Las amenazas híbridas son amenazas difusas cuya procedencia y naturaleza resultan difícil de identificar formalmente por más que se intuyan. Su naturaleza no convencional y multiforme persigue debilitar a las sociedades afectando a su cohesión y exhibiendo sus contradicciones. Para ello se sirven de las reglas, la conciencia moral y los valores de Occidente en su beneficio. Estresan a la sociedad, ensanchando y haciendo más visibles sus costuras, sus líneas de debilidad. Sufren un estrés especial algunos puntos nodales, las líneas de juntura, en que interaccionan Estado y sociedad: las instituciones. La primera condición para poder afrontarlas es conocerse a uno mismo, conocer el contexto y conocer al agente hostil. Ninguna de las tres cosas es fácil en los entornos dinámicos y complejos del siglo XXI.
* FEDERICO AZNAR FERNÁNDEZ-MONTESINOS
1. Desinformación, agenda informativa y duda
Vivimos en una sociedad en la que la información es un insumo esencial. Hay estudios que apuntan a que toda la información desde el comienzo de la historia de la humanidad se dobla cada menos de dos años. Su centralidad motiva que las sociedades se denominen a sí mismas como “de la información” y explica la relevancia de tecnologías como la inteligencia artificial, pues facilita su gestión. A resultas, se consume mucha información, pero falta análisis, comprensión. Como decía Glucksmann, la gente ya no piensa, se informa.
En este contexto, los mensajes cortos y emocionales prevalecen sobre los razonamientos profundos. La emoción prima sobre la razón -la piedra angular de la construcción de Occidente-, la verdad se relativiza y, con ello, la realidad; lo que, a su vez, puede derivar en una nueva fractura de la sociedad.
La desinformación no está en relación directa con las fake news. Estas atienden a la finalidad de quienes las lanza, no a la falsedad que enuncian. Esta última, sin ser irrelevante, no es lo principal, que es la intencionalidad. En palabras de Derrida, “la mentira no es algo que se oponga a la verdad, sino que se sitúa en su finalidad”. Además, mentir en el siglo XXI es hasta excesivamente comprometido cuando se pueden poner en valor otros hechos. Mentir puede ser así solo una candorosa falta de inteligencia.
La desinformación es todo lo que impide el uso correcto o acertado de la información disponible. Ello se encuentra en relación con la agenda informativa, con la adecuada prelación y difusión de la información en el mar de datos de nuestras sociedades. Y no tanto con la mentira, que también.
Para entenderlo, recurramos por su vistosidad al ejemplo del terrorismo. Este también supone una forma de desinformación, pues cifra materialmente su pretensión en la alteración y control de la agenda informativa. Los medios necesitan noticias y el terrorismo quiere serlo; esta concurrencia de intereses precisa de una delicada gestión. ETA atentaba a las 08:00 horas para estar en las noticias de las 09:00 horas y en las de las 15:00 horas y llegar a la noche. ETA cometió tres atentados y mató a cinco personas cuando España entró en la Comunidad Europea. Querían ser la noticia del día. No se trata de control territorial, sino de control mental.
Mas aún, las narrativas, los relatos -entre ellos, el terrorista, pues este no deja de ser una narrativa sangrienta-, suponen un conjunto hilvanado de ideas, referencias y emociones que no describen la realidad, sino que la crean, mientras abren el espacio ético que hace posible la acción política y hasta la propia violencia.
Los medios necesitan noticias y el terrorismo quiere serlo; esta concurrencia de intereses precisa de una delicada gestión
Contra lo que parece y por su fragilidad intelectual -es un discurso fácilmente rebatible por ser, pese a las apariencias, fundamentalmente emocional-, no se trata tanto de argumentar -aunque tenga apariencia de tal cosa- como de fijar el conjunto de temas de los que se debe hablar; esto es, se trata de la agenda informativa otra vez. Para ello busca sumir en el silencio los temas que resultan incómodos, ya que, de considerarse, la narrativa se desmontaría por falta de consistencia. Así, ETA hablaba de liberación, opresión, de torturas o falta de libertades, pero no de las familias de las víctimas, de su falta de representatividad en las urnas o de que España fuera parte de la Unión Europea (UE), con el reconocimiento que comporta.
