25/05/2017

Profundo impacto en el derecho a la información

Turquía, la mayor cárcel de periodistas del mundo

Escrito por Beatriz Yubero

El estado de emergencia impuesto tras el fallido golpe de Estado tuvo un profundo impacto para la libertad de expresión y el derecho a la información. Ankara supuso el cierre de 195 medios de comunicación y encarcelaron a casi 150 periodistas nacionales, a quienes el Ejecutivo acusó de terrorismo y difusión de propaganda terrorista. Asimismo, 3.000 profesionales del sector de la comunicación fueron despedidos.

 

BEATRIZ YUBERO*

Amán (Jordania).- “Si la tierra fuese un solo Estado, Estambul sería su capital”. Con estas palabras, Napoleón Bonaparte homenajeó a una de las civilizaciones más antiguas y ricas de la historia moderna, que camina a caballo entre dos continentes: Europa y Asia. La misma que cosechó la leyenda de la ruta de la seda, la Turquía de Bizancio, la Constantinopla del Imperio Romano y la que fuera el sueño de los sultanes otomanos hasta la llegada, en 1923, de Mustafa Kemal Atatürk, a quien el Parlamento concedió el sobrenombre de “padre de los turcos”. Quien introdujera a los anatolios un nuevo alfabeto se despojó de las imposiciones religiosas e inició a sus hijos a una transición hacia el liberalismo, apostando por una Turquía laica y secular.

Sin embargo, los herederos de Atatürk hoy viven en una Turquía muy diferente a la que les legó su progenitor. Tras casi una década al frente del Partido para la Justicia y el Desarrollo (AKP), que lidera el Gobierno, el actual presidente de la República, Recep Tayyip Erdogan, ha tejido una sólida red sobre la que plasmar su futuro político y, con pericia de titiritero, ha movido los hilos hacia una reforma constitucional. Esta le permitiría transitar hacia un sistema presidencialista, que le otorgue plenos poderes.

A golpe de reforma y con la mirada puesta en el liderazgo regional de Oriente Medio, poco queda de aquella Turquía que palpitaba por Europa y cuyo espíritu vimos renacer de nuevo en 2013 al compás de las protestas de Gezi, en Estambul. Aquel año, miles de jóvenes de los sectores seculares y la clase media urbana acusaron al presidente de dilapidar la herencia de Kemal Atatürk, de ser un líder radical, absolutista y corrupto. Sin embargo, tres años más tarde, y después de las violentas represiones, Ankara se tomó la revancha. Ya no hay voces que se alcen contra el Sultán de Europa.

Poco a poco, el fosco carácter anatolio se ha apoderado de las calles, hasta conceder la autoridad moral a los caminantes para ser jueces de la moral, impuesta por el AKP. Esta es la nueva Turquía, el proyecto neotomanista del presidente Erdogan y que, gracias al fallido golpe de Estado del pasado 15 de julio –que dejó 290 muertos y más de 78.000 detenidos–, ha tomado un impulso inesperado. “Este levantamiento es un gran regalo de Dios para nosotros”, dijo Erdogan. Y con su dedo índice, el mismo que apunta al cielo desde donde Allah observa a su hijo pródigo hacer y deshacer a su antojo, el presidente señala desde entonces a los traidores y dirige la purga contra sus enemigos: “Es el movimiento Hizmet que dirige Fetullah Güllen el que se encuentra detrás de este golpe, pero no podrá atrapar el poder en el país”, aseguró Erdogan horas después de la asonada. El 17 de diciembre de 2013, Gülen destapó, a través de sus jueces y fiscales, el mayor caso de corrupción de la historia del AKP, que salpicaba a instituciones como el Halk Bank, uno de los bancos estatales más importantes y al círculo más íntimo del presidente. Desde entonces, Erdogan mantiene una lucha abierta contra el clérigo y sus seguidores, miembros de lo que en Turquía llaman el “Estado paralelo”: una amplia red que se extiende por todos los estratos sociales y empresariales, Fuerzas Armadas, judicatura y medios de comunicación, y que durante años ha espiado y almacenado material para extorsionar a sus rivales.

