiesto hacia la crónica como hecho cultural. Se analiza en encuentros y concursos; se publican antologías, tesis y artículos. Pese a ello, sigue arrinconada en los medios impresos, y casi ha desaparecido de los diarios. Pero es indudable que goza de una cierta celebridad. Se ha llegado a decir que la literatura latinoamericana vive hoy con el periodismo narrativo una reedición del boom de los años 60 y 70.

CAMILO JIMÉNEZ*

“Mira, es más probable que tu editor te pida 10.000 caracteres sobre el buen momento de la crónica a que te pida una crónica de 10.000 caracteres”, le soltó Martín Caparrós a un periodista que lo entrevistaba para una nota sobre… adivinaron: el buen momento de la crónica. Caparrós recordó la anécdota en octubre de 2012 en México D. F., durante el Segundo Encuentro de Nuevos Cronistas de Indias, organizado por la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) y Conaculta. E ilustra muy bien el momento de la crónica aquí y ahora: se habla de ella, se organizan encuentros, concursos y conversatorios; se publican antologías, se escriben tesis y artículos académicos y de los otros. Hay un interés manifiesto hacia el género como hecho cultural. Sin embargo, sigue estando un poco relegada de los medios impresos, y prácticamente ha desaparecido de los diarios, el medio que la acogió desde su nacimiento hacia la segunda mitad del siglo XIX.

Pero es indudable que la crónica goza hoy de una cierta celebridad. Algunos comentaristas han dicho que la literatura latinoamericana vive hoy con el periodismo narrativo una reedición del boom de los años 60 y 70. Nombres como el del propio Caparrós, o los de Juan Villoro, Sergio Ramírez, Leila Guerriero y Elena Poniatowska reemplazan en el imaginario de los lectores a los de Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar y Carlos Fuentes. La comparación queda bien en las piezas promocionales de los libros y en los carteles de los festivales literarios. Pero así se trate nada más de una estrategia de mercadeo, hay una tendencia a apreciar el género de la crónica. Y como todas las tendencias, esta no apareció de un día para otro.

De dónde venimos
Desde sus orígenes, la FNPI ha intentado llevar la investigación sólida y la narración atildada a todos los formatos, temas y medios en los que se hace el periodismo. Poco después del primer taller que convocó en 1995, vendrían muchísimos más hasta el mes pasado, hasta hoy. Si queremos rastrear el camino recorrido por la crónica en el continente hasta ocupar ese lugar de privilegio que ostenta en la actualidad, hay que mirar el trabajo paciente y constante de la fundación creada por el premio Nobel colombiano. Los dos encuentros de Nuevos Cronistas de Indias que ha convocado –el primero en Bogotá en 2008 y el segundo en Ciudad de México en 2012– han servido para reunir los intereses, ideas, conocimiento y formas de trabajo de los cronistas más juiciosos de la lengua española. Ambos encuentros han servido para revisar el estado del arte del género, y la discusión alrededor de lo que allí se conversa sigue viva en la página Cronistas.fnpi.org. Otra iniciativa de esta fundación que vale la pena mencionar es la Red de Periodismo Cultural (Reddeperiodismocultural.fnpi.org): una suerte de gran radar que detecta piezas valiosas de periodismo y las comparte con sus contactos en las redes sociales. O su premio de periodismo, que en sus distintas versiones ha señalado las crónicas y los reportajes más notables escritos en español, y ha inspirado a universidades e instituciones de muy diverso tipo a reconocer con premios o becas las crónicas bien hechas. Las alianzas que ha firmado con instituciones educativas y culturales han irrigado el interés por la crónica a los programas de universidades e institutos de educación formal y no formal, hasta llegar a los oídos de jóvenes estudiantes de Periodismo y de Ciencias Humanas.