La desinformación no es una amenaza menor, sino sustancial, pues, para empezar, la democracia no es posible cuando la población no dispone de una información que garantice el adecuado ejercicio de sus derechos.
La base de Occidente, contra lo que parece, no es la libertad. Esta arranca de la libertad de pensamiento conceptualizada durante la Ilustración. El eje sobre el que gravita Occidente es la duda, Occidente es la civilización de la duda, del cogito, ergo sum cartesiano. La propia democracia es un sistema de balances y contrapesos, en la que todos los poderes desconfían, dudan de los otros y buscan el equilibrio dudando. La propia duda explica el papel de Occidente en el desarrollo del pensamiento científico. Es la duda la que suscita la tolerancia; y esta es la base sobre la que se asienta la libertad. Por ello, cuando se golpea a los países occidentales en la duda, el sistema entero se ve afectado.
2. Afrontar el reto
Llegados a este punto y para plantear cualquier respuesta, se debe entender el reto y establecer sus dimensiones. Si ponemos en el centro de la respuesta a la amenaza -ya sea el terrorismo o la desinformación-, tendremos como indudable respuesta la censura o un Estado policial y nos habremos dejado en la gatera, además de la legitimidad, aquello que debemos proteger: los derechos fundamentales. Estos son los que deben ocupar la centralidad.
Mas aún, si desplazamos la amenaza a una segunda instancia, al hacerlo, nos sometemos a ella, perdemos la iniciativa y el rumbo, además de adentrarnos en las dinámicas de la amenaza y en su agenda y ritmos. Vamos no adonde queremos ir, sino adonde nos permiten; y eso dentro de la opción que se nos plantea y asumiendo que somos lo que dicen ellos. Por eso, en el segundo estadio de la decisión debe situarse el futuro que queremos para nuestras sociedades. Y solo considerar en tercer lugar la amenaza en tanto que afecta al camino que debemos tomar. Este debe ser asumible dentro del marco los valores que propugnamos; esto es, sin desdoro de ellos.
Así, la auténtica amenaza frecuentemente no está en el reto que se nos plantea, sino en la respuesta que le damos y que, por desproporcionada, puede resultar más dañina que aquella, como bien saben quienes así actúan. Lo auténticamente grave está en lo que las democracias hacen llevadas por la emocionalidad, y no tanto en los retos que afrontan. El camino más corto, no pocas veces, se convierte en el más largo, cuando no en el que nos lleva a ninguna parte o, peor aún, allí adonde no queremos ir.
Para salvar estas actuaciones, conviene adoptar lo que Shinmen Musashi ya en el siglo XVI denominaba “la actitud de la no actitud”, con la que se van resolviendo los problemas conforme a sus principios y valores, preservando así la legitimidad. En nuestra sociedad, son las leyes. Leyes elaboradas desde la racionalidad, no condicionadas por las circunstancias ni desde una impostada sensación de urgencia, refrendadas por la comunidad nacional y apoyadas en la internacional. No existen estrategias reactivas, eso es una antinomia.
La democracia es algo más que un Estado de derecho, unas elecciones o un sistema de balances y contrapesos; que también. Es, ante todo, una ética, una cultura, que implementa el espacio que va desde la norma hasta su puesta en práctica. La democracia implica también decir la verdad y explicarse. La comunicación no es solo una necesidad, sino una obligación innata, la primera. Y cuando hace tal cosa, no construye narrativas, sencillamente expone.
La aparente debilidad de la democracia enmascara una fuerza arrolladora: la voluntad concertada de millones de personas. El Estado de derecho tiende a ir por detrás de los sucesos. Esa lentitud es el precio de gestionar un poder inmenso. Por ello, su respuesta, aunque parece ineficaz, es incontestable. Puede permitirse perder para ganar.