Las purgas políticas han afectado especialmente a los periodistas

Sin embargo, Turquía tiene hoy muchos más enemigos que los gülenistas. Las purgas políticas han afectado directamente a los seculares y laicos, a los kurdos, a los académicos y, en esta última etapa, especialmente a los periodistas.

La gran limpieza de los medios
A la derrota de los golpistas le sucedieron los renovados soldados del islam, la sociedad civil conservadora, el otro 50% que, al grito de Allah’u Akbar [en árabe, Dios es el más grande], se hizo con el control de las grandes avenidas. Anatolia ha dejado de ser esa “laica y secular”. Ha dejado de pertenecer a los turcos, a los herederos de Atatürk y a los socialdemócratas y ha sido entregada a los piadosos y oprimidos durante décadas por los kemalistas.

Bajo el estado de emergencia –que se prolongará hasta el 20 de enero de 2016–, el Gobierno turco ha hecho suyo el Parlamento. Con puño de hierro y guante de terciopelo, el Sultán de Europa ha encarnado aquella frase que le dedicara un miembro de su propio partido y que salió a la luz en los cables de Wikileaks: “Erdogan solo cree en Allah…, pero no se fía ni de Dios”. Con el olfato político característico de un chacal, tras la intentona golpista, el presidente turco ha sabido jugar la carta de la inestabilidad y se ha envuelto en la bandera roja, el color de los nacionalistas, y verde, el de los islamistas. Ya no hay espacio en las cárceles plagadas de opositores, voces discordantes con el régimen y periodistas.

“La estrategia del AKP sobre los medios de comunicación, en realidad, no es nada nuevo, sino que se basa en un proyecto a medio plazo: desde la llegada al poder de Erdogan, el AKP ha llevado a cabo varias estrategias para poder establecer una red de medios de comunicación a favor de las políticas oficiales. Así, ha ido construyendo el llamado ‘havuz medyası’, un grupo de medios al servicio del poder político. Ejemplo de ello es Dogan Medya, que pertenece a Dogan Holding y tiene un amplio negocio en muchos sectores comerciales y financieros. Por tanto, podemos afirmar que no tiene otro remedio que buscar una forma para llevarse bien con el poder ejecutivo por sus propios intereses económicos”, afirma Barish Tugrul, experto en sociología de la Universidad de Hacettepe.

Antes de que se produjera la asonada, la Comisión Europea alertó en su informe de 2015 sobre la situación de la libertad de expresión en Turquía: “Son frecuentes amenazas y varios tipos de intimidación por parte de agentes estatales y no estatales contra periodistas y medios de comunicación”. A esta crítica se sumó la de la represión contra periodistas y usuarios en redes sociales por haber “insultado” al presidente. Sin embargo, ha sido el estado de emergencia el que ha tenido un profundo impacto para la libertad de expresión y el derecho a la información en Turquía. Una comisión de Reporteros Sin Fronteras desplazada a Estambul concluyó que el país vivía actualmente una “represión sin precedentes”.

Reporteros Sin Fronteras afirmó que Turquía vive hoy una “represión sin precedentes”

Además, al problema del control informativo se suma el del acceso pasivo a la información por parte de los usuarios. “La mayoría solo ve la televisión, y de ahí reciben un mensaje muy parcial; sigue habiendo medios como Habertürk y CNN Türk que no son 100% progubernamentales, pero cuyo contenido crítico se ha reducido. En realidad, la cooptación de estos medios no se ha hecho tanto mediante la censura como mediante la ‘compra’, contratos públicos de los conglomerados que los dirigen”, explica el periodista Jorge Arsuaga –nombre ficticio por cuestiones de seguridad– afincado en el país desde hace años.

