21/04/2017

Reconocimiento a su servicio a la sociedad

Los editores de la Transición: cualquier tiempo pasado fue mejor

Escrito por Carlos Díaz Güell

Escribir casi 40 años después sobre el papel de los editores de medios de comunicación en la transición política española no deja de ser un reconocimiento, incluso un homenaje, a quienes desempeñaron un impagable servicio a la sociedad. Porque ellos, junto con otros actores, hicieron posible que la dictadura diera paso a un sistema de libertades y a un régimen democrático.

 

CARLOS DÍAZ GÜELL*

Cuando uno se  plantea analizar el papel de los editores de la Transición, es consciente de lo fácil que es caer en que la narración se convierta en mero halago de sus protagonistas. La conclusión, simplista, sería que los editores de aquella época eran gente poco menos que canonizable, tocada por una suerte de virtudes que serían, a la postre, básicas y trascendentales para el buen fin de implantar en España la democracia, sistema que permitiría a nuestro país, definitivamente, incorporarse al concierto europeo, algo que nos había sido negado durante décadas.

Nada más lejos de la realidad. Reflexionar sobre esa importante etapa de la vida española y de la labor de un puñado de editores de prensa no significa, en modo alguno, negar y no reconocer las miserias –muchas– y aspectos negativos de todos y cada uno de ellos. Pero tampoco es el objetivo de este ensayo airear los defectos y actuaciones censurables en los que se vieron envueltos con frecuencia, sino rendir homenaje a todos aquellos que, en años difíciles y complejos, supieron anteponer como objetivo de sus vidas el interés de un país al interés personal.

Resultaría demasiado fácil poner en la picota y sacar a relucir los trapos sucios de gente como Juan Tomás de Salas, Jesús Polanco o Guillermo Luca de Tena.

Si Ortega hablaba de proyecto de vida en común y de la ilusión de futuro que comparten los individuos que conforman una nación, la transición política española y el tardofranquismo fueron el escenario ideal en el que se dieron cita, entre otros segmentos sociales, unos medios de comunicación que se pusieron al servicio de una causa especialmente atractiva, como era la lucha por las libertades, y unos editores que decidieron apostar por un nuevo régimen y un colectivo de periodistas que, medio amparados en la Ley de Prensa de Fraga, decidieron igualmente jugársela en el envite.

La prensa, palanca del cambio y poder fáctico

Esa misma prensa se convirtió en palanca del cambio, sufrió en sus carnes atentados que supusieron la pérdida de vidas y tuvo un protagonismo reseñable durante unos años, llegando a convertirse en poder fáctico, en parte integrante del poder, proponiendo reformas o exponiendo las opiniones ajenas más significativas del espectro político. Y lo hicieron hasta el punto de que, en demasiadas ocasiones, el medio o el periodista, el editor en definitiva, intentaron suplantar al político e incluso marcar el paso al proceso. Quién sabe si, de no haber sido así, aún hoy nos estaríamos sacudiendo la caspa.

Hay quien dice que el modelo de prensa vigente en España es la consecuencia de la prensa de la Transición, y lo bueno y lo malo del sector se gestó en aquellos años lúcidos, intensos y brillantes. No seré yo el que defienda esta tesis, entre otras cosas, porque a día de hoy pocos son los que serían capaces de citar el nombre del editor de El País, ABC, El Mundo o de los grupos Atresmedia y Mediaset.

Los medios de comunicación, la prensa escrita fundamentalmente, comenzó, antes de la muerte de Franco, a preparar el cambio político, especialmente por la colaboración de sectores liberales y democratacristianos o del Opus Dei, favorables a una política de reforma a partir de la legalidad franquista. Lo hicieron, entonces, vinculados a órganos de comunicación tales como los periódicos Informaciones, Nuevo Diario, Madrid, Ya y los semanarios Cuadernos para el Diálogo, Triunfo y Cambio 16, entre otros. Y ya tras Franco, con nuevas cabeceras como El País, Diario 16, Tiempo e Interviú.

