‘Women at war’: el papel de las periodistas españolas enviadas a conflictos armados
Resumen de la tesis doctoral en la que la autora analiza cómo es el ejercicio de la profesión periodística para las mujeres periodistas que habitualmente trabajan en zonas de conflicto, tras entrevistar a 32 reporteras españolas.
ANA DEL PASO*
Saben moverse en ambientes hostiles, donde la dureza del hombre es exponencial porque el paso a la muerte pende de un hilo. Quizás estén hechas de otra pasta. Aunque es cierto que el mito del corresponsal de guerra está sobrevalorado, no todo periodista puede desempeñar este trabajo, y muchas veces ni siquiera tiene acceso a la zona en combate, como sucede en Siria o en algunas zonas de Irak. Pese a todos los inconvenientes, ellas –las periodistas españolas enviadas a conflictos armados– sirven de correa de transmisión entre lo que pasa en el infierno y los que siguen las noticias. Saber qué piensan de esta forma de hacer periodismo, conocer sus quejas y sus comentarios es fundamental para tomar el pulso a la profesión más bonita del mundo.
De pequeña, la fotoperiodista Maysun jugaba con la cámara de fotos de su padre. Un día vio por televisión la retransmisión en directo de la caída del Muro de Berlín y pensó que, cuando tuviese la edad, ella estaría presente en momentos históricos como ese. Hoy es una de las fotógrafas especializadas en conflictos armados más importantes de nuestro país y es bastante conocida internacionalmente. Le costó mucho llegar hasta ahí, como a otras periodistas españolas de la talla de Georgina Higueras, Natalia Sancha, Mayte Carrasco, Rosa Meneses, Mónica G. Prieto, Mònica Bernabé, Ethel Bonet, Almudena Ariza, Ángela Rodicio, Mercedes Gallego, Gemma Parellada, Rosa María Calaf, Ángeles Espinosa, Carmen Sarmiento, Olga Rodríguez y Naiara Galarraga, por citar algunas.
Si preguntamos quién era Robert Capa, muchos sabrán que fue un famoso fotógrafo húngaro, de nombre Endre Ernö, que fundó con otros compañeros la agencia Magnum, se especializó en conflictos armados y dejó para la historia imágenes tan impactantes como las que tomó del desembarco de Normandía en la Segunda Guerra Mundial o la que tituló Muerte de un miliciano durante la guerra civil española. Sin embargo, fuera de la profesión, pocos saben que su compañera sentimental, Gerda Taro, y Endre Ernö se inventaron el seudónimo de Robert Capa para firmar sus trabajos y, con frecuencia, resultaba difícil saber la autoría de las fotos, porque entregaban los carretes de forma conjunta.
También es cierto que Gerda Taro murió mucho antes que su compañero, cuando, en la Guerra Civil, un carro de combate dio marcha atrás y le aplastó, por lo que, evidentemente, su carrera profesional fue más breve. El hecho es que las reporteras de hoy no quieren ser tan desconocidas como Gerda Taro, y el número de enviadas especiales y corresponsales internacionales va en aumento.
El número de enviadas especiales y corresponsales internacionales va en aumento
Pocas de ellas se autodenominan corresponsales de guerra, un concepto que ha quedado anticuado porque hoy en día no hay empresa de comunicación que pueda permitirse el lujo de tener un periodista destinado solo a cubrir conflictos armados. El concepto, pues, ha variado y el reportero de Internacional cubre todo tipo de noticias, bien sean elecciones, desastres naturales o cumbres mundiales, con una salvedad: informar de guerras no es apto para todos los profesionales. El riesgo es obvio y el número de reporteros muertos, secuestrados, heridos o violados mientras realizaban coberturas de guerra también se está incrementando.
Naiara Galarraga, subdirectora de Internacional de El País, afirma que “siempre me he sentido ajena al concepto de corresponsal de guerra” y se declara “firme partidaria de que el periodista se especialice o cubra una zona del mundo y que se ocupe de todo lo concerniente a ella, sea o no un conflicto armado. Creo que la cobertura resulta más rica de esta forma, mejor que con enviados especiales que vayan de conflicto en conflicto”.
Según la organización Killing the Messenger, 50 periodistas en 2016 y 60 en 2015 murieron mientras trabajaban en un país peligroso, siendo Afganistán el que encabeza la lista de ellos. Los datos de la ONU son también alarmantes: ejercer el periodismo ha costado la vida de cerca de 800 reporteros desde 2006 en todo el mundo y solo un 7% de esos casos han sido castigados. Además, según Reporteros Sin Fronteras, hay 147 periodistas encarcelados, entre ellos, turcos que fueron detenidos por apoyar supuestamente la intentona golpista contra el presidente Recep Tayyip Erdogan, el pasado 15 de julio.