Ankara ha clausurado en los últimos cuatro meses un total de 195 medios de comunicación y encarcelado a casi 150 periodistas nacionales, a quienes el Ejecutivo ha acusado de terrorismo y difusión de propaganda terrorista. Los centros deportivos se han convertido en pabellones del terror donde amordazar a la prensa libre. Igualmente, según la Plataforma para el Periodismo Independiente, 3.000 profesionales del sector de la comunicación han sido despedidos desde la intentona golpista. “Excepto algunos medios en internet –tales como Diken, Gazete Duvar y T24–, tras la redada al periódico kemalista Cumhuriyet, podemos afirmar que prácticamente ya no existe ninguna voz opositora en los medios de comunicación en Turquía”, apunta Tugrul.

Ejemplo de las purgas es el caso del periodista del mencionado diario Cumhuriyet, Kadri Gursel, quien instó a sus lectores a protestar contra las políticas autoritarias de Erdogan encendiendo un cigarrillo, ese acto tan típico de la cultura turca y que, sin embargo, es tan odiado por el presidente Erdogan. Por sus declaraciones, Gursel fue arrestado bajo cargos de terrorismo. En prisión encontró la compañía de otros diez periodistas del mismo medio periódico para el que trabaja. Entre los reclusos también se encontraban el editor jefe del medio, Murat Subuncu, y el director ejecutivo, Akin Atalay. Desde hace semanas, la portada online del único medio independiente que queda en pie en el país permanece inundada de rostros: hasta 23 son los profesionales del diario Cumhuriyet que permanecen en las cárceles, mientras Turquía se vacía de voces críticas contra el Ejecutivo.

Permanecen encarcelados 23 profesionales del diario Cumhuriyet     

Por su parte, en internet, Twitter y YouTube se han convertido en los mayores enemigos del Estado turco y han sido censurados directamente. El Gobierno ha justificado los hechos alegando “razones de seguridad”; sin embargo, plataformas como TurkeyBlocks, encargadas de monitorizar la censura en redes sociales, alegan que las restricciones sobre estas páginas estarían relacionadas con “la censura a la cobertura mediática de incidentes políticos y disturbios”.

“El mensaje que emiten los medios oficialistas y los que tienen una relación orgánica con el Gobierno básicamente reproducen la narrativa inventada por el propio poder político, y no importa si esta realidad inventada suena absurda o surrealista. Acusar al periódico prokemalista y laico Cumhuriyet de servir al movimiento islamista de Fehtullah Gülen no tiene ni pies ni cabeza. Tampoco afirmar que el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) y el movimiento Hizmet de Gülen tengan acuerdos. Mientras, los altos oficiales del ejército, que luchaban contra el PKK están encarcelados por ser golpistas. Es simplemente producto de la realidad que el propio Erdogan quiere vender. En un escenario de manipulación de tal grado, lógicamente todos los periodistas encarcelados están acusados de ser terroristas y, supuestamente, ninguno ha sido encarcelado o deportado en el caso de los periodistas extranjeros por haber ejercido su profesión, sino por haber cometido delitos graves”, aclara Tugrul.

Turquía se ha convertido tras los últimos acontecimientos políticos en la mayor prisión del mundo para quienes ejercen el derecho a la libertad de información. El país euroasiático supera con creces a China como el mayor carcelero de periodistas del mundo, según datos del Comité para la Protección de los Periodistas. Los derechos constitucionales y la Carta Europea de los Derechos Humanos han sido abolidos y, bajo decreto del estado de emergencia, las purgas políticas no cesan.

Según Tugrul, “esta situación puede provocar un mayor grado de fragmentación social entre distintos sectores. Entre los conservadores y laicos o entre los nacionalistas y los kurdos cada vez hay un menor punto de encuentro, menos posibilidades de entendimiento mutuo. La tensión entre estos sectores sigue aumentando desde la asonada. No es ningún secreto que este escenario es parte de la estrategia de confrontación de Erdogan, que quiere tener un control absoluto sobre toda la sociedad, bajo el régimen de estado de emergencia, con el pretexto del 15-J. No quiere tomar ningún riesgo en su camino hacia el referéndum presidencialista –que posiblemente tenga lugar a finales de marzo o principios de abril del próximo año–. La pregunta es: ¿hasta qué punto la sociedad tolerará este nivel de tensión social? A esta situación se suma la crisis económica que emite poco a poco señales de alarma, debido a la actitud hostil que el Gobierno turco mantiene hacia la Unión Europea, con su discurso populista sobre la pena de muerte o el tema de los refugiados. Cada día es más difícil convencer a los mercados de que Turquía sea un país seguro para invertir”.