La crónica, un género en permanente revisión

A partir de finales de los 90, empezaron a circular por las calles de nuestras ciudades revistas como El Malpensante, Gatopardo, Soho, Etiqueta Negra, Paula, Pie Izquierdo, Marcapasos, Letras Libres y otras más. Bajo el techo de esas casas, nos formamos escritores y editores en el arte de la crónica. Además de publicar crónicas muy bien escritas, esas revistas se han preocupado desde sus comienzos por compartir con sus lectores las reflexiones de los cronistas sobre lo que hacen. Porque la crónica, con sus límites porosos, con su amplitud de formas, provoca permanentes revisiones tanto de cronistas como de lectores. Darío Jaramillo Agudelo divide su Antología de la crónica latinoamericana actual, publicada por Alfaguara en 2012, en dos partes: “Los cronistas escriben crónicas” y “Los cronistas escriben sobre la crónica”. Prácticamente, cada taller, cada curso, cada encuentro alrededor de la crónica deja un artículo o varios que revisan las definiciones de crónica, visitan sus límites, repasan la manera en que trabaja cada cronista. La permanente revisión es parte del carácter del género.

Algunas revistas han desaparecido y otras se han mudado a internet. Otras más han nacido en la red, y allí le han brindado hospitalidad a un género que reclama tiempo, investigación, inmersión, inversión. Puercoespín, El Faro, Sala Roja, La Silla Vacía, Ciper, Anfibia, Animal Político y tantas otras despliegan cada vez que pueden trabajos periodísticos de largo aliento. Porque la crónica no puede ser breve ni rápida. Por ello, es costosa. Pero ese es otro asunto que revisaremos luego.

No puede ser breve ni rápida y, por tanto, es costosa

En una nota publicada en agosto de 2012 en La Nación, de Argentina, Leonardo Tarifeño señaló el papel de todos estos eventos para llegar hasta el momento en que se encuentra el periodismo narrativo en América Latina. Esos encuentros felices que promueve la Fundación Gabriel García Márquez, todas esas revisiones y revistas y becas y publicaciones son las que, en palabras de Tarifeño, “juntas, una más una más una más una, hacen boom”.

Dónde estamos
En todos esos encuentros de los últimos años, en los cursos y congresos, se han discutido casi los mismos temas con algunas variaciones. Que la grabadora no conviene, o sí conviene, o que la libreta de notas puede ser tan traicionera como la memoria. Que la primera persona es molesta, que la tercera es una falacia. Que la crónica está en la acera del periodismo; no, está en la de la literatura...

Algunas cosas, pocas, han quedado claras. La primera, la crónica es un género tan libre y abierto como la novela; caben en ella todas las voces, todas las texturas, todas las formas del discurso. Cada crónica es tan única como quien la escribe. Al lado –no debajo– de esa primera conclusión, hay otra igual de gruesa: sin investigación, no hay periodismo narrativo. Los mejores cronistas no son los que escriben mejor, sino los que hacen la mejor investigación, la más completa y sólida. No es una cuestión de estilo ni de estructura: es una cuestión de reporterismo. El editor mexicano Roberto Zamarripa pinta esto como nadie: “La crónica es el género de mayor exigencia y rigor en el periodismo, porque implica caminar, indagar, preguntar, cotejar, interpretar, resumir, explicar. El género libre por excelencia supone la mejor disciplina de trabajo como reportero. El género de la flexibilidad en el lenguaje y en sus formas implica el mayor rigor en los básicos del periodismo”.

Sin investigación, no hay periodismo narrativo

Creo que, después de tantos encuentros, tantas charlas y congresos alrededor de la crónica, no se ha llegado a más certezas. Entre tanto, se multiplican los intentos por definir el género; a mí, entre las decenas de definiciones de crónica que he oído y leído, me gustan dos que escuché en el Segundo Encuentro de Cronistas de Indias en 2012. Una es del escritor mexicano Juan Villoro: “La crónica pone en una especie de encrucijada dos zonas de la realidad: los acontecimientos que han sucedido y la mirada subjetiva de quien los va a narrar”. La otra es de Jaime Abello Banfi, director de la FNPI: “La crónica es periodismo con grandes ambiciones. Ambiciones creativas, ambiciones de servicio público, ambiciones de autor, de ciudadanía”. Cada quien puede usar la definición de crónica que mejor le convenga, hay muchas para escoger.

Por lo demás, no hay fórmulas definitivas. Cada crónica es un mundo, y el periodista va encontrando el camino durante el trabajo. El venezolano Boris Muñoz lo puso claro en su cuenta de Twitter: “Me piden una definición exprés de la crónica. Respondo: la crónica no existe, lo que existe son los cronistas”.