Marie Colvin, periodista de The Guardian, asesinada por Daesh el 22 de febrero de 2012 en la localidad siria de Homs, decía: “Hacer periodismo de guerra básicamente sigue siendo lo mismo, alguien tiene que ir allí y ver lo que pasa. No puedes conseguir la información sin ir a los lugares donde la gente está siendo disparada y donde te disparan”. Destacaba que lo importante era “ser apasionada e involucrarte en lo que crees y hacerlo lo más a fondo y honestamente que sepas, y siempre sin miedo”.
Muchas de las periodistas españolas citadas, a las que habría que añadir otras tantas como Ana Alba, Pilar Requena, Beatriz Mesa, Cristina Sánchez, Esther Vázquez, Yolanda Álvarez, Maruja Torres, Laura Jiménez Varo, Gloria del Campo, Leticia Álvarez, Corina Miranda, Yolanda Sobero, María Dolores Masana, Berna González Harbour, Carmen Postigo, Teresa Aranguren o Lola Bañón, entre otras, saben perfectamente a qué se refiere Marie Colvin con estas palabras.
Antes que ellas, otras abrieron camino. Sofía Casanova informó de la revolución bolchevique, del frente polaco en la I Guerra Mundial y de la invasión de Stalin a Polonia, así como la guerra de Marruecos, en la que coincidió con María Teresa de Escoriaza.
A la guerra de Vietnam, Carmen Sarmiento pidió ser enviada y su jefe de TVE le contestó: “Pero ¿cómo vamos a enviar a una mujer? ¿Está usted loca?”. Tuvo que esperar a la década de los 80, hasta que le fue asignada la cobertura de la guerra civil en El Salvador (1982), mientras que su compañera de TVE Rosa María Calaf consiguió que le enviaran al Líbano: “En aquella época, éramos muy pocas y muchas menos, españolas. Algunos nos miraban extrañados y la mayoría de ellos, por encima del hombro; siempre con cierto talante de supremacía”.
Entre las escasas españolas, Georgina Higueras fue enviada en 1979 a cubrir la invasión vietnamita de Camboya, y Marisol Marín y ella fueron las primeras mujeres delegadas que la Agencia Efe mantuvo fuera de España: en Pekín y en La Habana, respectivamente. Pionera también fue Teresa Aranguren, de El Independiente, y Ángeles Espinosa, de El País, que cubrieron desde Teherán la guerra irano-iraquí (1980-1988), entre otras.
Cuando Georgina Higueras se fue a Camboya, a la frontera de este país con Tailandia, donde se encontraban los refugiados camboyanos, tuvo su “primera experiencia con el horror de la guerra, y aprendí la necesidad de ser testigo de la barbarie para contarla, dando voz a los que no la tienen”.
¿Qué es lo que piensan?
Según la investigación realizada por la autora de este artículo en su tesis doctoral[1], en la que analiza el trabajo de 32 reporteras, todas se quejan del paternalismo y del machismo que imperan en los medios de comunicación, desde las jefaturas, en las redacciones y entre los enviados especiales. Algunas de ellas –como las freelances Mayte Carrasco y Mónica G. Prieto; Rosa Meneses, de El Mundo, y Cristina Sánchez, de RNE– van más allá y no entienden “el criterio de selección que se aplica en algunos premios de periodismo en los que la mayoría de las veces se otorga a hombres”. La última de ellas añade: “Si miramos las redes sociales, los premios y reconocimientos que se dan, parece que no hay mujeres cubriendo conflictos armados”. Razón no les falta si analizamos los resultados de los principales 16 premios de periodismo que se otorgan en España, empezando por el más antiguo, el Premio Rodríguez Santamaría de la Asociación de la Prensa de Madrid [actualmente, Premio APM de Honor], creado en 1939, en los que veremos que, de forma abrumadora, son otorgados a hombres. No se trata de paridad y sí de reconocimiento, de ahí que el trabajo de muchas mujeres periodistas puede que no se haya considerado de forma objetiva, aunque, independientemente de su género, se hayan encontrado con las mismas dificultades que los hombres a la hora de ejercer su trabajo.
