Por qué presenté mi dimisión al ‘Telegraph’
Por su interés para la libertad de prensa y como ejemplo de dignidad periodística, se traduce a continuación la carta en la que explica su dimisión Peter Oborne, excorresponsal político del Telegraph, publicada originariamente en Open Democracy [1]. El texto comienza así: “La cobertura sobre el HSBC del diario británico Telegraph es un fraude para sus lectores. Si los grandes periódicos permiten que las empresas influyan en sus contenidos por miedo a perder sus ingresos publicitarios, la democracia en sí misma está en peligro”.
PETER OBORNE*
Hace cinco años me invitaron a ser el cronista jefe de política del Telegraph. Me sentí muy orgulloso de aceptar el trabajo. El Telegraph llevaba siendo desde hace mucho tiempo el periódico conservador más importante de Gran Bretaña, admirado tanto por su integridad como por su magnífica cobertura de las noticias. Cuando me uní al Telegraph, acababa de estallar el escándalo de los gastos parlamentarios, la primicia política más importante del siglo XXI.
Era consciente de que estaba formando parte de una formidable tradición de crónica política. Antes de incorporarme a mis obligaciones como columnista, me pasé las vacaciones de verano leyendo los artículos del gran Peter Utley, editados por Charles Moore y Simon Heffer, otros dos grandes maestros de este arte.
Nadie ha expresado tan bien como Utley la silenciosa decencia y el pragmatismo del conservadurismo británico. El [Daily] Mail es escandaloso y populista, mientras que The Times está orgulloso de moverse según el viento que marque la voz de la clase oficial. El Telegraph permanece en una tradición diferente. Lo lee toda la nación, no solo la City o Westminster. Está seguro de sus propios valores. Es famoso desde hace años por el rigor de sus noticias. Imagino que sus lectores son abogados de pueblo, pequeños empresarios que viven al día, estresados secretarios de embajadas, maestros, personal militar, granjeros, gente decente que tiene un interés por el país.
Mi abuelo, el teniente coronel Tom Oborne, fue un lector del Telegraph. También fue sacristán y tuvo un papel importante en la Agrupación Conservadora de Petersfield. Tenía una especie de repisa en la mesa y leía el periódico detenidamente mientras desayunaba huevos con beicon, dedicando una especial atención a los editoriales. A menudo pensaba en mi abuelo cuando escribía mis columnas en el Telegraph.
“No sabes de qué narices hablas”
Las ventas bajaban rapidamente cuando en septiembre de 2010 empecé a trabajar en el periódico, y sospecho que ello hizo que los dueños entraran en pánico. Empezaron los despidos y la dirección dejó claro que pensaba que el futuro de la prensa británica debía ser digital. Murdoch MacLennan, el director ejecutivo [del Grupo Telegraph Media], me invitó a comer en el Hotel Goring, cerca del Palacio de Buckingham, donde les gusta hacer sus negocios a los directivos del Telegraph. Le rogué que no subestimara el periódico, señalando que todavía tenía unas ventas de más de medio millón de ejemplares. Le dije que nuestros lectores eran leales, que el diario aún era rentable y que los dueños no tenían derecho a destruirlo.
Los despidos continuaron. Poco después me encontré por casualidad con MacLennan en la cola para dar el pésame en el funeral de Margaret Thatcher y, una vez más, le supliqué que no subestimara a los lectores del Telegraph. Me contestó: “No sabes de qué narices estás hablando”.
Los acontecimientos en el Telegraph se volvieron cada vez más descorazonadores. En enero de 2014, el director, Tony Gallagher, fue despedido. Había sido un gran director, muy respetado por la redacción. Gallagher fue reemplazado por un americano llamado Jason Seiken, que aceptó el cargo como “jefe de contenido”. En los 81 años que pasaron entre 1923 y 2004, el Telegraph tuvo seis directores, figuras destacadas todos ellos: Arthur Watson, Colin Coote, Maurice Green, Bill Deedes, Max Hastings y Charles Moore. Desde que los hermanos Barclay compraron el periódico hace once años ha habido más o menos seis más, aunque es difícil estar seguro, ya que desde la llegada del señor Seiken se suprimió el puesto de director, para ser reemplazado por el de jefe de contenido (de lunes a viernes). Solo en 2014 hubo tres directores (o jefes de contenido).