Difíciles condiciones también para los periodistas extranjeros

Además del drama que sufren día a día los periodistas nacionales, los extranjeros se enfrentan a difíciles condiciones. Según Arsuaga, “hay una presión directa desde los medios oficialistas hacia la prensa extranjera, a la que tildan de espía y de parte de complots, lo que dificulta el trabajo. Todavía no nos hemos enfrentado a la renovación de las acreditaciones, que será el verdadero examen”. Especialmente preocupante ha resultado para los profesionales expatriados el caso de la periodista del canal BBC Türkçe, Hatice Kamer, que fue arrestada y liberada el pasado mes de noviembre tras pasar un día bajo custodia policial en el sureste de Turquía. Con ella se encontraba la comunicadora Khajijan Farqin, del servicio kurdo de la radioemisora estadounidense VOA. Ambas cubrían un accidente en una mina de cobre en la provincia de Siirt cuando fueron detenidas sin que se les dieran a conocer los motivos. Tras ser liberada, Kamer aseguró saber que el Gobierno planeaba acusarla de apoyar al PKK en el marco de sus reportajes, acusaciones de las que niega que haya evidencia alguna. Por su parte, Farqin fue aislada y a ambas se les negó el acceso a un abogado. “Desde luego, hay un intento de las autoridades turcas por reducir la información que sale desde Turquía, especialmente en el sudeste kurdo”, afirma Arsuaga.

“La estrategia de confrontación basada en atemorizar a la sociedad civil, la académica, los medios de comunicación y los sectores más progresistas provoca un ambiente de silencio a corto plazo que favorece al Gobierno para implementar su actual agenda. Sin embargo, liquidar las instituciones fundamentales de un Estado que se basa en un régimen concreto y establecer un nuevo régimen, inevitablemente, tendrá consecuencias estructurales. Los pasos dados por el Ejecutivo, por lo menos hasta ahora, no parecen ser muy constructivos en términos democráticos”, matiza el experto. Los arrestos a periodistas son noticia diaria. Entre los detenidos se encuentran profesionales que trabajan para agencias o medios de comunicación con ideologías muy dispares: desde los tradicionales kemalistas hasta periodistas de medios prokurdos como DIHA o el diario Özgür Gündem, temporalmente clausurado. Asimismo, durante el periodo en el que permanezca el estado de emergencia, los afectados por las purgas políticas no tienen derecho a apelar las acusaciones políticas. Miles de profesionales del sector público y privado han sido destinados al ostracismo laboral sin derecho a ser indemnizados social o económicamente.

Los arrestos a periodistas son noticia diaria

Pese a esta desesperante situación, voces optimistas como la de Arsuaga intentan recobrar el  aliento: “Los periodistas turcos son gente con mucho valor y continúan intentando informar de diferentes maneras. Tras el cierre de numerosos medios, han surgido nuevos medios independientes que, si bien no tienen los suficientes recursos para cubrir toda la actualidad con sus propias fuentes, son una ventana de aire fresco”.

No obstante, ante el mundo occidental, Turquía ya está ubicada como un país donde no existe libertad de prensa, y en el que cualquier voz crítica podrá ser silenciada, profesional y físicamente. El pasado mes de noviembre, el presidente turco aseveró que firmará la ley para aprobar la pena de muerte si esta es aprobada por el Parlamento. Nada puede detener ya al Sultán de Europa, que en una ocasión, y sin prestar atención a las reiteradas críticas de la Comisión Europea, recordó a sus seguidores: “O estáis conmigo, o estáis contra mí”.