Todas se quejan del paternalismo y machismo que imperan en los medios
Dependiendo del país en el que las periodistas han trabajado, el carácter del problema al que se han enfrentado era distinto. Por ejemplo, la inseguridad en conflictos como Siria, Congo, El Salvador, Bosnia y Argelia, por citar algunos, ha sido atroz. En palabras de Gemma Parellada, freelance y experta en África, “cuando se cubre terrorismo, el riesgo es muy alto”. Según cuenta, “en Somalia, los periodistas solo podíamos estar un máximo de dos o tres días; pero en una ocasión, en la cual me quedé una semana en Mogadiscio, tuve que camuflarme para escaparme con Peter Greste (de Al Jazeera, detenido posteriormente en Egipto), el del Washington Post, el de Reuters y el de Voice of America. Si me descubren, me hubiesen matado. A Níger fui sola y, al entrar en la zona norte, cuyo acceso estaba prohibido, me escondí entre mineros y empresarios locales”.
La censura es una de las lacras del periodismo, venga de las autoridades militares, gubernamentales, de las guerrillas, de los grupos terroristas o de las autoridades españolas desplegadas en zonas en conflicto. Bajo esas circunstancias, cuando un periodista se acredita, firma un acuerdo que no es un cheque en blanco para quien le acredita, y esto no siempre es fácil de comprender.
Por ejemplo, la censura –previa y a posteriori– es una de las principales barreras para poder trabajar en Gaza, Cisjordania e Israel. Por lo tanto, intentar manejarla para salir lo más airosa posible de una situación complicada es una constante común para las enviadas especiales, inconveniente que también es asumido por sus compañeros en idéntica situación. Así, Cristina Sánchez, redactora de RNE y directora del programa Países en conflicto, estuvo retenida por las autoridades aeroportuarias casi un día entero en el aeropuerto de Tel Aviv sin recibir ningún tipo de explicación, al tiempo que le fue requisado su material de trabajo. Esta reportera ha cubierto los enfrentamientos en Gaza y Cisjordania entre 2010 y 2012.
Una redactora de televisión, que se encontraba en la Basílica de la Natividad en Belén, estaba rodando cuando entró un grupo de soldados israelíes para detener a los palestinos que se habían refugiado dentro. Les pidieron la cinta y el equipo de televisión se la tuvo que dar, con la fortuna de que el cámara fue lo suficientemente hábil para cambiarla por otra. En teoría, la entrada de militares en la Basílica estaba prohibida.
En China, Almudena Ariza explica que “las autoridades delimitan los movimientos de los periodistas, y nuestro trabajo consiste en llegar lo más cerca posible a lo que ocurre. Cada vez que salíamos a hacer reportajes siempre teníamos a alguien detrás”.
En Argelia, las autoridades no le permitían a Corina Miranda y a su equipo de Antena 3 TV grabar durante los años duros de la guerra contra el terrorismo del GIA: “Los atentados eran diarios y era imposible salir sin escolta militar. Además, intentaban boicotear nuestros envíos. Un día me planté, llamé al embajador argelino en Madrid y le dije que si no me permitía hacer mi trabajo, lo contaría todo en directo. A partir de entonces, disminuyeron las presiones de la policía y de los militares hacia nosotros”.
Las tres guerras de Irak (1980, 1991 y 2003) han tenido como denominador común lo complicado que resultaba contrastar la información, distinguir la propaganda y la intoxicación de los hechos constatables, o el simple hecho de poder acceder a la noticia. Las guerras de Irán y de Afganistán, según las periodistas entrevistadas, han sido difíciles de cubrir especialmente para las mujeres, al ser discriminadas por los talibanes y los chiíes radicales, aunque las reporteras han utilizado diversos métodos para conseguir hacer su trabajo.
Por ejemplo, Rosa María Calaf y Ángeles Espinosa, destacadas en Irán, tenían que formular las preguntas a un intermediario y no mirar a los ojos a la persona entrevistada. Precisamente, la corresponsal de El País fue expulsada de Irán en octubre de 2010, tras reunirse con Ahmad Montazerí, hijo del ayatolá disidente que murió un año antes, que se encontraba fuera de Teherán. Los periodistas acreditados en ese país no podían salir de la capital sin permiso, pero si ella lo hubiera pedido, nunca hubiera podido realizar la entrevista.