El papel de la prensa en la Transición y su apoyo a la incipiente democracia tiene varias referencias, pero la primera prueba de fuerza tuvo lugar el 7 de abril de 1977, con la legalización del PCE. Con ese motivo, diarios como El País, Diario 16, Arriba, Pueblo, Ya e Informaciones firmaron un editorial conjunto titulado “No frustrar una esperanza”. Algo similar ocurrió años después con el intento de golpe de Estado del 23 de febrero. Entonces, el papel que jugó el rey Juan Carlos solo es equiparable al de  los medios de comunicación, que estuvieron informando al país durante horas, en la ya conocida como “Noche de los transistores”.

Polanco, el más poderoso
Jesús Polanco es, sin duda, el editor por antonomasia de la transición política española, el más controvertido y poderoso de todos ellos. De su peso como editor de El País, el diario más influyente aparecido en España tras la muerte de Franco, dice mucho la lista de asistentes y ausentes a su entierro, en el que el jesuita Martín Patino fue el encargado de leer un responso, en el cementerio de la Almudena. Allí estuvieron, entre otros, Felipe González, Belisario Betancur, Alberto Ruiz-Gallardón, Manuel Chaves, Enrique Iglesias, Javier Solana, Javier Godó, Santiago Ybarra, Isidoro Álvarez, Isidro Fainé, César Alierta, Ana Patricia Botín, Florentino Pérez, Ignacio Sánchez Galán, Pablo Isla, Carlos y Juan March, Gerardo Díaz Ferrán, Emilio Ybarra, Luis Ángel Rojo, José Saramago, Valentín Fuster, Joan Laporta, Ángel Gabilondo y Carlos Berzosa.

De Polanco se dice que hizo de la libertad un negocio

El País, periódico de referencia de la Transición y de los años siguientes, empieza a publicarse en 1976 y se convirtió, en muy poco tiempo, no solo en el “diario independiente de la mañana”, sino en un poder fáctico relevante por el nivel de influencia que llegó a acumular, lo que le hizo ser temido y respetado a partes iguales. No en vano, el editor era conocido como Jesús del Gran Poder, y de él se dice que hizo de la libertad un negocio.

El momento crucial del editor y su diario fue posiblemente el referéndum sobre la OTAN en 1984 –coincidente con el nombramiento de Polanco a la presidencia de Prisa–, cuando Felipe González pasó del “de entrada, no” al “sí” y El País respaldó la larga cambiada sin fisuras.

Aunque –como es usual en la mayoría de los casos de éxito– el de El País no es el logro de una sola persona, sino de muchas y de muchos intereses, la persona de Jesús Polanco emerge como impulsor y protagonista de un proyecto en el que participaron grandes profesionales. Todos ellos, como ocurrió con otras experiencias, tenían un único objetivo: sacar adelante el proceso de conducir a España a un Estado plenamente democrático. A través de ese hilo conductor, Jesús Polanco, rebautizado más tarde como Jesús de Polanco –nacido en Madrid, el 7 de noviembre de 1929, y fallecido en la capital 77 años más tarde–, se convirtió no solo en un hombre muy rico, como pone de manifiesto que ocupase en 2005 el puesto 210 de la revista Forbes, con una fortuna estimada de 2.200 millones de euros, sino también en uno de los empresarios más influyentes, y de ello da fe una frase que se hizo célebre: “No hay cojones para negarme a mí un canal de televisión”. La paternidad de la frase nunca fue reconocida.

Y, efectivamente, no hubo cojones. Tanto el PP como el PSOE contribuyeron a que Prisa tuviera su más que significativa presencia en el mundo de la televisión, aunque para ello se tuvieran que vulnerar más de un principio ético y jurídico, algo que estuvo presente a lo largo de toda su vida y que le hizo merecedor del ya citado apelativo de Jesús del Gran Poder.

Aunque alguno de sus detractores más feroces han llegado a afirmar que Polanco no se leía ningún editorial del periódico, y menos un libro de sus empresas editoras, fue capaz de convertir a El País, como consejero delegado primero y como presidente del Grupo Prisa posteriormente, en el periódico más importante e influyente de ideología socialdemócrata. Es significativo que la exministra de Educación con un Gobierno del PSOE, Mercedes Cabrera, en su hagiografía sobre Polanco, lo definiese como un hombre al que los políticos “buscaban y temían” a la vez, explicando que la cultura empresarial del fundador del Grupo Prisa se basaba en la “austeridad y el crecimiento mediante la reinversión de beneficios”.

