Con motivo del 125 aniversario de la Asociación de la Prensa de Madrid, el autor recoge los testimonios y experiencias al frente de la APM de sus cuatro últimos presidentes: Fernando González Urbaneja, Carmen del Riego, Victoria Prego y el actual, Juan Caño.
FELIPE SAHAGÚN*
Como suele decirse de la ONU, si la Asociación de la Prensa de Madrid (APM) no existiera, habría que inventarla.
Como asociación que desde finales de mayo de 2020 está celebrando 125 años, la APM ha sobrevivido al reinado de Alfonso XIII, a la dictadura de Primo de Rivera, a los seis años de la República, a los 36 de la dictadura de Franco y a los 45 de la democracia.
Ni sindicato defensor de derechos laborales ni colegio profesional de registro obligatorio para el ejercicio de la profesión, cada uno de los equipos o Juntas que la han gestionado en ese siglo y un cuarto -solo dos de ellos (los de Carmen del Riego y Victoria Prego) presididos por mujeres- ha dejado su huella, resultado de las prioridades y de las limitaciones de cada periodo.
Se define en sus estatutos de 2008 (con ligeros retoques en 2015 y 2019) como “asociación profesional sin ánimo de lucro, con personalidad jurídica propia […], regida por principios de democracia, pluralismo, transparencia y participación […], para la defensa de las libertades de información y expresión, la promoción del buen ejercicio profesional del periodismo, de la reputación de los periodistas y la preocupación por el bienestar de los socios”.
Apunte histórico
De “sociedad benéfica de socorros mutuos” al servicio de sus primeros 173 socios fundadores (con una sola mujer, Jesusa Granda), en sus 25 años al frente de la institución, su primer presidente, Miguel Moya, exdirector de El Liberal, sentó las bases del servicio médico y, con ayuda de la Corona, inició las obras y corridas de toros benéficas como fuente de fondos para ayudar a los profesionales en apuros.
Con su sucesor, José Francos Rodríguez, periodista y político que llegó a ocupar la cartera de Gracia y Justicia, se fundó en 1922 la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE), con unas 30 asociaciones; se construyó la sede social de la APM en el Palacio de la Prensa, en la madrileña plaza del Callao, y se comenzó a editar la Hoja del Lunes, que, hasta su desaparición en 1986, era una de las fuentes principales de ingresos de la APM.
Con esos ingresos, el tercer presidente y ministro del recién estrenado Gobierno republicano, Alejandro Lerroux, constituyó el Montepío de Periodistas para garantizar las jubilaciones y pensiones de los asociados y sus familiares.
Como el resto de las instituciones, la APM pagó la locura de la Guerra Civil con su escisión en dos Juntas Directivas (una en el bando nacional, con el exdirector de Informaciones Víctor Ruiz Albéniz al frente, y otra en Madrid, dirigida por Javier Bueno); el asesinato de su cuarto presidente, Alfonso Rodríguez Santamaría, en 1936, y la ejecución, tras ser detenido, del quinto, Javier Bueno, en 1939.
Sin elecciones, con las bendiciones del régimen, durante los primeros doce años del franquismo dirigieron la APM Albéniz, José María Alfaro y, de forma interina, de 1947 a 1951, Víctor de la Serna y Lucio del Álamo.
Del Álamo, vencedor en las elecciones del 51, dimitía cuatro años más tarde al naufragar su proyecto de construcción de “viviendas dignas y asequibles” para los periodistas madrileños, pero nunca renunció a su megalómano proyecto, el fruto más importante de su presidencia, junto con la puesta en marcha de las primeras facultades de Ciencias de la Información.
En 1967, tras los mandatos de Manuel Aznar y Pedro Gómez Aparicio, en los que se aprobó el primer estatuto del periodista y se sustituyó la Ley de Prensa del 38 por la llamada Ley Fraga -que ponía fin a la censura previa-, Del Álamo era elegido de nuevo y retomaba de inmediato, esta vez con éxito, la idea de una Ciudad de los Periodistas.
