Esta investigación ha puesto a prueba de manera gigantesca a 150 redacciones alrededor del mundo. Había pequeños equipos trabajando varios meses en una información que no podían compartir -a menudo, ni siquiera con los propios compañeros de los medios- y que, en realidad, eran otra redacción paralela a la suya. Una redacción de 600 periodistas, digital y global, en la que los únicos que conocían exactamente qué investigaban y qué habían encontrado eran quienes participaban en ella.
JOAQUÍN CASTELLÓN / DANIELE GRASSO*
“Reuníos a mi alrededor, gente, por donde quiera que vaguéis, y admitid que las aguas de vuestro alrededor han crecido, y aceptad que pronto estaréis calados hasta los huesos”. Así empieza Bob Dylan The Times They Are A-Changin’ y así empieza nuestra historia: contando que los tiempos están cambiando y la información no nos llega como antes. Ya no es un folio robado. Ya no es un dosier filtrado. Ahora son camiones y camiones de papeles, de tablas de hojas de cálculos y de correos electrónicos. Un tsunami de millones de documentos que alguien lleva escondidos en un pequeño USB en el bolsillo de su pantalón. Pero ¿cómo se trabaja toda esa información?
Los tiempos están cambiando -o ya han cambiado, mejor dicho-, y no solo hacia más “maquinitas” y hardware. Olvídense de que ahora vayamos a hablar de ordenadores y de programas. Los softwares que han movido las mayores investigaciones periodísticas de la historia (en cantidad de documentación, Papeles de Panamá y Papeles de Pandora) han sido otros: la colaboración y la confianza. Porque son elementos que no se pueden replicar, por el momento, sin un inigualable equipo humano. ¿Por qué? Ahora se lo explicamos.
Los Papeles de Pandora nacen de 12 millones de documentos filtrados. Son correos electrónicos, PDF de cientos de páginas cada uno, documentos Excel con miles de líneas… Es la documentación interna de 14 despachos de abogados. Ordenada con el mismo caos que podría verse en las carpetas de un ordenador de cualquier empresa. Información variada, a veces sin lógica, incompleta y sin conexiones. Documentos en una docena de idiomas (aunque la mayoría en español y en inglés) y cada uno de su sistema, año y codificación. Para hacerse una idea: imagínense aterrizar en una carpeta cualquiera de un ordenador de una empresa enorme y poder mirar toda la información que hay en el ordenador de cada empleado. Si en un ordenador casero ya normalmente reina el lío y el desorden, piensen cómo puede ser el sistema de una gran corporación. Y ahora multiplíquenlo por 14.
Los Papeles de Pandora nacen de 12 millones de documentos filtrados (2,94 terabytes de datos)
La persona (o las personas) que tuvo acceso a esa cantidad de información no abarcaba a conocer todo su contenido: hay tal cantidad de datos poco útiles, de “paja”, que se los copió o se los llevó, lo hizo sin mirar mucho qué había. Y decidió hacérselo llegar a periodistas. Desconocemos las razones de su decisión, aunque recordamos las de “John Doe”, la fuente de los Papeles de Panamá, esa investigación de 2016 que a partir de los archivos internos del bufete Mossack Fonseca abrió los ojos del mundo sobre cómo funciona la economía global “en b” de los paraísos fiscales. “John Doe” que, recordemos, es el equivalente inglés a “Fulanito de tal”, dijo que lo hacía porque confiaba más en los periodistas que en las autoridades.
El hecho es que decidieron entregarla al Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ, por sus siglas en inglés). Hubo meses de correos electrónicos con la fuente antes de llegar a un acuerdo sobre cómo entregar esa ingente información. Hablamos de 2,94 terabytes de datos. Para visualizarlo mejor, la Biblia, descargada en un dispositivo para leer libros electrónicos, ocupa 2,9 megabytes. Nuestros datos ocupaban casi el equivalente a un millón de Biblias. Como ha contado Pierre Romera, jefe del equipo tecnológico del ICIJ, se creó un canal para que los datos se pudieran enviar online, pero, a medida que iba creciendo el volumen de la información, resultaba imposible almacenarla toda -y encima hacerlo de forma segura-. Al final, algunas personas del Consorcio se vieron físicamente con la fuente para recoger varios discos duros.
Los periodistas del Consorcio son los primeros en ver la información. Ellos son los responsables de poner en orden toda esa documentación y de hacer que gran parte de los archivos sean localizables y sus textos sean “buscables”. Es decir, que se puedan usar buscadores tradicionales (Ctrl+f o Ctrl+B) dentro de los documentos. Una forma de mecanizar pesquisas rápidamente, aun sabiendo que hay informaciones que son imposibles de localizar a no ser que se analice documento por documento. Un nombre apuntado a mano en un folio o una firma manuscrita siguen siendo apuntes imposibles de descifrar para un sistema que reconoce caracteres.