En el momento de su fallecimiento, Polanco poseía el 64% de las acciones de un Grupo Prisa que englobaba, además de El País, canales de televisión, emisoras de radio, revistas, editoriales, etc. Todo ello hoy está en cuestión, como consecuencia de un endeudamiento que a punto ha estado de llevarse por delante el grupo.

El imperio se extendió a toda Iberoamérica

De ideología desconocida cuando se incorporó al proyecto de El País, de él se sabe de su cercanía al Frente de Juventudes en su etapa juvenil, algo habitual en la España franquista, condición que nunca se esforzó en ocultar. Tuvo la habilidad y los contactos necesarios para que la editorial Santillana fuera la única que tuviese listos los libros de texto del curso escolar que se incorporaban con la reforma educativa del ministro Villar Palasí. Ese fue el comienzo del imperio que, posteriormente, se extendió a toda Iberoamérica, bajo el paraguas del Grupo Timón. Si hubo filtración, nadie lo ha demostrado hasta ahora, pero lo cierto es que Polanco cimentó buena parte de su fortuna a partir de 1972, año en que funda el Grupo Timón, en el que iría integrando las editoriales de creación propia, como Santillana o Altea, las que va adquiriendo, como Taurus o Alfaguara, y otros negocios, como las librerías Crisol o la empresa de sondeos Demoscopia.

Y si, como dice el dicho popular, detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer, es de justicia señalar que detrás de Polanco hubo un buen periodista que interpretó, como pocos lo hubieran hecho, la partitura escrita por el editor. Este periodista no es otro que Juan Luis Cebrián, subdirector del diario Informaciones hasta su incorporación al proyecto. Sustituiría a Carlos Mendo, nombrado consejero de prensa en la Embajada de España en Londres, ocupada por Fraga, y que era el director in pectore del diario, designado desde los orígenes del proyecto.

Ortega, presidente de la sociedad, y Cebrián, director del diario, fueron, junto con personajes como el empresario Diego Hidalgo o el eterno socio de Polanco, Francisco “Pancho” Pérez González, quienes capitanearon el grupo que lideró El País, frente al encabezado por Areilza, Valcárcel y el abogado García-Trevijano.

La carga ideológica de Juan Tomás
Nacido en Valladolid en 1938, Juan Tomás de Salas fue, quizás, el editor más puro y prístino de la transición política, dejándose guiar exclusivamente por una carga ideológica acuñada años antes y que tuvo como norte la lucha contra el franquismo. La plasmó, para bien o para mal, en el grupo editorial que acogió en su seno a Cambio 16 y a Diario 16, de cuya trascendencia son testigos las hemerotecas. Como alguien se ha encargado de recordar, el éxito de los semanarios de información general más prestigiosos se encuentra en el olfato para detectar las necesidades informativas de sus conciudadanos, y no soy yo el primero en señalar que Juan Tomás, a quien no le sobraba el dinero, tenía olfato a raudales. En su proyecto supo incorporar a gentes como Luis González Seara, Blas Calzada, Romualdo de Toledo, Alejandro Muñoz Alonso, Miguel Muñiz, Alfredo Lafita o Enrique Sarasola, así como a otros empresarios de procedencia diversa.

Procedente del “Felipe” de Cerón –Frente de Liberación Popular–, Juan Tomás, editor comprometido políticamente de corazón, puso en marcha en 1971 el semanario  Cambio 16, origen de la aventura, al precio de doce pesetas por ejemplar, con más espíritu que dinero, algo que fue su santo y seña a lo largo de su carrera como editor. Esto no le impidió marcar su línea editorial basada en “vigilar muy de cerca la marcha del Estado para impedir que esa enorme concentración de poder en manos de unos pocos arrase la libertad de los muchos y arrastre el país”. Y lo hizo al compás de la canción Libertad sin ira, del grupo Jarcha, para disgusto del franquismo todavía imperante.