Apoyada por la mayor parte de la profesión, tres de cada cuatro afiliados adquirieron una vivienda, lo que generó un endeudamiento descomunal que lastró la gestión de la Asociación durante muchos años.
Para salir del agujero, se hipotecó el Palacio de la Prensa, y Luis María Anson, sucesor de Del Álamo y, junto con Emilio Romero, Juan Luis Cebrián y Pedro J. Ramírez, uno de los directores más importantes de periódicos españoles en la Transición, redujo la deuda vendiendo buena parte del edificio del Callao y consiguiendo para la APM una nueva sede -la actual-, en el edificio que alojó durante décadas al Sindicato de la Marina Mercante, en la calle de Juan Bravo.
Desde entonces, primeros años de la década de los 80, sin fuentes importantes de ingresos, los grandes desafíos de todos los que se han responsabilizado de la APM, sin renunciar a su misión original, han sido mantener un servicio médico adecuado, sin caer de nuevo en la insolvencia, y convertir la Asociación en la representación oficial que necesitan los periodistas en una democracia y en la era digital.
Las grandes aportaciones de las Directivas de Jesús de la Serna (1993-1999) y Alejandro Fernández Pombo (1999-2003) fueron la reorganización de los servicios médicos, el acuerdo con la Clínica de la Concepción -centro asistencial de referencia de los asociados (4.800 en la actualidad)- y la puesta en marcha del Programa Primer Empleo, que, con el apoyo de algunas de las principales empresas españolas, ayuda a recién titulados en Periodismo -tras superar una doble selección muy competitiva en sus universidades y en la APM- a iniciarse en la profesión en condiciones dignas.
Primera década del siglo XXI
Como la mayor parte de los socios, Fernando González Urbaneja, vinculado desde 1974, apenas se relacionó con la APM hasta finales de los 90.
“Una vez pedí amparo por ataques insidiosos de Ruiz Mateos, pero ni siquiera recibí respuesta”, recuerda. “Llegué a la Directiva de la mano de Luis Ángel de la Viuda, pero no fue elegido y acabé de tesorero con Fernández Pombo”. Pensó en dimitir por pertenecer a la candidatura perdedora, aunque fue el más votado y se quedó.
En los cuatro años de tesorero, uno de los mejores puestos para conocer la casa, su historia y sus posibilidades, continuó el saneamiento de la gestión y de las cuentas de la APM y de la FAPE, “que eran catastróficas”.
Concluido el mandato, pensó que la APM podía ser más ambiciosa, que había que renovar y aspirar a más: más socios, más servicios, más presencia pública y más apoyo a la profesión. Hoy recuerda con satisfacción el resultado de aquellas promesas, recogidas en el programa de su candidatura en 2003.
“Añadimos más de 2.000 socios, pasando de 5.000 a 7.000, hicimos muchas más cosas (el Informe Anual de la Profesión Periodística, la revista Cuadernos de Periodistas, coloquios, debates, cursos, asistencia jurídica…), y defendimos y consolidamos el servicio médico, una reliquia difícil de sostener solo justificada por el hecho de existir”.
La casa de Juan Bravo se convirtió en lugar de peregrinaje de socios que acudían a contar sus penas. González Urbaneja y su equipo escucharon, animaron, mediaron -labores poco gratas y menos reconocidas- y, al mismo tiempo, dieron mucha más visibilidad o presencia a la Asociación en el debate público.
Pisaron charcos, asumieron riesgos, presentaron propuestas de todo tipo, multiplicaron las declaraciones y las denuncias… “Si lo hicimos bien o mal, cada uno tendrá su opinión”, comenta.
Tras dos mandatos, dejó la presidencia por voluntad propia, a pesar de las presiones para seguir, porque consideró que el ciclo estaba cumplido y no daba más de sí. “La dejé con frustración, con decepción, porque veía que la APM era mucho, pero podía muy poco”, confiesa con cierta amargura.