En los últimos doce meses, las cosas han ido a mucho peor. La sección de Internacional –magnífica bajo la dirección de David Munk y David Wastell– ha sido diezmada. Como todos los reporteros saben, ningún periódico funciona sin subdirectores habilidosos. La mitad han sido despedidos y el director adjunto, Richard Oliver, se ha marchado.
Los solecismos, impensables hasta hace muy poco, son ahora habituales. Hace poco a los lectores se les habló de alguien llamado duque de Wessex. El príncipe Eduardo es el conde de Wessex. Había una historia que salía en primera página acerca de la cacería del ciervo. En realidad, trataba sobre la caza del ciervo, una actividad completamente diferente. Obviamente, la dirección no le da importancia a simpáticas diferencias como esta. Pero los lectores sí, y hasta hace poco en el Telegraph se tenía mucho cuidado en contar bien estas cosas.
La llegada del señor Seiken coincidió con la de la cultura del clic. Parecía que las historias ya no eran valoradas por su importancia, rigor o el gusto de los que realmente compraban el periódico. El criterio más importante parecía ser el número de visitas online. El 22 de septiembre, la edición digital del Telegraph publicó una historia acerca de una mujer con tres pechos. Un desesperanzado directivo me dijo que se sabía que la historia era falsa incluso antes de publicarla. No tengo ninguna duda de que se publicó solo para generar tráfico en la web, y puede que se tuviera éxito. No digo que el tráfico online no sea importante, pero a largo plazo, sin embargo, este tipo de episodios hacen un daño incalculable a la reputación del diario.
‘¿Abierto al negocio?’
Con la caída en los estándares se ha producido una situación aún más preocupante. Siempre ha sido un axioma para la calidad del periodismo británico que el departamento de publicidad y la redacción estuvieran rigurosamente separados. Hay muchas pruebas que demuestran que, en el Telegraph, esta diferencia ha desaparecido.
El año pasado trabajé en una historia sobre el gigante bancario internacional HSBC. Musulmanes británicos de sobra conocidos habían recibido de forma inesperada cartas del banco informándoles de que sus cuentas habían sido cerradas. No les daban ninguna razón y dejaban claro que no había forma de recurrir la decisión. “Es como si te cortan el agua”, me dijo una víctima.
Cuando envié el texto para que lo publicaran en la web del Telegraph, me dijeron al principio que no habría ningún problema. Cuando no se publicó, pregunté por qué. Me dieron varias excusas, y luego me indicaron que había un problema legal. Cuando pregunté a ese departamento, los abogados me dijeron que desconocían que hubiera algún problema. Cuando seguí insistiendo, un directivo me llevó aparte y me dijo que “había una pequeña cuestión” con el HSBC. Al final me di por vencido con desesperación y ofrecí el artículo a Open Democracy. Titulado “¿Abierto al negocio?”.
Entre 1923 y 2004, el Telegraph tuvo seis directores; en 2014, tres
Investigué la cobertura que había hecho el periódico sobre el HSBC. Y descubrí que Harry Wilson, el corresponsal de banca del Telegraph, había publicado una historia en la edición digital sobre el HSBC basada en un informe de un analista de Hong Kong que afirmaba que había un “agujero negro” en las cuentas del banco. La historia fue retirada rápidamente de la web, incluso sin existir ningún tipo de problema legal. Cuando pregunté al HSBC si se había quejado por el artículo de Wilson o había tenido algo que ver en la decisión de eliminarlo de la página, el banco prefirió no hacer ningún comentario. Los tuits que escribió por entonces el señor Wilson acerca de la historia se pueden encontrar aquí. El artículo, sin embargo, ya no está disponible en la página web como puede descubrir cualquiera que pinche en el enlace. El señor Wilson, de forma muy valiente, habló sobre el tema de forma pública en la reunión informal que Jason Seiken mantuvo con la redacción cuando se presentó a los trabajadores. Dejó el periódico poco después.