Juan Tomás, a quien no le sobraba el dinero, tenía olfato a raudales

Durante la dictadura de Franco, la revista tuvo “economía y sociedad” como temática y, tras la muerte del dictador, pasó a ser una revista de información general, que alcanzó un relevante éxito y posibilitó lanzar Diario 16, en octubre de 1976. Imposible ignorar –y también enumerar, por miedo a algún olvido– la lista de periodistas y colaboradores del Grupo 16 y la calidad de sus integrantes, que dan fe de la transcendencia y del nivel de la revista y del diario hasta el final de la aventura en 1997, cuando el periódico y, con él, el resto de las publicaciones entraron en proceso concursal.

Objeto de secuestros, procesos y atentados terroristas, Diario 16 fue todo menos cómodo para el poder y, por encima de todo, fiel a sus principios fundacionales que no eran otros que los principios de su editor. Tras muchas peripecias políticas y financieras, acabó en manos de los bancos y con deudas multimillonarias. El 7 de noviembre de 2001, su cabecera desapareció del panorama periodístico.

Asensio, un editor intuitivo
Procedente del mundo de las artes gráficas, Antonio Asensio fue un editor intuitivo que llevaba en la sangre, a partes iguales, el virus del periodismo y el de la empresa. No necesitó de grandes influencias exógenas para montar un gran negocio periodístico, que le reportó pingües beneficios partiendo de un origen humilde. Humilde fue la creación del Grupo Zeta, cuatro meses después de la muerte de Franco, con un capital social de 500.000 pesetas, capital mínimo exigido por ley. No necesitó más de dos meses para que apareciera el primer número de Interviú, que el primer día agotó una tirada de 100.000 ejemplares y que con posterioridad consiguió tiradas medias de un millón de ejemplares. A esa referencia periodística le siguieron otros productos como Tiempo, Panorama, Viajar, Conocer, El Jueves, Sal y Pimienta, La Voz de Asturias, El Periódico de Aragón y El Periódico de Catalunya, en los que escribían y trabajaban gentes de todo tipo de ideologías.

Asensio llevaba en la sangre el virus del periodismo y también de la empresa

Su temprana muerte en 2001 nos deja sin poder conocer hasta dónde hubiera sido capaz de llegar este editor catalán, que cosechó grandes “fracasos” como empresario audiovisual por mor de su falta de influencia y su incapacidad para granjearse los favores del poder político, que él mismo achacaba a que no fue dócil y por eso había tenido que pagar una licencia televisiva que era otorgada gratuitamente. “El poder –decía– tiende al cinismo, a la palmada en la espalda y a la zancadilla anónima cuando te descuidas”. No obstante, nunca se rindió, y Asensio demostró, durante el poco tiempo que le dejaron, que sabía hacer las cosas y ganarse el favor del lector o de la audiencia de la radio y la televisión.

Aunque no iba por la vida aireando su ideología y no alardeaba de posicionamiento político alguno, en ocasiones le gustaba autocalificarse como “un demócrata que siempre defendió las libertades” o como “un progresista que, por edad y por formación, creo más en las personas que en las organizaciones”. Siempre tuvo claro que, para ser independiente, una empresa de comunicación ha de ser rentable.

Resumió su filosofía como editor en el encargo que le hizo al primer director de El Periódico de Catalunya: “Quiero que me hagas un periódico que sea riguroso en la información, plural, progresista, laico, no dogmático, respetuoso con las decisiones de las mayorías y defensor de los derechos humanos, pero que no haga bostezar a los lectores”.

No fue por todo ello especialmente condescendiente con los colegas, y de él fueron perlas como “hay una prensa amarilla bajo una forma seria” o “los medios conviven mucho mejor en Barcelona y en otras ciudades que en Madrid”.

El alma de ‘ABC’
Perteneciente a la histórica familia editora vinculada a ABC de los Luca de Tena, a Guillermo Luca de Tena y Brunet, nacido en Madrid en 1927, le tocó lidiar con la muerte de Franco, régimen con el que convivió defendiendo el ideal monárquico representado por don Juan de Borbón, y con el tránsito hacia la democracia.