“Muchos socios, pero poco poder y poca influencia. Para superar esa situación, hacía falta una renovación a fondo, convertir una asociación privada y voluntaria en un grupo de presión con fuerza. Y eso no llegaría por ser un colegio o algo semejante. La fuerza e influencia se adquiere por ejercicio, por demostración”, argumenta.
“Mi conclusión entonces y ahora (no compartida por otros colegas) es que esa fuerza se adquiere representando plenamente a los periodistas en todas sus facetas, incluidos los convenios colectivos -prosigue González Urbaneja-. Negociar convenios da fuerza e influencia, se pueden conseguir cosas, se puede marcar tendencia… Sin eso, la APM será una asociación de segunda, con historia, pero sin fuerza y abocada a desaparecer cuando llegue una Directiva inane o golfa, algo que ya ocurrió en alguna ocasión de nuestra historia”.
Para conseguir esos objetivos, González Urbaneja considera que hay que negociar con los sindicatos el espacio propio de cada cual: “Entre los periodistas, los sindicatos no tienen penetración ni la tendrán. Los periodistas son asalariados, pero también autónomos y siempre una profesión algo liberal. En los medios, los periodistas son hoy (era digital) mayoría, de manera que los sindicatos de industria o administración son poco relevantes. Y la lógica del convenio del periodista no es la clásica estrategia sindical. Tenemos algo más que proponer, aliados con los sindicatos en algunos aspectos, pero a nuestra manera”.
Una de sus frustraciones de aquella experiencia es lo que se hubiera podido conseguir si en los últimos diez años de crisis los periodistas hubieran asumido un papel más activo e inteligente en la negociación de los convenios. “La crisis hubiera sido más llevadera y tendríamos más poder en las redacciones y en las empresas”, señala.
González Urbaneja: “Creo que la APM que dejé era mejor que la que recibí, pero insuficiente”
“La otra frustración que tengo es que avanzamos muy poco, a pesar de la Comisión Deontológica y otras decisiones, en la defensa de la ética profesional, las reglas del oficio. Si el periodismo tiene futuro es precisamente sustentado en una exigente deontología. No hemos logrado reforzar a los periodistas en las redacciones, los directores han perdido fuerza y los editores no han asumido que los periodistas son su principal activo, pero tampoco les hemos ayudado a que así sea”, lamenta.
“Hice lo que pude”, concluye. “Creo que la APM que dejé era mejor que la que recibí, pero insuficiente, sin poder ni influencia”.
La primera presidenta (2011-2015)
“Hablar de dificultades con lo que estamos viviendo ahora”, explica Carmen del Riego, “puede sonar a broma; pero cuando llegué a la presidencia de la APM, a finales de 2011, si algo caracterizaba a la situación general, y a la de nuestra profesión en particular, era la crisis. Económica, derivada de la recesión que afectaba a España y a otros muchos países desde 2008, la cual, unida a la crisis intrínseca del periodismo, produjo unas situaciones tremendas. Expedientes de Regulación de Empleo, paro, cierre de medios de comunicación y rebajas de sueldos fueron la tónica de los cuatro años que estuve al frente de la Asociación de la Prensa de Madrid”.
“Sin embargo, fue un honor presidirla, y, junto con un gran equipo que me acompañó y la inestimable ayuda de mi predecesor, Fernando González Urbaneja, creo que estuvimos a la altura con ayudas a los asociados que peor lo estaban pasando”, agrega.
Un problema que ocupó muchas horas de trabajo a Del Riego y todo su equipo fue el servicio médico de entonces, “que pudimos preservar, a pesar de los retrasos en los pagos que sufríamos todos los trimestres y de los problemas económicos que eso nos provocaba en un momento en el que hubiéramos necesitado todos los recursos para emplearlos en las malas condiciones de nuestros asociados”.
De lo que más orgullosa se siente hoy es de la defensa de la profesión durante esos años con campañas como “Gratis no trabajo” o “Sin preguntas no hay cobertura”.