En estas investigaciones, el ICIJ sería el entrenador de la selección, la persona (el equipo de personas) que coordina a todos los jugadores, que seríamos los periodistas que estamos repartidos alrededor del mundo. Porque es importante recordar que el ICIJ es una asociación de periodistas, no de medios de comunicación. Cuando empiezan con una investigación, contactan con periodistas, no con el medio con el que están trabajando en ese momento. Esto es realmente interesante, pues refleja muy bien una filosofía de trabajo interna de la que podríamos extraer una gran lección: de las personas te puedes fiar a largo plazo; de las grandes empresas, quizás no tanto.
Aquí es cuando entra en juego ese otro software que mencionábamos al comienzo: confianza para compartir documentos e información secreta con otros periodistas. Algo que a menudo cuesta en la profesión. Si ya resulta difícil compartir informaciones dentro de las redacciones, imagínense con otros medios y con otros periodistas, la mayoría de los cuales no se conocen en persona. Y no una decena, sino 600. Hay que tener la confianza en que nadie va a contar nada y en que la información no se va a filtrar antes de la publicación.
Los Papeles de Pandora han puesto a prueba de manera gigantesca a 150 redacciones alrededor del mundo. Había pequeños equipos trabajando varios meses en una información que no podían compartir -a menudo, ni siquiera con los propios compañeros de los medios- y que, en realidad, eran otra redacción paralela a la suya. Una redacción de 600 periodistas, digital y global, en la que los únicos que conocían exactamente qué investigaban y qué habían encontrado eran quienes participaban en la investigación, indistintamente del lugar del mundo en que estuviesen.
Esta forma de trabajar no es casual. La filosofía de trabajo del ICIJ en estas grandes investigaciones colaborativas y transnacionales es: si el crimen funciona de forma global, ¿por qué los periodistas no actuamos de forma global? Y, por lo tanto, para desarrollar materialmente esa teoría, ¿quién conoce mejor lo que sucede en Francia que un francés? ¿Quién sabe mejor cada detalle de lo que sucede en Italia que un italiano? O ¿quién puede conocer mejor las historias de mayor relevancia pública para España que un español?
Si una filtración de este estilo solo se trabajara en un medio de un país, muchas historias quedarían fuera. Nunca se localizarían y nunca se publicarían. Si los Papeles de Pandora solo se hubieran trabajado en Latinoamérica, quizás nunca hubiéramos podido conocer nombres como el de Xavier García Albiol. O, si los Papeles de Panamá solo se hubieran trabajado en Alemania -de donde era el periódico que recibió esa filtración y decidió compartirla con el ICIJ-, nunca se habría desvelado el entramado empresarial del exministro José Manuel Soria.
Para el equipo español, compuesto por periodistas de El País y La Sexta, el mes de octubre de 2020 representó el pistoletazo de salida de la investigación. El primer contacto del ICIJ se materializó a través de un sencillo mensaje, mandado por la aplicación de mensajería instantánea Signal: “Tenemos algo que os puede interesar”. En una reunión por GoToMeeting (un servicio de videollamadas más seguro que los más tradicionales a los que ya nos habíamos acostumbrado durante la pandemia), la jefa del equipo de Datos del ICIJ, Emilia Díaz Struck, nos contó pocos detalles: “Es una filtración sobre despachos de abogados que puede estar bien. ¿Os apuntáis?”. Sí, sin dudarlo. Nunca se sabe cómo van a salir estas investigaciones; si esta vez tendremos información que tenga relevancia en España, o no. Siempre hay investigaciones más interesantes en África, otras en Estados Unidos…, pero hay que estar alerta, participar e invertir mucho tiempo “rascando” la documentación. Se hace esperando que, el año o año y medio que suelen llevar este tipo de trabajos, dé sus frutos. No obstante, es algo que no se sabe hasta que se ha empezado a bucear en la base de datos. Es parte del juego, hay que amar la trama tanto como el desenlace. Y se ama la trama porque es apasionante trabajar con un equipo de periodistas así y poder aportar un granito de arena; también para que el éxito, aunque esta vez quizá sea de otros, sea también nuestro. Trabajo en equipo.
Esa noche de octubre firmamos los contratos de confidencialidad con el Consorcio y nos metimos en la aventura. Nos dieron acceso a las dos plataformas principales de trabajo. Ambas encriptadas, con dos contraseñas, una de ellas que cambia cada 30 segundos. El nombre en clave del proyecto será Aladdin: el genio estaba a punto de salir de la lámpara.