Cada vez le molesta más a Ángeles Espinosa que le pregunten “por lo difícil que tiene que ser para una mujer periodista trabajar en países islámicos. La verdad es que nosotras no sufrimos la discriminación legal que afecta a mujeres locales. Al contrario, tenemos acceso tanto a las mujeres como a los hombres (como prueban mis entrevistas con los principales líderes de la religión, incluido en su día el ministro de Exteriores del régimen talibán), mientras que nuestros compañeros hombres suelen tener problemas para ámbitos femeninos. En caso de conflicto, es difícil para todos. No debemos autolimitarnos para que nos limiten. Otro caso son los asuntos de agresiones y violencia. Pero eso no es exclusivo de esta región del mundo, solo hay que ver la situación de México y otros países de Centroamérica”.
Todas convienen en que por ser mujeres “accedemos a sitios a los que los hombres no pueden. Este es el caso de Afganistán, en donde yo puedo entrevistar a un talibán, pero un periodista varón no accede a una afgana si no es en presencia de un familiar, que es lo mismo que tener un filtro delante”, dice Pilar Requena, de TVE.
Por ser mujeres acceden a sitios a los que los hombres no pueden
Coinciden con ella la exrredactora de la SER Olga Rodríguez y Yolanda Álvarez, excorresponsal de TVE en Jerusalén, quienes consideran que su condición de mujer supone una ventaja respecto al hombre, sobre todo en países musulmanes o en aquellos donde el patriarcado impera. El acceso de los periodistas varones a las fuentes de información en según qué países es tan restringido que les dificulta o, incluso, les impide informar sobre los abusos que sufren las mujeres en los conflictos armados. Sin embargo, según han explicado, el caso contrario es menos habitual.
Esther Vázquez, redactora del programa En portada, de TVE, propone que “no se abuse de las emisiones en directo” y que estas “aporten información que no se pueda cubrir desde las redacciones”. Pone un ejemplo: “Cuando Isaac Rabin (primer ministro israelí) fue asesinado (en 1995), me encontraba en el sitio y en el momento en el que sucedió, y pude hacer un directo incluso antes de que la noticia saliera por una agencia. Este tipo de noticias sí es válida; pero, en el resto, el periodista debería profundizar en lo que sucede”.
La freelance en Oriente Medio Ana Alba, quien conoció bien las guerras de Serbia, Irak, Montenegro, Kosovo y las dos Intifadas, entre otras, se lamenta de que la “prensa española pase por un momento bastante malo en general, y en lo que se refiere a la información de Internacional, peor, por la precariedad en los medios de los periodistas que cubrimos acontecimientos mundiales, ya sean o no conflictos. Se piden crónicas gratis o casi a chavales para no mandar a gente con experiencia y ahorrarse los seguros de vida. Es lamentable que se prime solo la firma desde un lugar concreto sobre la de un periodista con caché. En países como el Reino Unido o Francia, o no ocurre de la misma manera, o ni siquiera sucede”. Beatriz Mesa, stringer de la COPE en el Magreb y en el Sahel, reivindica “una mayor presencia de periodistas que estén en contacto con los actores e informen in situ de la evolución de los acontecimientos. Por suerte, cada vez somos más mujeres las que hacemos este tipo de información, con entereza y profesionalidad”.
La precariedad de los medios
Muchas son sus coincidencias cuando se les pregunta sobre lo que hay que hacer para mejorar el trabajo periodístico, y dejan claro que no todo está en manos del reportero-redactor-fotógrafo, que es el eslabón final de la cadena.
En los peores años de la crisis económica, se produjo una sequía total en los medios de comunicación que enviaban a los periodistas a las zonas de conflicto con el tiempo justo para firmar desde el sitio y volver al cabo de unos días, sin apenas poder salir del hotel para buscar la historia propia. Imperaban los titulares de los grandes medios que alimentaban las redes sociales y que marcaban la pauta al resto, dejando a un lado el criterio del enviado especial. Precisamente, de esto habla Gloria del Campo, excorresponsal de RNE en Moscú y El Cairo: “Muchos se creen que con las agencias de información e internet se sabe todo de la aldea global, pero leer no es lo mismo que vivir, sentir y hablar con los ciudadanos, que son protagonistas en los grandes acontecimientos mundiales”.
También opina lo mismo Olga Rodríguez, para quien “restringir los presupuestos va en detrimento de la calidad. Antes, permanecías en el destino el tiempo que precisases, incluso meses, porque es la forma de conseguir mayor conocimiento de la situación. Te permite olfatear, ver y recopilar testimonios únicos, en pro de una mejor calidad. No olvidemos que, con el tiempo, esas fuentes rigurosas se van evaporando”.
