La libertad de prensa en el mundo: fin de un modelo
Las principales organizaciones que vigilan las violaciones más graves de la libertad de prensa en el mundo muestran que el agujero negro denunciado por el periodista asesinado Jamal Khashoggi en el mundo árabe, lejos de limitarse a esta región, está creciendo en toda la sociedad internacional.
FELIPE SAHAGÚN*
Un día después de su desaparición en el consulado saudí de Estambul, el pasado 2 de octubre, la responsable de internacional en la sección de opinión del Washington Post, Karen Attiah, recibió la última columna de Jamal Khashoggi [de manos del traductor del periodista]. Se resistió a publicarla durante dos semanas, mientras se esfumaban los últimos hilos de esperanza de volverlo a ver con vida, y el 17 de octubre la publicó. “Pensé que volvería con nosotros y la podría editar él mismo”, confesó.
El texto –“Lo que más necesita el mundo árabe es libertad de expresión”– es el mejor epitafio sobre la grave crisis que sufre hoy buena parte del mundo y no solo la que le era más querida al prestigioso crítico del autoritarismo saudí.
“Estuve mirando hace poco el informe sobre la libertad en el mundo en 2018 de Freedom House y llegué a una triste conclusión”, escribe. “Solo un país árabe, Túnez, se encuentra entre los libres. Jordania, Marruecos y Kuwait aparecen en segundo lugar, entre los parcialmente libres. El resto del mundo árabe carece de las más mínimas libertades”.
El resultado, añade, es que los millones de ciudadanos que viven en esta región están mal informados o desinformados y son incapaces de comprender, no digamos debatir públicamente, los asuntos que afectan a estos países y a sus vidas diarias. “Un discurso controlado por el Estado domina la opinión pública y, aunque muchos no se lo creen, la gran mayoría es víctima de esta falsa narrativa”, agrega. “Desgraciadamente, esta situación es difícil que cambie”.
Los regímenes del mundo árabe están dando rienda suelta a la represión de los medios
La esperanza de una sociedad más libre que despertó la primavera de 2011 se frustró hace mucho tiempo, las detenciones de periodistas y la censura se han intensificado y se ha vuelto al viejo statu quo o a una situación todavía peor. El mejor columnista saudí, Saleh al-Shehi, cumple condena de cinco años. El Gobierno egipcio ha confiscado todo el papel del periódico Al-Masry Al-Youm, sin que se escuche la menor protesta en la profesión o en la sociedad internacional. Todos los regímenes están dando rienda suelta a la represión de los medios. Internet, en el pasado una válvula de escape, está siendo bloqueada o, peor aún, utilizada para una represión más dura.
Khashoggi concluye su despedida comparando la falta de libertad hoy en el mundo árabe con la que sufrió durante decenios, en la Guerra Fría, buena parte del mundo al este del muro de Berlín y, partiendo de las lecciones del pasado, apuesta por plataformas regionales e internacionales a imagen de las emisoras de onda corta de otros tiempos y espacios en la prensa libre de las democracias más avanzadas, como el que le abrió a él el Washington Post en los últimos años de su vida.
Una crisis global
En una ojeada rápida al informe de Freedom House y a los de las principales organizaciones que vigilan las violaciones más graves de la libertad de prensa en el mundo (Reporteros Sin Fronteras, Comité para la Protección de los Periodistas, Instituto Internacional de Prensa, Intercambio Internacional por la Libertad de Expresión, Article 19…) se puede ver que el agujero negro denunciado por Khashoggi en el mundo árabe, lejos de limitarse a esta región, está creciendo en toda la sociedad internacional (véase cuadros 1, 2 y 3).
En un informe de 32 páginas publicado a primeros de mayo de 2018, las organizaciones profesionales citadas recogen las conclusiones de una misión de observación por los EE. UU. para comprobar los principales desafíos que enfrentan hoy sus periodistas y ofrecer algunas recomendaciones al país que cada año pretende dar lecciones, en informes regulares sobre democracia y derechos humanos, al resto del mundo.
Poco importa que la mayor parte de los 193 Estados miembros de la ONU hayan firmado las libertades y derechos fundamentales garantizados en el derecho internacional y hayan recogido en sus constituciones y derecho interno muchos de ellos. La guardia pretoriana con la que los han rodeado, su interpretación torticera y una práctica cada vez más alejada de esos principios en aras de la seguridad, que las nuevas tecnologías de la información facilita, los convierten muchas veces, en numerosos países, en papel mojado.
Derecho internacional
“La libertad de prensa en el mundo ha caído a su nivel más bajo en 13 años por las nuevas amenazas contra periodistas y medios en las principales democracias, y por la represión de los medios independientes en países autoritarios como Rusia y China”, advertía Michael J. Abramowitz, presidente de FreedomHouse, en su informe sobre la libertad de prensa publicado en mayo de 2018.
La libertad de prensa en el mundo ha caído a su nivel más bajo en 13 años
“Ningún presidente de los EE. UU. de los últimos tiempos ha demostrado mayor desprecio por la prensa que Donald Trump”, afirmaba. “Ha ridiculizado reiteradamente a reporteros, acusándolos de ser fabricantes de noticias falsas (fake news), y […] su principal asesor en la Casa Blanca describe a los periodistas como partido de la oposición”.
Con sus ataques rechaza los principios y objetivos fundamentales de la libertad de prensa recogidos en la primera enmienda añadida en 1791 a la Constitución de los EE. UU. y en el derecho internacional desde 1695, cuando la Cámara de los Comunes, por primera vez, reconoció esa libertad en Inglaterra.