Guillermo Luca de Tena se empleó a fondo para ganar la batalla interna

Fundado en 1903 y definido como un periódico conservador, monárquico y católico, a ABC le correspondió jugar el papel que ya en otras ocasiones había jugado. En esta ocasión, como miembro de la derecha liberal, tuvo que emplearse a fondo para ganar la batalla interna, planteada entre un sector más conservador, como el representado por su hermano Torcuato Luca de Tena, y el de carácter más centrista, encabezado por él.

Y como diría un biógrafo de Guillermo, la Transición no fue posible solo por la izquierda, sino porque personalidades de tanto cuajo en la vida española se habían propuesto trabajar, desde finales de los 50, para darle una salida democrática a la dictadura. Y entre ellos, estaba Guillermo Luca de Tena, al frente de ABC, a quien el rey Juan Carlos concedió el título de marqués del Valle de Tena con Grandeza de España. Fue el tercer empresario de prensa ennoblecido en España por el actual rey emérito, junto con Javier Godó y Antonio Fontán, editores de La Vanguardia y el diario Madrid, respectivamente, por su fidelidad a la Corona y por su defensa de las libertades democráticas y el papel jugado a lo largo de la transición política.

Aunque algunos pueden pensar que dirigir un periódico cuando se ostenta su propiedad, o ser editor en iguales condiciones, puede resultar un lujo –entre otras cosas, porque la historia tiene marcada la senda–, lo cierto es que Guillermo Luca de Tena no lo tuvo tan fácil. Tanto es así que el editor tuvo que empeñar en un momento determinado una cubertería de plata de la familia para pagar la nómina.

Porque desde que fuera elegido presidente del Consejo de Administración de Prensa Española, en febrero de 1972, hasta que en 1998 abandonara su puesto de editor y asumiera el cargo de presidente de la Junta de Fundadores de Prensa Española, no solo tuvo que hacer frente a graves situaciones económicas, sino a la existencia de un director como Luis María Anson, con tan grandes capacidades periodísticas como de protagonismo, lo que solía suscitar enfrentamientos y celos con el editor, algo comprensible cuando un empeño personal del editor de participar en la creación del diario Claro supuso un gran descalabro económico para Prensa Española.

Al final, y pese a que el director que sustituyera en el puesto a Guillermo Luca de Tena ha dejado escrito que, cuando él dejó el diario en 1997, “solo las acciones de Guillermo en la empresa editora de ABC valían más de 30.000 millones de pesetas”, en 2001, casi 100 años después de su fundación, Prensa Española se vio obligada a fusionarse con el Grupo Correo, del que nace el Grupo Vocento.

Con motivo de su fallecimiento, Jorge Trías Sagnier publicaba un artículo, titulado “La muerte de un liberal”, en el que uno de cuyos párrafos retrata en mayor o menor medida lo que representó este editor conservador que mantuvo una línea favorable a la apertura política, pese a las posturas inmovilistas de dentro de la casa: “El periodismo español puede presentar a Guillermo Luca de Tena y Brunet, ya para la historia del periodismo español, como un buen ejemplo de lo que debe ser una profesión rigurosa, respetuosa e informativa, a la vez que constructora de opinión, liberal siempre (…), que supo caminar con acierto, resistiendo los embates de la derecha más intransigente, hacia la transición de un periodismo intervenido a otro comprometido con la libertad y la democracia, respetando siempre su fuerte componente conservador”.

El principal editor en Cataluña
Conde de Godó y Grande de España, Javier Godó es el editor por excelencia de la prensa catalana, al frente del Grupo Godó, creado en 1998, y controlado, básicamente, por la familia Godó. Su origen se remonta a dos de los periódicos más antiguos de España: el diario La Vanguardia, fundado en 1881, y El Mundo Deportivo, que tiene su primera publicación fechada en 1906.