El 4 de noviembre de 2014, una serie de diarios informaron de un golpe sobre las ganancias del HSBC, ya que había tenido que apartar más de 1.000 millones de libras como compensación a clientes y por una investigación sobre manipulación de los mercados de divisas. Esta historia era la apertura de la sección de la City en el Times, Guardian y Mail, y en el Independent era el tema de portada. Examiné la cobertura del Telegraph. Consistía en cinco párrafos de un total de cinco páginas en la sección de Negocios.
La cobertura informativa sobre el HSBC es parte de un problema mayor. El 10 de mayo del año pasado, el Telegraph publicó un amplio reportaje sobre el transatlántico de la compañía Cunard Queen Mary II en la sección de análisis de la actualidad. El citado reportaje les pareció a muchos una promoción de un anunciante en una página dedicada habitualmente a análisis serios. Lo revisé de nuevo y, efectivamente, el transatlántico Cunard no les pareció a los competidores del Telegraph una gran noticia, pero Cunard es un importante anunciante del Telegraph.
Las opiniones del diario sobre las protestas del año pasado en Hong Kong fueron extrañas. Uno habría esperado que el Telegraph tuviera un gran interés en este asunto y adoptara una posición fuerte. Pero, en claro contraste con sus competidores como el Times, no encontré ni un solo editorial sobre el tema.
El 15 de septiembre, el Telegraph publicó una columna de opinión sobre el embajador chino, justo antes del lucrativo suplemento China Watch. El titular iba más allá de la parodia: “No dejemos que Hong Kong se interponga entre nosotros” . El 17 de septiembre se publicó encartado en medio de la sección de noticias un suplemento de moda que ocupaba más espacio que el referéndum escocés. La historia sobre la contabilidad falsa de Tesco solo apareció en la sección de Negocios. En cambio, era la apertura del Mail, con una amplia cobertura y un editorial. No es que el Telegraph estuviera falto de noticias sobre la cadena de supermercados: Tesco prometiendo “10 millones de libras para luchar contra el cáncer” , una “visita al interior del avión de 35 millones de libras de Tesco” y “Conoce al gato que ha vivido en Tesco durante cuatro años” eran temas que merecían ser publicados.
Hay otros muchos casos problemáticos, varios de los cuales sacó a la luz Private Eye, que se ha convertido en una gran fuente de información para los periodistas del Telegraph que quieren entender qué está pasando con el diario. No se podía evitar la impresión de que algo estaba mal en la valoración que hacía el Telegraph de las noticias. Llegados a este punto, escribí una carta a Murdoch MacLennan explicándole mis preocupaciones acerca del diario y entregándole mi carta de dimisión. Envié una copia de esta carta al presidente del [Grupo] Telegraph, Aidan Barclay.
El criterio más importante parecía ser el número de visitas online
Recibí una rápida respuesta del señor Barclay. Me escribió que esperaba que pudiera resolver mis diferencias con Murdoch MacLennan. Me reuní con el director ejecutivo a mediados de diciembre. Fue civilizado, me sirvió té y me pidió que me quitara la chaqueta. Me dijo que yo era un periodista muy valioso y que quería que me quedara.
Le expuse mis preocupaciones acerca de la dirección del diario. Le dije que no me iba para incorporarme a otro periódico. Dimitía por un problema de conciencia. MacLennan admitió que los anunciantes estaban influyendo en la línea editorial, aunque sin mostrar ningún tipo de remordimiento, diciendo que “no era todo tan malo” y que esto llevaba ocurriendo desde hacía tiempo en el Telegraph.
Hablé entonces con Charles Moore, el último director del Telegraph antes de que los hermanos Barclay compraran el diario en 2004. El señor Moore me confesó que las cuentas que se publicaron de Hollinger S. A., por entonces la empresa propietaria del Telegraph, no fueron examinadas todo lo bien que se merecían. Pero jamás ningún periódico ha dado una imagen desfavorable de las cuentas de sus dueños. Sobre todo, el señor Moore me dijo que ningún anunciante había influido en la cobertura que hacía el diario de las noticias.
Después de mi reunión con el señor MacLennan recibí una carta del Telegraph informándome de que el diario aceptaba mi dimisión, pero que recibían con agrado mi ofrecimiento de preaviso de trabajar durante seis meses antes de mi marcha. Sin embargo, a mediados de enero, me pidieron que me reuniera con un directivo del Telegraph, esta vez a la hora del té en el Hotel Goring. Este me dijo que mi columna semanal sería suspendida y que llegaba “el momento de la separación”.