La Declaración de Virginia de 12 de junio de 1776 se considera el primer documento escrito que describe la libertad de prensa como “uno de los grandes baluartes de la libertad y no puede restringirse jamás” (La libertad de expresión y sus limitaciones constitucionales, por Porfirio Barroso y María del Mar López, Fragua Editorial, 1998, p. 57).
La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 26 de agosto de 1789, en su artículo 11, define la libertad de prensa como “la libre comunicación de pensamientos y opiniones”, y la consagra como “uno de los derechos más preciosos del ser humano; todo ciudadano puede hablar, escribir e imprimir libremente, teniendo que responder del abuso de esta libertad en los casos señalados por la ley”.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos, el 10 de diciembre de 1948, en su artículo 12, ya adelantaba los límites (injerencias arbitrarias en la vida privada, familia, domicilio o correspondencia) de esta libertad, que establece en el artículo 19 como el derecho de todo individuo “a no ser molestado a causa de sus opiniones, a investigar y recibir informaciones y opiniones, y a difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”.
Dos años después, en su artículo 10, el Convenio europeo para la protección de los derechos humanos y de las libertades fundamentales reiteraba el derecho a la libertad de expresión (“opinar, recibir o comunicar informaciones o ideas sin que pueda haber injerencia de autoridades públicas y sin consideración de fronteras”) y, al mismo tiempo, legalizaba la autorización previa de las empresas audiovisuales y las restricciones que se consideren necesarias por razones de “seguridad nacional, integridad territorial, seguridad pública, defensa del orden y prevención del delito, de la salud, de la moral, de la reputación o de los derechos ajenos”.
En términos parecidos se ratifica tanto la defensa del derecho a la libertad de expresión como sus limitaciones en el artículo 19 del Pacto internacional de derechos civiles y políticos, aprobado por la Asamblea General de la ONU el 16 de diciembre de 1966 y en el artículo 2 del Tratado sobre la Unión Europea de Maastricht el 7 de febrero de 1992. “Ningún país puede entrar en la UE sin garantizar la libertad de expresión como derecho humano básico” (art. 40 del Tratado de Lisboa, 2009).
Fin del modelo americano
Ignorando tanto el derecho estadounidense como el internacional en un ámbito tan fundamental para la democracia con sus andanadas diarias contra los medios, Trump está enviando a dirigentes y a actores no estatales, especialmente en los regímenes más autoritarios, una señal peligrosa para el futuro de la democracia.
“Estados Unidos era una nación donde los periodistas podían derribar a un presidente y recibir premios, en vez de ser detenidos por ello”, señala Gideon Rachman, uno de los principales columnistas del Financial Times. “Era también un país poderoso, cuyo Gobierno abanderaba la defensa de la libertad de expresión”, remata.
Hoy está en declive y en retirada. “Si el presidente de los EE. UU. llama a los periodistas enemigos del pueblo, ¿por qué van a contradecirle los presidentes de Turquía, China o Rusia? Sin darse cuenta (se supone), Trump ha ofrecido a los dictadores del mundo un nuevo vocabulario para tratar con los medios. Ante cualquier hecho inconveniente o pregunta desagradable, ahora todos saben cómo deshacerse de ellos: fake news”.
El problema es mucho grave, y Estados Unidos, como las demás democracias más avanzadas, siguen siendo lugares privilegiados, comparados con el resto del mundo.
“En los últimos dos años (2017 y 2018), más de 30 periodistas fueron asesinados por grupos mafiosos en el mundo”, denunciaba el pasado 29 de noviembre Reporteros Sin Fronteras (RSF) en un nuevo informe titulado Los periodistas, la pesadilla de la mafia.
A partir de los datos obtenidos en 180 países, en su Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa 2018, RSF denuncia el creciente odio y hostigamiento contra los periodistas y los medios de comunicación por los dirigentes políticos. “Hostilidad que ya no se limita a los regímenes autoritarios […], sino que se extiende cada vez más a los dirigentes elegidos democráticamente”, añade.
El índice mide la independencia real, la autocensura y el ambiente en que trabajan los periodistas, el marco legal de cada país, el grado de transparencia de sus instituciones, los actos violentos contra periodistas y medios y otras agresiones.
Ni Europa, pese a ser la región con menos ataques, se libra del deterioro
Ni Europa, a pesar de ser la región del mundo con menos ataques, se libra del deterioro. Al menos siete periodistas fueron asesinados en el continente (tres de ellos en la Unión Europea) desde abril de 2017: Nikolay Andrushchenko, 73 años, y Dmitry Popkov, 42 años, en Rusia; Saeed Karimian, 45 años, en Turquía; Kim Wall, 30 años, en Dinamarca; Daphne Caruana Galizia, 53 años, en Malta; Ján Kuciak, 27 años, en Eslovaquia, y Viktoria Marinova, 30 años, en Bulgaria.
Sin llegar al extremo de señalar a los medios como “enemigos del pueblo”, imitando el peor estalinismo como hace Trump en los EE. UU., muchos políticos y Gobiernos europeos también están multiplicando, con palabras y acciones, sus ataques a la prensa. De esta manera, advierte el secretario general de RSF, Christophe Deloire, limitan o impiden el debate público plural y favorecen una sociedad de propaganda. “Cuestionar la legitimidad del periodismo es jugar con fuego”, concluye.