Hace 20 años, cuando muchos de nosotros empezamos a trabajar en revistas, editoriales o diarios, la crónica era una cosa rara. Piezas complejas y sofisticadas que hacían personas que vivían en las alturas: Gabriel García Márquez, Ryszard Kapuscinski, Alma Guillermoprieto, Carlos Monsiváis, Sergio Ramírez… Hoy está en el centro de la discusión y de la labor periodística. Se celebra, se premia, se difunde. Es un hecho.

Pantallazo de la web de la FNPI con el especial dedicado a Gabriel García Márquez tras su fallecimiento

Pantallazo de la web de la FNPI con el especial dedicado a Gabriel García Márquez tras su fallecimiento

Hacia dónde vamos
Después de los abrazos y las palmaditas en la espalda, conviene seguir adelante. Quizá va siendo hora de hablar de otros asuntos, de ir un paso más allá de las definiciones. Por ejemplo, puede que sea un buen momento para señalar temas necesarios o desatendidos por la crónica en América Latina.

En los últimos 15 años, mi país, Colombia, pasó de ser un país cafetero a ser un país minero. Situaciones similares están sucediendo en todos los países de América Latina, de Chile a México: grandes corporaciones mineras están entrando a zonas tradicionalmente agrícolas, y están cambiando el equilibrio de poder y dinero en esas regiones –y en los países– para siempre. No muchos medios y muy pocos cronistas se están ocupando de contar esta transformación. O, al menos, de hacerlo con suficiencia y constancia.

Tenemos de sobra perfiles de chefs, crónicas sobre sitios curiosos en las capitales de América Latina o relatos en primera persona de malabares sexuales “extremos”. Por favor, nos sobran crónicas de boxeadores derrotados, de futbolistas caídos en desgracia; sobran catálogos de excentricidades de mafiosos; sobra el relato del más alto, del más bajo, del más pobre. Lo freak, lo curioso, está sacando del temario de los cronistas asuntos de la agenda pública y, al tiempo, no dejan espacio para historias que van pasando desapercibidas. No digo que ya no se escriban más perfiles de chefs o crónicas de cultos extraños o de tipos y tipas que viven en los márgenes: los seguimos necesitando. Pero también están esos otros grandes temas que se están quedando sin su relato: la ciencia, la política, el poder, el arte, la salud, las relaciones de unos con otros, formas sensatas de vivir, etcétera, quizá están un poco desatendidos en América Latina. Puede que sea hora de llamar la atención sobre esos temas y promover su tratamiento por cronistas de todos los países.

Creo que es hora de hablar de plata. Discutir cómo vamos a financiar los devaneos durante meses de los cronistas alrededor de las historias que quieren contar. Porque la crónica es un género costoso. En un momento de la historia pudieron financiarla –y acogerla– los diarios, después lo hicieron los suplementos de domingo. Pero cuando los primeros se quebraron, los segundos desaparecieron; y, con ellos, las crónicas. Las revistas que mencioné antes se ven a gatas para financiar el trabajo de los cronistas. En la red no hay todavía claridad sobre la manera de monetizar los aciertos.

En los encuentros de cronistas, en los congresos y seminarios que se siguen multiplicando, deberíamos buscar la manera de financiar las crónicas que se quieren hacer. Me arriesgo a decir: las crónicas que se deben hacer.

Deberíamos buscar cómo financiar las crónicas que se quieren hacer

Es hora también de revisar las repeticiones, los lugares comunes que ya se van estableciendo en las crónicas que leemos. Como todo género en ascenso –en asedio–, se empiezan a ver claramente ciertas fórmulas, se establecen algunos clichés. Podríamos empezar a identificar esos usos ya gastados y ensayar estrategias para refrescarlos.

Podría, a estas alturas, ser momento de revisar la manera en que leen las crónicas quienes las están leyendo, y de pensar en cómo se van a leer en el futuro. Puede ser momento de aclarar un poco más la función de la crónica en este mundo gaseoso, en el que no hay nada fijo y las transformaciones se acumulan en progresión geométrica. Quizá sea tiempo de hablar sobre la responsabilidad de la crónica como coautora de la historia. Porque la crónica, como ningún otro tipo de texto, escribe la historia en vivo y en directo, mientras está sucediendo.