Del Riego: “Fuimos policías persistentes en la fiscalización de los comportamientos de los poderes”
“Fuimos unos policías persistentes en la fiscalización de los comportamientos de los poderes políticos y económicos, y esto hizo que nuestra querida APM se convirtiera en un referente de la profesión. De ahí el número de socios que conseguimos, que se sentían representados, y a la que miraban no solo periodistas en activo, sino también los estudiantes que aspiraban a formar parte de la profesión”, asegura.
Como colofón de aquella experiencia, la primera mujer que presidió la Asociación recurre a palabras de Gabriel García Márquez: “Dijo que nuestro oficio es el más bonito del mundo. Pues yo tengo que decir que mi paso por la presidencia de la APM lo hizo aún más bonito, aunque también conocí desde la presidencia de la Asociación el lado más oscuro de la profesión”.
Los años de Victoria Prego (2015-2019)
Los primeros días al frente de la APM, en 2015, Victoria Prego los recuerda como “un bautismo de fuego”. “Apenas 15 días después de haber tomado posesión, me topé con un acontecimiento traumático que supuso un verdadero shock para todos los periodistas asociados a la APM y para sus familias: por iniciativa del grupo parlamentario socialista, la Asamblea de Madrid puso fin al modelo de asistencia médica que, con todas las dificultades imaginables durante los últimos años, había mantenido la APM administrando el dinero que le suministraba cada trimestre la Comunidad de Madrid para atender la salud de sus afiliados”.
Prego califica de abrupto aquel final porque “la idea inicial de la Asamblea fue que, a 31 de diciembre de ese año, el tradicional servicio médico de la APM desaparecería sin más. Esto hubiera supuesto un auténtico drama para centenares de asociados y sus familiares, que estaban sometidos a tratamientos prolongados por enfermedades graves, como cánceres, diabetes o problemas coronarios, y también para las embarazadas a término o con gestaciones de riesgo. Era una barbaridad insostenible con consecuencias potencialmente gravísimas para la salud y también para la tranquilidad de todos nuestros miles de afiliados”.
El equipo directivo de la APM recién constituido -aunque la mayor parte de la Junta Directiva provenía del mandato anterior- se puso a trabajar incansablemente para revertir urgentemente la situación creada por la desconsiderada y hasta cruel decisión adoptada por la Asamblea de Madrid y para encontrar una salida que garantizara la atención sanitaria de los periodistas madrileños y de sus familias, toda vez que los acuerdos de años anteriores con la Comunidad habían dejado fuera de los servicios de la Seguridad Social a todos los que estaban suscritos al servicio médico de la APM.
“Nos encontrábamos de la noche a la mañana sin el servicio médico tradicional de la APM y sin tener acceso a las prestaciones sanitarias de la Seguridad Social. No exagero nada si aseguro que nos encontrábamos ante una situación dramática”, aclara.
Finalmente, y en un tiempo récord, la Junta Directiva encontró las salidas a tan negro panorama y que tantísimo alarmó a los asociados: se acordó una prórroga de seis meses para ir cerrando el servicio médico de la APM y que permitiera al mismo tiempo ir incorporando progresivamente a todos los periodistas a la red de Salud Pública. Simultáneamente a esa negociación se abrió otra, que concluyó en un acuerdo con la aseguradora privada del Colegio de Abogados de Madrid, que entonces se llamaba MUSA y ahora renombrada Nueva Mutua Sanitaria.
“Fue entonces, y ni un minuto antes, cuando todos los miembros de la Junta Directiva de la APM pudimos empezar a respirar aliviados”, reconoce Prego.
Resuelto este problema crucial, la Junta Directiva se dedicó a ejercer su papel tradicional, esto es, a convocar innumerables cursos de formación para periodistas noveles y veteranos, a ampliar el ámbito de las cuestiones que preocupan a la profesión, tan vapuleada en estos tiempos, y a promover el Informe Anual de la Profesión Periodística, que año tras año realiza -y sigue realizándolo ahora- un retrato muy aproximado de la realidad del periodismo en España y de la verdad de quienes lo practicamos cada día.