La Vanguardia ha tenido siempre una (merecida) reputación de ser capaz de mimetizarse con el contexto, con la sana intención de ofrecer a sus lectores un producto que representara una imagen de los valores de la sociedad en la que ellos mismos están insertados. Anna Nogué y Carlos Barrera, estudiosos de la evolución de La Vanguardia a lo largo de su historia, convienen en apuntar las polarizadas relaciones entre unos propietarios –la familia Godó– que intentan imponer una determinada tendencia ideológica, caracterizada muchas veces por su falta de ideología propia, y unos profesionales que intentan aplicar sus conocimientos para dar el mejor servicio posible a sus lectores, sin dejarse arrastrar por los vaivenes políticos y las presiones externas.

Por ello, no es posible entender el papel de La Vanguardia y de su editor sin incorporar la figura de Horacio Sáenz Guerrero, director del periódico entre 1969 y 1983 y máximo responsable de los equilibrios de poder que se producen en el seno del periódico.

Los autores mencionados recrean el carácter acomodaticio del periódico, que le ha permitido sobrevivir a lo largo de sus 135 años de existencia, desde los años de la Restauración canovista a la actualidad. En ese contexto cabe ubicar la capacidad de adaptación del periódico, especialmente necesaria en unas épocas de radical transformación social, política e ideológica como fueron las del tardofranquismo y la Transición.

A Godó hay que reservarle un papel, en alguna medida relevante, en el complejo proyecto audiovisual con Prisa

A Javier Godó hay que reservarle un papel, en alguna medida relevante, en todo el complejo proyecto, en ocasiones disparatado, en el que se involucra junto con el grupo Prisa en el sector audiovisual.

Hoy, ese papel de Godó se ha traducido en un grupo mediático en el que, además de los dos periódicos antes mencionados, aparecen tres canales de televisión como 8TV, Barça TV y RAC 105, además de un indeterminado número de publicaciones de todo tipo. Y Godó, algo que a muchos le puede parecer sorprendente, forma parte del Consejo de Administración de CriteriaCaixaCorp y del Comité Ejecutivo de La Caixa.

El Opus entra en acción
Del todo punto imposible tratar del papel de los editores de prensa durante la Transición sin dejar un hueco, significativo, al diario Madrid y a sus dos más reconocidos editores, Rafael Calvo Serer y Antonio Fontán, marqués de Guadalcanal, ambos miembros del Opus, institución que junto con la Iglesia católica jugó un relevante papel en la transición política española.

El vespertino es comprado en 1962 por la sociedad Fomento de Actividades Culturales, Económicas y Sociales (Faces), constituida por integrantes de las tres familias ideológicas del régimen en aquel momento: falangistas, tecnócratas y reformistas monárquicos. Entre ellos destacaban los nombres de Luis Valls Taberner, Florentino Pérez Embid y Rafael Calvo Serer. Este último se hace con el control de la empresa editora unos años después, nombrando director a Antonio Fontán, quien se rodea de un excelente equipo de profesionales del periodismo, cuya huella hoy permanece inalterable.

En los últimos años de los 60, según cuentan las crónicas, el diario representa el espíritu de la apertura, al adoptar una línea bastante independiente, propia de un diario de opinión. En ese contexto, realiza un periodismo crítico con respecto a las posturas del Gobierno, pudiéndose encontrar entre sus contenidos peticiones concretas a favor de una evolución democrática.

La línea editorial del Madrid no dejaba impasible al Régimen, hasta el punto de que en un artículo publicado el 30 de mayo de 1968 y firmado por Calvo Serer, titulado “Retirarse a tiempo. No al general De Gaulle”, se establecía un evidente paralelismo entre el presidente De Gaulle y el general Franco y se pedía implícitamente una retirada del jefe del Estado. La publicación del artículo fue entendida por el Gobierno como una ofensa y dio lugar a una suspensión del diario Madrid por dos meses, que posteriormente se ampliaría a otros dos.

El diario Madrid se había convertido en la voz de una oposición moderada pero democrática, que enriqueció el debate colectivo en una España que presagiaba la libertad. La vida del periódico acabó de forma heroica y abrupta, al procederse el 25 de noviembre de 1971 a la cancelación de la inscripción del diario, que precedió a la voladura del edificio del rotativo el 24 de abril de 1972.