La primera plataforma a la que tuvimos acceso todos los periodistas implicados se llamaba Datashare y es un sistema similar a un Google, pero a lo bestia: no solo identifica documentos, sino que sirve para buscar dentro de cada archivo. Las búsquedas se tienen que hacer de diversas formas, puesto que el análisis de datos es complejo. Hay que buscar con tildes y sin ellas; si hay una “ñ”, debemos escribir la palabra con ella o con “n”, y después empieza el juego con las diferentes combinaciones que nos podemos encontrar en España. Un “José María García López” puede estar con todas las tildes o con ninguna; aparecer como “José M. García López”, como “José M.ª G. Lopez” o como…, y cada una de esas formas hay que buscarlas una a una. ¿Se podría hacer automáticamente? Sí, pero en el caso español suele dar muchos falsos positivos. Buscamos por nombres, buscamos direcciones, buscamos empresas, se hacen deducciones para encontrar sociedades, por códigos de documentos o, incluso, por códigos postales.
La segunda plataforma se llamaba IHub y está planteada como un punto medio entre un foro clásico de internet y una red social al estilo de Facebook. Hay temas abiertos en los que compartir hallazgos y dudas, pero también un chat interno a través del que se puede hablar con cualquiera, sin importar si quien escribe es de una gran televisión chilena, de un pequeño medio alemán con cinco personas en redacción o de The Washington Post. En ese momento, estamos todos a lo mismo y en igualdad de condiciones. Es una especie de medio de comunicación interno. La primera web que abríamos todos los días y la última que mirábamos al acostarnos por si un compañero necesitaba ayuda o por si alguien comentaba que había hallado algo que podría interesarte a ti. Ya no mirábamos Instagram antes de dormir: teníamos otra afición.
La primera búsqueda en la base de datos fue: “Julio Iglesias de la Cueva”. ¡Bingo!
Tuvimos acceso a ambas plataformas un viernes por la noche. Inmediatamente empezamos a hacer las primeras búsquedas en la base de datos: “Julio Iglesias de la Cueva”. ¡Bingo! Fue rápido. El primer nombre tecleado... y había información. No es lo habitual. La media de hallazgos suele ser de, entre todo el equipo español, una historia a la semana. Esa primera semana se nos haría de madrugada mirando la documentación. Efectivamente, había muchos datos que tocaban a nuestro país.
La investigación aún no tenía nombre ni fecha de publicación, si bien ya teníamos que pensar en cómo íbamos a organizar el calendario. Lo primero era el rastreo de historias. Buscar qué podíamos contar, desentrañar las marañas de cada una de las posibles ideas que teníamos apuntadas en un archivo compartido, ir a buscar qué había realmente más allá del simple nombre de alguien en un papel. Ahí veríamos si se escondían detrás de las offshore órdenes religiosas; si los bancos servían para ocultar a narcotraficantes; si los despachos de abogados se saltaron la ley, o si había señales de fallos en los sistemas de vigilancia fiscal de nuestros países. Para eso hay que ir buscando nombres, direcciones, fechas, sistemas de codificación que vinculen las historias con España, etc. Y después trabajarlas. Ir más allá del “Fulanito aparece en los papeles de Pandora”.
¿Sabíamos que la documentación era buena? El ICIJ había hecho el primer chequeo y le había parecido que todo estaba correcto. Pero nosotros, aun así, teníamos que chequear uno a uno los documentos que fuésemos a trabajar y verificar su autenticidad: registros mercantiles españoles y extranjeros, registros de la propiedad y algún experto fiscal de máxima confianza nos ayudaron a verificar que eran documentos irrebatibles.
Lo descrito hasta aquí, desde octubre de 2020, es una primera fase que dura unos seis meses. La segunda, una vez seleccionadas las historias que habíamos ido recopilando, consistía en leer toda la documentación y hacer fichas (cada una, de varios folios) con toda la información que contábamos de cada caso, nuestras sospechas, la información que nos faltaba y con quien tendríamos que contactar para poder contar la historia más completa posible. Este trabajo, que con variaciones sobre el mismo tema lo hace cada medio involucrado, es cuando realmente se empieza a ver el resultado de los meses de trabajo. Es cuando se ve si tenemos dos o 15 historias, además del alcance que puede llegar a tener toda la investigación.
Y en medio de esta especie de pausa de organización -en la que, todo sea dicho, nunca nadie dejaba de buscar- es cuando también se baraja el nombre del proyecto. En un hilo en el iHub, la mencionada plataforma para compartir hallazgos, casi todos los miembros de la investigación fuimos soltando ideas de nombres (“las aliteraciones funcionan bien: Papeles de Panamá, LuxLeaks [Filtraciones de Luxemburgo]”, recordaba la editora de redes sociales del ICIJ) hasta dar con el definitivo: Papeles de Pandora. Esta vez no nos centrábamos en un país en concreto, sino que estábamos levantando la tapa sobre el sistema. Íbamos a abrir la caja que desvela todos los males de ese mundo, como ocurría con la homónima primera mujer creada por Zeus en la mitología griega. Podíamos demostrar que no se trataba de un despacho actuando mal, una manzana podrida, sino de un problema sistémico.