Y no solo se reduce la calidad, se encarecen los seguros, los cursos de seguridad para los periodistas, el equipamiento y lo peor de todo es que los periodistas occidentales son de ida y vuelta, van porque quieren, pero las locales tienen que permanecer y “hacen el trabajo más complicado. De ellas es el mérito”, asiente Rosa María Calaf. En esta línea, la corresponsal de El Mundo en Roma, Mònica Bernabé, lamenta las violaciones y ataques que sufren algunas periodistas locales, por ejemplo, en Afganistán. Ella es la única reportera que ha vivido siete años seguidos en ese país.
En este sentido, Laura Jiménez Varo, freelance de La Repubblica, Esquire de México y en Siria desde 2012 (hasta que su vida peligró), quisiera que “los medios de comunicación españoles no pierdan la oportunidad de anticiparse a los sucesos, ignorando las propuestas que les hacen los periodistas desplegados sobre el terreno. Los responsables de los medios de comunicación, en general, esperan a que la información aparezca en agencias y medios internacionales reputados para después tomar decisiones”.
Denuncian lo mal que se pagan los artículos, reportajes, fotos y piezas de televisión y de internet a los freelances, precios irrisorios si se comparan con los de nuestros países vecinos. Esto, dicen, requiere un cambio radical.
Denuncian los precios irrisorios que se pagan a los 'freelances' en España
La periodista de televisión Leticia Álvarez, que conoce bien la guerra híbrida entre Rusia y Ucrania, denuncia “las pésimas condiciones en las que trabajamos. Sobrevivir para los freelances es toda una aventura. Renuncias a la estabilidad, y los riesgos los cubrimos nosotros. Si además eres madre, resulta complicado arriesgar tu dinero para informar sobre un conflicto, a no ser que cuentes con respaldo presupuestario”.
La búsqueda de beneficios de las empresas periodísticas no debiera incluir cuestiones que mermen la calidad informativa, y esta exige profundizar más en los temas y alargar el tiempo de permanencia en los lugares en donde se generan las noticias, porque los acontecimientos hay que contextualizarlos para ser entendidos. Queremos un periodismo de primera con unos medios de tercera, es un sinsentido.
Ethel Bonet, stringer de La Razón y en Oriente Medio, indica que “poder trabajar in situ en países en vías de desarrollo y enriquecer esta profesión con las experiencias vividas es algo maravilloso, y más cuando se escriben reportajes que se salen de la tiranía de la actualidad informativa”. Y añade: “Para que esta profesión no se muera, los corresponsales debemos hacer el esfuerzo de dar una visión humana, mostrar esa otra realidad que solo puede verse estando en el lugar y compartiendo vivencias personales”. Lo que no cuenta ella es que, para hacer realidad ese propósito, tiene que trabajar al mismo tiempo para siete medios, y sin que haya conflictos de intereses.
Sin embargo, la precariedad de los periodistas de medios españoles en comparación con el resto no es aplicable solo a los freelances, y ello desde hace tiempo. Según recuerda María Dolores Masana, una de las veteranas de la profesión que trabajó durante 38 años en La Vanguardia –20 de ellos como jefa de Internacional–, “en mi época, los medios españoles eran muy buenos, aunque en condiciones de inferioridad si los comparamos con los estadounidenses, ingleses o franceses; por ejemplo, me refiero a tecnología, seguros de vida, pluses de dedicación completa, peligrosidad, nocturnidad, etc. En la guerra civil de Argelia (1991 a 2002), que yo cubrí, mataron a 70 periodistas, argelinos y franceses, pero podían haber sido igualmente españoles”. Quizá lo que más le irritaba inicialmente a Masana era cuando sus compañeros de profesión le espetaban: “Pero ¿tú qué haces aquí con cinco hijos?”, a lo que ella solía contestar: “¿Y tú con los tuyos? Y así se marcaban las diferencias de criterio de género”.
Por suerte, el tiempo pone a cada uno en su sitio y la valía que han demostrado durante décadas de trabajo queda como testimonio para corroborarlo. Son, como sus compañeros hombres, contadoras de historias en escenarios hostiles, aquellos a los que nadie quiere ir porque están más cerca del infierno que de la tierra. Son mujeres en guerra para dar voz a los que no la tienen, pero cuyos nombres constan siempre en las listas de bajas de los conflictos armados. Ellas no son ajenas a estas víctimas y piensan que a través del periodismo se puede hacer un mundo mejor.
[1] Tesis doctoral de Ana del Paso titulada Rol de las periodistas españolas enviadas a conflictos armados y defendida en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid.