¿Sería éticamente reprochable que los periodistas cobraran por los clics de sus artículos?
Un sistema de remuneración variable que vinculara el salario de los periodistas a los índices de audiencia no solo introduciría perniciosos incentivos hacia el sensacionalismo y la espectacularidad en los contenidos, sino que sería injusto para un trabajo que, para ser fiable y atender a la función social del periodismo, necesita del concurso de diferentes profesionales.
El buen periodismo no se hace solo con estrellas. Ni con estrellas periodísticas ni con un sistema de clasificación con estrellas que remunere los artículos en función de la aceptación que tienen. Quizá haya sido solo un globo sonda, pero los periodistas del diario británico The Daily Telegraph, editado por Telegraph Media Group, tienen razones para estar preocupados y enfadados. La comunicación que, según The Guardian, recibieron del editor Chris Ewans les adelantaba que “a su debido tiempo” se iba a introducir un sistema de valoración de los artículos en función de la aceptación que tuvieran entre los lectores y la capacidad de atraer y retener suscriptores, y que el salario de los periodistas tendría una parte variable que vendría determinada por esa valoración, es decir, por el número de estrellas que su trabajo obtuviera.
Los algoritmos y las herramientas de seguimiento de los artículos que se publican en las ediciones digitales permiten conocer con gran exactitud no solo cuántas entradas ha tenido un artículo o un vídeo, sino cuánto tiempo le ha dedicado cada usuario. También permite a los lectores calificar el trabajo del periodista. En principio, todo lo que sea aumentar la transparencia puede ser positivo. Estas herramientas permiten conocer mejor las demandas y preferencias de los lectores y adaptar mejor los objetivos del medio a las necesidades sociales. También facilita una revisión crítica de las propias rutinas. Hasta ahora, estas métricas han sido utilizadas en general para orientar el posicionamiento de la marca en las redes sociales y adaptar las estrategias de ubicación y promoción de los contenidos dentro y fuera de la propia cabecera. Pero también son susceptibles de otros usos no tan positivos.
Se ha escrito ya mucho sobre la nefasta influencia que la obsesión por la audiencia y la política del clickbait o estrategias de ciberanzuelo tienen sobre los contenidos de los medios. Priorizar el crecimiento de la audiencia puede llevar a que los asuntos importantes queden relegados en favor de los más impactantes. Tener como principal criterio de referencia la audiencia acaba alterando y condicionando los criterios de prioridad informativa. La tendencia a la espectacularidad, la banalización de los contenidos y la ruptura de las jerarquías de valoración son las consecuencias más inmediatas de la obsesión por el clic. Y como ya ocurrió en su momento con la apertura y expansión del mercado televisivo, en un contexto de feroz competencia entre medios, la lucha por la audiencia no actúa como un incentivo para la calidad, sino todo lo contrario. Puede provocar sesgos en las prioridades informativas que erosionen la ya maltrecha credibilidad de los medios en su conjunto para representar la realidad.
La propuesta de The Daily Telegraph introduce además elementos de injusticia en las relaciones laborales y problemas éticos importantes relacionados con la lealtad. Un sistema de remuneración variable en función del éxito de audiencia plantea un grave problema de justicia, porque recompensa solo a aquellos periodistas que tienen el privilegio de acceder y firmar en el espacio digital. Pero el buen periodismo es un producto hecho a muchas manos, un bien social en el que participan muchos otros profesionales además del que firma. Para que una buena historia, un buen reportaje o un buen trabajo de investigación llegue a los destinatarios, es precisa la colaboración de un complicado engranaje. Remunerar por estrellas de audiencia supone un salto peligroso hacia la creación de un ecosistema mediático en el que el propio periodista deviene una marca en sí mismo, con el riesgo de que su valor no dependa tanto de la calidad de su trabajo, de su buen hacer en la búsqueda de la verdad, sino en sus habilidades para posicionarse y captar la atención del público. Este sistema llevaría inevitablemente en muchas ocasiones a premiar más la espuma que la sustancia.
Un sistema de remuneración en función de la audiencia plantea otra cuestión trascendente para la ética periodística: ¿a quién debe el periodista su lealtad?
Un sistema de remuneración en función de la audiencia plantea además otra cuestión trascendente para la ética periodística y tiene que ver con la pregunta ¿a quién debe el periodista su lealtad? Este es un dilema clásico que a veces se ha planteado en forma de conflicto entre lealtad a la empresa editora o lealtad al lector. La remuneración variable según la audiencia añadiría un nuevo factor de discordia: no solo reforzaría la sumisión del periodista a los objetivos de audiencia de la cabecera por encima de los criterios de interés informativo, sino que pondría en juego un nuevo incentivo, el interés crematístico del propio periodista. El ansia de éxito y de fama ya lleva muchas veces a los periodistas a sacrificar principios deontológicos, y en este caso, asimismo, propiciaría un nuevo dilema entre la lealtad a los propios intereses y la lealtad al lector. Entre una historia poco espectacular pero importante y otra anodina pero impactante, ¿a qué dedicará su esfuerzo el periodista si su remuneración depende del número de clics que consiga? ¿Y qué le dará más estrellas, un enfoque riguroso y ponderado del asunto del que informa o un enfoque que resalte las aristas, los puntos de conflicto o los detalles escabrosos, aunque no sean relevantes?
En conclusión, la aplicación de incentivos económicos que tengan en cuenta la aceptación de los artículos puede ser injusta para el conjunto de los periodistas y perjudicial para el periodismo en general, cuya credibilidad depende de su capacidad para representar la realidad e informar de forma honesta y veraz sobre los asuntos que la ciudadanía tiene derecho a conocer. Introduce peligrosos sesgos en la valoración de las noticias, la forma de enfocarlas y el modo de presentarlas, lo que, llevado al extremo, puede llegar a afectar al derecho de los ciudadanos a recibir una información rigurosa y veraz.
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