Entre Tarancón y don Marcelo
Relevante aunque impreciso fue el papel de los obispos o de la Conferencia Episcopal en el panorama periodístico del final del franquismo y de la transición a la democracia y que podría simplificarse en dos nombres: Tarancón, cardenal que presidía la Conferencia Episcopal, y don Marcelo, cardenal más opuesto a las ideas aperturistas del primero, que tendrían su proyección en la Editorial Católica en dos bandos bien diferenciados, el inmovilista, con Barrera de Irimo a la cabeza, y el grupo defensor de la apertura hacia un régimen democrático, con significados democristianos como los congregados en torno al colectivo Tácito.

El diario Ya fue el terreno de juego en el que se libraron las escaramuzas ideológicas y en donde la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP) y los comprometidos con el Contubernio de Múnich se posicionaron a favor de la reforma política. Como ocurriera con otros grupos periodísticos que tuvieron un notable papel en la Transición, el final del Ya como significada cabecera de la época fue tan brusco como poco edificante, y hoy, la Iglesia católica ha optado por otros altavoces desde donde defender sus posiciones políticas y religiosas.

La banca no quiso quedarse fuera
En el proceso de algunas fuerzas políticas de plantar cara al régimen y preparar el tránsito a la democracia, una vez muerto el dictador, el vespertino Informaciones juega un papel notable desde que su cabecera fuera comprada en 1967 por miembros de la Unión Democrática Española. De tendencia democristiana, el proyecto inicial se inscribió en el entorno de Federico Silva Muñoz, pero la aventura resultó tan intensa como breve y sus fundadores deciden su venta, un año más tarde, a un grupo de banqueros encabezados por Emilio Botín.

El núcleo duro del vespertino lo ocuparon Víctor de la Serna, como consejero delegado; su hermano, Jesús, como director, y Juan Luis Cebrián, como subdirector. Entre los tres demostraron su buen hacer y su oficio para editar un buen periódico que cuando Franco muere alcanzaba una difusión de 75.000 ejemplares.

A partir de 1976, comienzan los primeros problemas empresariales del diario, con la entrada de Prensa Española, tras el abandono en 1974 del Banco de Santander. Tres años después, en 1979, el control de Informaciones pasa a manos del empresario barcelonés Sebastián Auger, editor de Tele/eXprés, quien termina con la aventura periodística y sus huesos en la cárcel, tras haberse incorporado buena parte de su redacción, con Cebrián a la cabeza, a Miguel Yuste, sede del diario El País.

El imperio periodístico de Auger
La irrupción de Sebastián Auger en Informaciones estuvo precedida por la creación del Grupo El Mundo en 1966, que en la década de los 70 editaba simultáneamente en Barcelona las cabeceras de Mundo Diario, Tele/eXprés –comprado a Godó–, Catalunya Exprés, el deportivo 4/2/4 y el semanario Mundo. El grupo gestionaba Informaciones en Madrid y el Diario de Valladolid en la capital castellana, además de la editorial Dopesa.

La trayectoria empresarial de Auger, nacido en 1937, tuvo su origen en negocios inmobiliarios en Barcelona y culminó en 1980 con una sonada suspensión de pagos, con un pasivo de unos 2.000 millones de pesetas de la época, que llevó al cierre de sus publicaciones y a la huida al extranjero para eludir varias acusaciones de estafa.

La orientación progresista que dio a sus diarios le creó fama de empresario de izquierdas, filiación que él siempre rechazó, aunque tras la compra del semanario Mundo orientó, tanto la revista como el Mundo Diario, a atender las necesidades informativas de los sectores progresistas y, en particular, a dar cuenta de los conflictos sindicales y las agitaciones estudiantiles de la época, que tenían una fuerte carga política antifranquista, lo que le creó no pocas dificultades con la legislación sobre prensa de la época.

En paralelo a su actividad como editor de prensa, Auger creó un club de debates, a través de cuyas tribunas tomaron la palabra desde Josep Tarradellas, por vía telefónica desde el exilio, hasta Santiago Carrillo, quien hizo su primera aparición pública en España como secretario general del PCE tras su legalización.