La última fase de nuestro trabajo, antes de escribir o montar la versión final de cada historia, es la de contactar con las personas que vamos a mencionar. Esta fase se pacta internacionalmente. Suele empezarse un mes antes de que se publique la información y la realizamos con un protocolo muy estricto. Se contacta con la persona, se trata de exponer la información únicamente al afectado, y se le da tiempo de réplica suficiente para poder explicarse. Esta suele ser la fase más delicada. A veces, hay que hacer llamadas simultáneamente para que los afectados no unifiquen la versión. O seguir buscando mucha información fuera de los documentos, incluso cuando dabas la historia por cerrada para poder hacer la llamada correcta. Además, no se sabe cómo será la reacción del afectado y eso puede afectar a toda la investigación. Todas las llamadas se graban por seguridad. Se hacen desde teléfonos fuera de centralita para que quede constancia en el registro telefónico de que se han realizado y, tras este paso, si es necesario, se envía un correo electrónico con acuse de recibo digital a los afectados con las preguntas que nos gustaría plantearle.
La publicación es la última fase. Y también hay que planearla. En La Sexta y El País -los únicos medios españoles en la investigación- sabíamos muy bien cómo debía hacerse: como si fuéramos un único medio. Porque la redacción de los Papeles de Pandora es solo una. Así que, como en las mejores parejas, se decide hablarlo todo hasta la saciedad. Que no haya malentendidos y que, si surgen, se solucionen lo antes posible. Con la confianza de que nadie se va a saltar un embargo, nadie va a querer destacar sobre el otro y, sobre todo, saber que cada información que demos va a servir para reforzar el proyecto.
Para poder contarse en profundidad y con calidad, cada información necesita su tiempo y su espacio
Con esa base se planteó el calendario de publicación. ¿Es necesario que se extienda tanto en el tiempo? ¿Ese goteo? ¿No estáis jugando con la información? Cada información, para poder contarse en profundidad y con calidad, necesita su tiempo y su espacio. El público también necesita tiempo para asumir la importancia de cada una de las historias y su peso. Y, después, se necesita más tiempo para valorar el conjunto. Desde el comienzo nos planteamos un leitmotiv: “El sistema fiscal mundial tiene grandes fallos del que se aprovechan las grandes fortunas y los mayores delincuentes”. Y con la documentación que teníamos lo podíamos demostrar. Pero, además de decirlo, teníamos que conseguir que el público llegara a la misma conclusión, y ello solo se puede hacer contando la película completa, paso a paso, capítulo a capítulo. Mostrando cada detalle. Que hay futbolistas, cantantes, políticos, empresarios, narcotraficantes, asesinos… que se escabullen del fisco porque se les deja y ahora en La Sexta y El País, junto con todos los compañeros del ICIJ, os los vamos a contar uno a uno.
Cuando llegó el 3 de octubre, a las 18:30 horas, la fecha y hora pactadas entre todos para publicar, los Papeles de Pandora estallaron. Desde que en 2015 empezamos a publicar investigaciones de este estilo, muchas cosas habían cambiado. Para empezar, ahora estábamos mucho más seguros en cada frase que decíamos. Suena ridículo y no es que antes no estuviéramos seguros, es solo que tras ver millones de documentos sabíamos que esta vez la información que teníamos era buena. Muy buena. Y que el trabajo se había hecho de manera impecable. Que todo había sido revisado cien veces y que si nos equivocábamos no iba a ser por falta de esfuerzo o por haber dejado a un lado nuestra responsabilidad periodística.
Pero sabíamos que había una dificultad añadida: el público está más “anestesiado” ante este tipo de informaciones. Es mucho más difícil llegar a conectar con ellos tan profundamente como en los Papeles de Panamá, que pillaron a todo el mundo por sorpresa, o como en los Implant Files, donde reinaban las historias humanas. Esto nos ha obligado a reinventarnos e intentar mejorar. Recordamos que los “nombres” de afectados no eran tan importantes como las buenas historias. Que no valía con un “Pep Guardiola aparece en los papeles de Pandora”, sino que fuera de los papeles teníamos que intentar recabar más datos: ¿para qué la usó?, ¿por qué?, ¿se acogió a la amnistía? Había que ir más allá que nunca. Y ahí empezaba otra aventura apasionante. Una aventura por cada una de las historias que íbamos a contar.