“Pude observar más de cerca el deterioro progresivo de la realidad en la que se ejerce la profesión en este momento: sueldos cada vez más bajos, la proletarización de nuestro oficio, el desdén creciente de las empresas de comunicación hacia el valor insustituible de la información libre en toda sociedad democrática y la degeneración subsiguiente en términos profesionales y éticos de muchos de quienes ejercemos hoy día esta profesión”, explica.
Prego procedía, en sus propias palabras, de “una Edad de Oro del periodismo español”: el que se ejerció inmediatamente antes de la muerte de Franco, durante los años de la Transición y la aprobación del texto constitucional y el tiempo que siguió a esas conquistas de las libertades.
“Aquel era un periodismo libre e independiente, aunque beligerante en defensa de la democracia recién conquistada”, afirma. “Periodismo pata negra”.
“Ese tiempo ha muerto”, añade. “Muchos, demasiados, de nuestros colegas están entregados hoy a dos tentaciones que destruyen en mi opinión el compromiso con el código ético elemental de quien se dedica al servicio esencial de proporcionar información libre y veraz al ciudadano”.
“Una de esas tentaciones demoledoras para el prestigio social del periodismo y de quienes lo ejercemos es la adscripción partidista, de modo que se adjudica al periodista la pertenencia, no solo la simpatía, sino una proximidad mucho mayor, a un partido determinado. El resultado es la devaluación ante los ojos de los ciudadanos -que dicho sea honradamente, cada vez son menos- que buscan en sus crónicas o en sus análisis auténtica información libre e independiente”, apunta.
Este fenómeno, muy extendido en la actualidad, según Prego, “ha privado grandemente a la tarea de informar de la credibilidad exigible para cumplir el servicio irrenunciable de proporcionar a la sociedad los elementos básicos imprescindibles para que los ciudadanos se formen su criterio libre de manipulación”.
El otro fenómeno que, en su opinión, ha devaluado el prestigio social del periodismo, reputación que no deja de caer año tras año, sondeo tras sondeo, es “el llamado periodismo-espectáculo, una variedad a la que son adictas las distintas cadenas de televisión. Ya no se busca tanto la confrontación de ideas cuanto la bronca entre periodistas de uno y otro ‘bando’ para conseguir el nivel suficiente de espectáculo que atraiga la atención de la audiencia y satisfaga su deseo de presenciar un circo que les entretenga”.
Finalmente, añade, “la relación de determinados poderes, económicos, políticos o culturales con el periodismo ha acentuado su eterna inclinación a poner al informador al servicio exclusivo de sus intereses o necesidades. Y como el periodista tiene familia y tiene también que comer todos los días varias veces, como el resto de la humanidad, muchas veces no tiene más remedio que someterse al ‘amo’. A veces, incluso lo hace con gusto”.
Prego: “La APM defiende la supervivencia de un periodismo libre, un arduo pero imprescindible trabajo”
“De todo eso se ocupa cada día la Asociación de la Prensa de Madrid”, concluye. “De recordar a los periodistas su obligación de cumplir los principios éticos que están en la base de nuestro oficio; de reconvenir a quienes los incumplen; de defender a aquellos colegas que son acosados o desacreditados en las redes por cumplir con su deber de proporcionar a los ciudadanos una información independiente y veraz, y, en términos generales, de defender la supervivencia de un periodismo libre sin el cual ninguna sociedad democrática estaría en condiciones de sobrevivir. Arduo, pero imprescindible trabajo”.
El primer año de Juan Caño
“Qué triste es entrar en la casa de los periodistas en Juan Bravo y ver botes de gel hidroalcohólico por doquier, mascarillas, mamparas, barreras para mantener la distancia y el salón de actos con su aforo reducido a 30 personas… Qué triste es sufrir el desplome de los ingresos de la APM porque hay asociados que no pueden abonar sus cuotas, inquilinos que no pueden pagar el alquiler, Corridas de la Prensa que no se celebran, salones que no se alquilan… Qué triste es tener que implantar medidas de austeridad: un Expediente de Regulación Temporal de Empleo a los empleados, ahorros de nóminas al no cubrir bajas por jubilación, eliminación de todo tipo de gastos prescindibles y superfluos…”. Así resume en diciembre de 2020 Juan Caño, el actual presidente de la APM, su estado de ánimo.
La Junta Directiva que hoy gobierna la Asociación tomó posesión de sus cargos a principios de diciembre de 2019, cuando todavía no se sabía en nuestro país qué era eso de la COVID-19. “La pandemia nos pilló desprevenidos, como a todos”, reconoce.
“Pero estamos capeando el temporal y todavía tenemos intactas nuestras ilusiones para una gran celebración del 125 aniversario de la Asociación, aunque se retrase unos meses”, añade.
Caño afirma que “el trabajo en estas excepcionales condiciones está siendo duro, pero continúa siendo gratificante poder hacer algo por los compañeros”.
En tres Juntas Directivas anteriores, con Luis Apostua, Luis María Anson y Alejandro Fernández Pombo, sirvió como vocal. “Fueron tiempos de vacas gordas y la salud financiera de la APM rebosaba…”, apunta. “Definitivamente, eran otros tiempos”.
En los de ahora toca mantener los servicios esenciales y buscar financiación de debajo de las piedras para los proyectos. “Continuamos con el magnífico Programa Primer Empleo, ideado por Jorge del Corral hace 20 años, y con el de Prensa en la escuela, que puso en marcha durante su presidencia Fernando González Urbaneja y que este año acaba de recibir el Premio Nacional al Fomento de la Lectura, que otorga el Ministerio de Cultura y Deporte”.
“Además, hemos conseguido que en los Presupuestos Generales del Estado se conceda el título de ‘evento de excepcional interés público’ a los actos de celebración de nuestro siglo y cuarto de vida, lo cual supone importantísimos beneficios fiscales a los patrocinadores”, agrega.
Durante los meses de confinamiento, todos los miembros de la Junta Directiva se repartieron un listado de socios de honor, los que han pertenecido a la Asociación durante 50 años o más, para telefonearles e interesarse por sus necesidades. Asimismo, el Comité de Solidaridad de la Junta propuso -y fue unánimemente aprobado- que se concedieran moratorias y/o condonación de cuotas a los compañeros con dificultades.
Entre los momentos más tristes, Caño recuerda “cuando, al comienzo de cada una de las dos Asambleas Generales celebradas durante este mandato, tuvimos que ponernos de pie y guardar un minuto de silencio en honor y recuerdo de los compañeros fallecidos, especialmente por aquellos a los que se llevó la COVID-19”.
Caño: “La APM continúa adelante, contra viento y marea, defendiendo la dignidad de la profesión y la libertad de expresión”
Caño se siente reconfortado por el apoyo de sus predecesores en la presidencia de la APM: Anson, González Urbaneja, Del Riego y Prego. “Puede cambiar el presidente, pero la APM continúa adelante, contra viento y marea, defendiendo la dignidad de la profesión y la libertad de expresión”, recalca.
El actual presidente termina su resumen del primer año de mandato, con tres más por delante, recordando que “hemos alzado la voz en 26 ocasiones durante el último año con comunicados denunciando ataques a la libertad y subrayando nuestro eslogan ‘sin periodismo no hay democracia’, y hemos conseguido ciertos avances en las ruedas de prensa telemáticas, pero no hemos logrado una unión de la profesión para que los vetos a un medio determinado se traduzcan de inmediato en ausencia de cobertura informativa del resto de los medios”.
*Felipe Sahagún es periodista, profesor titular de Relaciones Internacionales en la Universidad Complutense de Madrid y miembro de la Comisión de Publicaciones y Comité Editorial de la APM
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LA HISTORIA DE LA ASOCIACIÓN DE LA PRENSA
Por VÍCTOR OLMOS, historiador de la APM
La Asociación de la Prensa de Madrid cuenta, desde el año 2011, con una historia detallada y completa de su centenaria vida, La casa de los periodistas. Son tres tomos, de 700, 765 y 1.330 páginas, respectivamente, en los que se relata minuciosamente y con todo detalle lo más importante acontecido desde 1895, año de su fundación, a 1950 (primer tomo), de 1951 a 1978 (segundo tomo) y de 1979 a 2010 (tercer y último tomo).
Para los miembros de la APM interesados en hacerse con ellos, la actual Junta Directiva ha decidido entregárselos gratuitamente, siempre que acudan a recogerlos a la sede de la Asociación. No obstante, aprovechando el 125 aniversario de la constitución de la entidad, tal vez os interese saber algo de cuándo y cómo se fraguó y se compuso esta historia... contado por su propio autor, nuestro compañero Víctor Olmos:
Cuando, en diciembre de 2004, la Directiva de entonces me preguntó, por medio del entonces vocal Nemesio Rodríguez (hoy presidente de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España), si estaría dispuesto a escribir la historia de la Asociación de la Prensa de Madrid, no tardé ni un segundo en responder afirmativamente.
Yo sentía un cariño especial por la Asociación, en la que había ingresado hacía nada menos que 45 años, concretamente en 1959, y figuraba con el número 63 en el listado de los más de 6.000 socios de entonces (hoy, 16 años más tarde, soy el número 9 de los 4.800 asociados de ahora). Por ello, me enorgulleció profundamente que se me encomendara tan importante misión.
Acababa de cumplir los 69 años (hoy tengo 85) y me dedicaba a escribir libros sobre instituciones periodísticas. La historia de la Asociación, pues, encajaba perfectamente en el tipo de historias que había escrito hasta aquel momento (la Agencia Efe, ABC y El Mundo) y la posibilidad de investigar y escribir sobre la agrupación que acogía en su seno a los periodistas madrileños me atraía enormemente.
Me aproximé a este cometido, que me llevó seis largos e interminables años (de 2005 a 2011), a lo largo de los cuales investigué y escribí día a día, festivos incluidos, como un periodista agradecido por el apoyo que siempre recibió de la entidad que iba a historiar. Y esta gratitud hacia la Asociación me ayudó en la búsqueda del título final del libro. Durante un tiempo flirteé con el tradicional y socorrido título de Historia de la Asociación de la Prensa de Madrid, pero no me convencía del todo. Me parecía frío, insensible e institucional. No reflejaba el tipo de historia que iba a escribir.
Yo pretendía escribir la historia de “Mi casa”, de “Nuestra casa”, ya que, en mi opinión, la Asociación ha sido, es y será “La casa” a la que acuden los periodistas cuando tienen un problema del tipo que sea y “La casa” de la que siempre salen reconfortados y optimistas. Sobre estas bases, pues, está concebida y escrita La casa de los periodistas. Y esta identidad de “casa” quedó perfectamente reflejada en las portadas de los tres tomos que componen la obra: el primero, un boceto del Palacio de la Prensa, de la plaza del Callao, que el rey Alfonso XIII inauguró en 1930, como sede oficial de la Asociación; el segundo, una imagen de las casas de los periodistas, que nuestra agrupación edificó, a finales de los años 60, para facilitar viviendas dignas y asequibles a los periodistas y sus familias, y el tercero, la fachada de nuestra sede actual, que se inauguró en 1983.
Nuestra historia es la historia del periodismo y de los periodistas madrileños desde finales del siglo XIX a la actualidad, y por ella transitan, por citar solo unas pocas, figuras legendarias, como Alfredo Vicenti, director de El Globo y auténtico padre fundador de nuestra institución; Miguel Moya, director de El Liberal y primer presidente; José Francos Rodríguez, médico y director de El Heraldo de Madrid, que creó el servicio médico; el que fue presidente del Gobierno en la II República, Alejandro Lerroux; el cronista de guerra Víctor Ruiz Albéniz; el controvertido Lucio del Álamo, que concibió la Ciudad de los Periodistas; Luis María Anson; Fernando González Urbaneja, que propició esta historia, dándome absoluta libertad para su composición, y Jesusa Granda, la única mujer de entre los 173 socios fundadores de nuestra “Casa”, que daba prueba evidente de la modernidad de la organización creada a finales del siglo XIX.
Las principales fuentes de información que utilicé para componer nuestra historia fueron, en primer lugar, todas las actas de las Juntas Directivas y de las Asambleas Generales -algunas pocas habían desaparecido-. Fueron unas 1.700, calculando un promedio ligeramente superior de una al mes, que analicé con lupa, de la “a” a la “zeta”, convirtiéndome, sin la menor duda, en el primer y posiblemente único periodista que las ha leído todas. Y también innumerables recortes de prensa, biografías de periodistas, historias del periodismo español y mundial, diarios, revistas y medios de la época historiada, textos de historia de España, además de horas y horas en archivos periodísticos y entrevistando personalmente a compañeros, entre ellos, todos los presidentes vivos en aquel momento (Luis María Anson, Juan Roldán, Jesús de la Serna, Alejandro Fernández Pombo y Fernando González Urbaneja), que bien habían escuchado de viva voz acontecimientos vividos u oído de periodistas participantes o fueron actores destacados de los sucesos narrados en nuestra historia. En otras palabras, para escribir este relato, como se dice popularmente, removí Roma con Santiago.
Es imposible reflejar los numerosos sucesos ocurridos en la Asociación que se cuentan a lo largo de las casi 3.000 páginas de estos tres tomos (el que tenga verdadero interés que los lea), pero destacan, en los primeros años de su constitución, su entrega (hoy día sigue la misma entrega) en la defensa de sus socios, como cuando, en 1896, defendió a capa y espada al periodista y novelista Vicente Blasco Ibáñez, detenido por el Gobierno al haberse enfrentado editorialmente a él; o la ayuda prestada a los periodistas necesitados, como cuando, en 1899, auxiliaron a Ramón del Valle-Inclán, proporcionándole un brazo de goma con el que sustituir el que había perdido en una refriega, o el orgullo profesional de la entidad, que, indignada, no dudó en expulsar a un asociado tan ilustre como Azorín, en 1928, por firmar, junto a otro dramaturgo, una comedia, El Clamor, en la que se mofaba de la práctica del periodismo.
Y también cómo afectó a la Asociación la Guerra Civil española, en la que, en sus inicios, fue asesinado en zona republicana el presidente Alfonso Rodríguez Santamaría, subdirector del diario conservador ABC, y, más tarde, al finalizar esta, el presidente Javier Bueno, director del diario socialista Claridad, fue ejecutado por los vencedores de la contienda. Todo ello sin olvidar el funcionamiento, tan esencial como eficaz, del servicio médico y de las Corridas de Toros de la Prensa; la colaboración prestada por la Asociación en el desarrollo de la Ley de Prensa de 1966, que comenzó a liberalizar la profesión de periodista, sojuzgada por el Gobierno de la dictadura desde 1939; o los premios periodísticos anuales, como el Premio Larra, que, en el año 2001, ganó una joven periodista de TVE, Letizia Ortiz, que pasados los años sería reina de España, o la creación, en 2004, de la Comisión de Arbitraje, Quejas y Deontología del Periodismo, con el objetivo de que sean los propios periodistas los que velen por el buen ejercicio de la profesión.
Nuestra historia escudriña todos los rincones, sin barrer nada debajo de la alfombra, y relata, por ejemplo, el papel que la Asociación desempeñó en la oscura etapa de la depuración periodística que se produjo durante los primeros años tras la Guerra Civil; las partidarias y poco creíbles informaciones políticas, siempre en defensa del Gobierno por parte del periódico de los periodistas madrileños, la Hoja del Lunes, o las irregularidades que se produjeron en la construcción de la Ciudad de los Periodistas.
En fin, mi preocupación principal fue no dejarme nada relevante en el tintero y contar lo sucedido con objetividad y rigor. Espero haberlo conseguido.