El 23 de diciembre de 1980, Tele/eXprés, uno de los símbolos de la prensa catalana, desaparece en el naufragio del Grupo Mundo. Deja para el recuerdo tres propietarios, ocho directores y tres sedes sociales, que simbolizan la accidentada vida de este periódico.

Manuel Vázquez Montalbán le dedicó a Auger una sentida despedida, en la que decía de él que “su discurso era el de un liberal radical avanzado, y de no haberse arruinado de forma escandalosa, delictivamente, hubiera llegado a ministro o quién sabe si a jefe de Gobierno, con UCD o con el PP, fracción social liberal, tercera vía, cuarta planta, gran liquidación fin de temporada”.

El compromiso de ‘Triunfo’ y ‘Cuadernos’
Quedaría coja esta aproximación, a modo de recuerdo a quienes decidieron apostar por el triunfo de las libertades como final de la dictadura franquista, si no hubiera un recuerdo para dos revistas y dos editores que jugaron un papel imborrable en el tardofranquismo: Triunfo y Cuadernos para el Diálogo, que impulsaron desde posicionamientos editoriales distintos un equilibrio político y social que solo es posible medir tras haber transcurrido más de cuatro décadas.

La primera, revista que conoció su época de esplendor a partir de 1962, tuvo como editor y director a José Ángel Ezcurra, y su línea editorial estuvo desde siempre ligada a la izquierda, convirtiéndose en resistencia intelectual al franquismo, llegando a alcanzar una tirada de 56.000 ejemplares y 11.000 suscripciones. En su nómina de colaboradores y periodistas aparecía lo más granado de la profesión de una época en la que escribir era no solo un reto, sino que suponía un peligro.

Cuadernos para el Diálogo, por su parte, fue una revista cultural, creada e impulsada por el democristiano Joaquín Ruiz-Giménez, que fuera en su momento ministro de Educación de Franco, aunque con un innegable trasfondo político y un significativo éxito que la historia le reconoce.

Tanto Triunfo como Cuadernos no lograron sobrevivir a la Transición: la primera logró llegar hasta 1982 y la segunda bajó la persiana en 1978; en ambos casos, por problemas económicos.

No están todos los que son
No hay espacio para más y, como es habitual en cualquier recorrido sobre un tema en una etapa determinada, no están todos los que son, aunque sí son todos los que están. En un lugar del análisis y el recuerdo, quedan editores de fuste y medios de comunicación que tuvieron una participación significativa en la historia de la transición política española.

En ese capítulo debería tener un espacio de privilegio medios como El Diario de Barcelona, conocido popularmente como El Brusi y creado en 1792, Nuevo Diario y el Noticiero Universal, que no consiguieron superar la Transición por problemas económicos, pero que intentaron posicionarse, al menos al final de sus vidas, en favor de las libertades.

Todos ellos posibilitaron que los periodistas demostraran su calidad y su valentía

Y dentro de ese reconocimiento, nombres como los de José Mario Armero y Antonio Herrero, impulsores de la agencia Europa Press, ligada al Opus; el tándem Bergareche/Echevarría, del Grupo Correo; Santiago Rey, editor de La Voz de Galicia; la aragonesa familia Yarza, a la cabeza del Grupo Heraldo y siempre flanqueada por el eterno director, Antonio Bruned Mompeón; Federico Joly Velasco, impresor y editor gaditano, presidente del Grupo Joly, con su histórica cabecera Diario de Cádiz, y el levantino Las Provincias, de la familia Doménech, son solo algunos de los nombres a los que les tocó lidiar, desde sus medios regionales o provinciales, con una de las etapas más interesantes y fructíferas de la historia de España.

Todos ellos son nombres que hicieron posible que cientos de periodistas demostraran su calidad profesional y su valentía, sabedores de que en la mayoría de los casos tenían un editor que estaba dispuesto a defender su labor generalmente basada “en la independencia y en la defensa de los intereses del pueblo”, como reza un principio fundacional de alguno de los medios citados.