Subrayó, sin embargo, que el Telegraph respetaría mi contrato hasta su finalización en mayo. Por mi parte, le dije que me iría en silencio. No era mi intención dañar al diario. A pesar de sus problemas, sigue empleando a muy buenos periodistas. Ellos tienen hipotecas y familias. Están haciendo un buen trabajo en unas circunstancias muy complicadas. Me preparé mentalmente para la atractiva perspectiva de una prejubilación pagada durante varios meses.
Noticia, ¿qué noticia?
Así estaban las cosas cuando BBC Panorama emitió su reportaje acerca del HSBC y su filial suiza involucrada en una supuesta trama de evasión fiscal a escala global, mientras que el Guardian y el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación publicaron sus “archivos del HSBC”. Todos los periódicos se dieron cuenta de que era una gran noticia. Fue la noticia de apertura del Financial Times durante dos días seguidos, mientras que el Times y el Mail hicieron una amplia cobertura de varias páginas.
Necesitabas un microscopio para encontrar la información en el Telegraph: nada el lunes, seis pequeños párrafos en la parte baja de la izquierda de la página dos el martes, siete párrafos escondidos en las páginas de Negocios el miércoles. La cobertura del Telegraph solo empezó a cobrar mayor importancia cuando comenzaron a surgir informaciones que sugerían que personas relacionadas con el Partido Laborista estarían involucradas en la evasión de impuestos.
Después de un gran sufrimiento, he llegado a la conclusión de que es mi deber que esto se haga público. Hay dos razones poderosas. La primera tiene que ver con el futuro del Telegraph con los hermanos Barclay al frente. Puede sonar pretencioso, pero creo que el periódico es una pieza significativa de la arquitectura civil británica. Es la voz pública más importante del conservadurismo civilizado y escéptico.
El Telegraph no es el único culpable
Los lectores del Telegraph son personas inteligentes, sensatas y bien informadas. Compran el periódico porque sienten que pueden confiar en él. Si se permite que las prioridades de los anunciantes determinen el contenido editorial, ¿cómo se va mantener esa confianza de los lectores? La reciente cobertura del Telegraph sobre el HSBC equivale a cometer una forma de fraude hacia los lectores. Parece que los intereses de un gran banco internacional se han colocado por encima del deber del Telegraph de ofrecer las noticias a sus lectores. Solo hay una palabra para describir la situación: espantosa. Imaginen si la BBC –a menudo, objeto de los ataques del Telegraph– hubiera actuado de la misma manera. El Telegraph lo habría despreciado. Habría insistido para que rodaran cabezas, y con razón.
Esto me lleva a un segundo punto, y quizás más importante, que recae no solo en la suerte de un único periódico, sino en la vida pública en su conjunto. Una prensa libre es imprescindible para una democracia sana. El periodismo tiene una finalidad, y no es solo entretener. No es mimar al poder político, a las grandes empresas o a los ricos. Los diarios tienen lo que el deber constitucional de contar a sus lectores la verdad.
El Telegraph no es el único culpable. En los últimos años han ido apareciendo una serie de oscuros directivos que deciden qué verdades o cuáles no deben aparecer en los principales medios de comunicación. Los delitos que cometieron los diarios de News International durante los años de las escuchas telefónicas es un particular ejemplo grotesco de este perverso y extendido fenómeno. Todos los grupos editores de periódicos, salvo la magnífica excepción del Guardian, mantuvieron una cultura de la omertá alrededor de las escuchas telefónicas, incluso aunque ellos (como fue el caso del Telegraph) no hubieran estado involucrados. Una de las consecuencias de esta conspiración del silencio fue el nombramiento de Andy Coulson –que después fue encarcelado y ahora se enfrenta a más acusaciones de perjurio– como director de Comunicación del 10 de Downing Street.
Cuestiones urgentes
Recientemente descubrí otra cosa. Hace tres años, el equipo de Investigación del Telegraph –el mismo que llevó a cabo la magnífica investigación sobre los gastos personales de los diputados– recibió un soplo sobre las cuentas que gestionaba el HSBC en Jersey. Esta investigación era básicamente muy parecida a la de Panorama sobre la filial del HSBC en Suiza. Después de tres meses de trabajo, el Telegraph decidió dar a conocer la información. Ahora se pueden encontrar online seis artículos sobre el tema, publicados entre el 8 y el 15 de noviembre de 2012, aunque tres de ellos no se pueden ver.
Después no aparecieron nuevos artículos. A los reporteros se les ordenó destruir todos los correos, informes y documentos relacionados con la investigación sobre el HSBC. Ahora he sabido que, fuera de lo que suele ser habitual, los abogados de los hermanos Barclay se involucraron en el proceso de manera muy estrecha. Cuando pregunté al Telegraph por qué, declinaron hacer comentarios.
Este fue el momento crucial. Desde el comienzo de 2013 en adelante se echaban para atrás los reportajes críticos con el HSBC. El banco suspendió su publicidad con el Telegraph. Una fuente interna muy bien informada me dijo que la cuenta del HSBC era extremadamente valiosa. El HSBC, como me dijo un exdirectivo del Telegraph, “es un anunciante al que literalmente no puedes permitirte ofender”. El HSBC rechazó hacer comentarios cuando les pregunté si la decisión del banco de eliminar la publicidad del Telegraph tenía conexión de alguna manera con la investigación del diario sobre las cuentas de Jersey.
Recuperar la publicidad del banco HSBC se convirtió en una prioridad. Al final, la relación se reanudó al cabo de doce meses. Los directivos dicen que Murdoch MacLennan estaba decidido a no permitir ninguna crítica hacia la entidad financiera. “Incluso mostraba preocupación por los titulares de artículos pequeños”, me dijo un experiodista del Telegraph. “Se prohibió cualquier cosa que mencionara blanqueo de dinero, aun cuando las autoridades estadounidenses dieron la última advertencia al banco. Estas interferencias estaban ocurriendo a una escala industrial”, añadió.
A los reporteros se les ordenó destruir todos los documentos
“Los movimientos editoriales que están claramente influenciados por los anunciantes son una forma clásica de calmar los ánimos. Una vez que una gran empresa entiende que puede ejercer una gran influencia –explicó–, sabe que puede regresar y amenazarte. La relación que tienes con ellos cambia por completo. Eres consciente de que, aunque seas fuerte, no tendrás apoyo y te debilitarán”.
Cuando envié al Telegraph preguntas detalladas acerca de sus conexiones con los anunciantes, el diario me respondió lo siguiente: “Sus preguntas están llenas de inexactitudes y, por tanto, no tenemos intención de responderlas. De forma general, como otras tantas empresas, nunca hacemos comentarios acerca de las relaciones individuales con nuestros anunciantes, pero nuestra política es absolutamente clara. Tratamos de ofrecer a nuestros socios comerciales una serie de soluciones publicitarias, aunque la separación entre los anunciantes y nuestra premiada redacción siempre ha sido fundamental. Rechazamos cualquier acusación que diga lo contrario”.
Las pruebas sugieren otra cosa y las consecuencias de la cada vez más pequeña cobertura del Telegraph acerca del HSBC pueden ser graves. ¿Hubiera sido más activa la reciente investigación que hizo el Ministerio de Hacienda sobre evasión de impuestos a gran escala si el Telegraph hubiera exigido responsabilidades al HSBC después de su investigación de 2012? Son cuestiones importantes. Van al corazón de nuestra democracia y no pueden ignorarse por más tiempo.
[1] La carta fue publicada originariamente en Open Democracy.
TRADUCCIÓN: PATRICIA RAFAEL
* Peter Oborne es el excolumnista político principal del Telegraph y colabora con los espacios de Channel 4 Dispatches y Unreported World. Ha escrito varios libros que identifican las estructuras de poder que se esconden tras los discursos políticos, incluyendo El triunfo de la clase política. También es colaborador habitual de los programas de la BBC Any Questions y Question Time y, con frecuencia, presenta Week in Westminster. Fue votado Columnista del Año en los Premios de la Prensa de 2013.