Superar la desinformación puede requerir de prevención e incluso, puntualmente, hasta de medidas coercitivas. La cuestión son los límites de la respuesta. El margen será mayor o menor en función de la naturaleza de la amenaza, precisándose, como poco, de normas efectivas y de la tutela judicial como una garantía legitimadora. La utilidad de instrumentos como la censura, la regulación de contenidos, en unas sociedades tan abiertas como las occidentales es más que limitada. Es poner puertas al campo y dejarse en ello, adicionalmente, la legitimidad.
La democracia implica también decir la verdad y explicarse
Es más, tomando en consideración que la misma amenaza se cierne sobre otras sociedades democráticas en las que nos reconocemos e inspiramos, esta lucha por razones de sinergia debe abordarse conjuntamente a través de las organizaciones y pactos de los que somos parte y que muestran la existencia de una comunidad que comparte valores e intereses.
Así, se produjo la suspensión de medios tan relevantes como Russia Today y Sputnik News, a instancias del Consejo Europeo, al poco de la invasión de Ucrania en 2022. Esta fue posteriormente ratificada por el Tribunal de Justicia de la UE, por el evidente alineamiento de las noticias de ambas cadenas con las tesis sostenidas desde Moscú y su capacidad de influencia sobre la opinión pública a la que podía alterar en beneficio de un Estado extranjero. Estas medidas se plantearon como excepcionales y fruto de un contexto de guerra. Todas las grandes plataformas digitales europeas las siguieron, asegurando su efectividad. Con todo, legislar en caliente es arriesgado, debería aprovecharse la experiencia para avanzar.
Y no solo eso, dadas las contradicciones a las que la desinformación somete a la democracia, las democracias occidentales deberían tratar de afrontar sus retos desde cuerpos normativos similares, de modo que unos validen a otros y se presente un frente uniforme que dote de una legitimidad aun mayor a la respuesta institucional, y la refuerce.
Las crisis son momentos propicios para la desinformación. Las valoraciones son de una subjetividad extrema e inciden en su gestión. Y su excepcionalidad atrae interés y genera una crisis de información que redunda en su control. Además, los errores en la gestión informativa son irreparables por la dinámica desatada, lo que asegura un alto rendimiento a la desinformación en su intento de laminar las instituciones.
En fin, fortalecer las instituciones pasa por deshacer el escepticismo; para ello no hay nada mejor que la transparencia. La democracia y la libertad se basan en la evidencia y la verdad. Por ello, la educación junto con el periodismo y la justicia son la base de unas defensas sólidas. Estamos hablando de proyectos a largo plazo orientados al reforzamiento de la ciudadanía. La ciudadanía real se asienta, en primer término, sobre la educación, un anticuerpo natural; una sociedad de buenos ciudadanos es siempre una sociedad de ciudadanos educados. Esparta, nos recuerda Tucídides, no tenía murallas, porque tenía a sus ciudadanos.
La educación junto con el periodismo y la justicia son la base de unas defensas sólidas
Es cierto que el nivel cultural ha crecido, pero también la exigencia que recae sobre los ciudadanos. Falta preparación y reflexión, lo que, además, requiere de tiempo. Por tanto, otro de los ejes para luchar se sitúa en el humanismo, en la educación de la sociedad. De hecho, todo proyecto político de calado pasa por lo mismo. La educación refuerza la transversalidad, el núcleo duro, y evita la fragmentación, la disgregación de la sociedad. Educar en la verdad, robustecer los valores ayuda a recuperar la confianza. A su vez, la ética, una ética compartida, refuerza la sociedad e incrementa la fe en sí misma.
Con todo, aún subsiste una bolsa importante de iletrados funcionales con acceso a información de todo tipo, pero sin posibilidad de discernir sobre una calidad que no es fácil contrastar. Hace falta también dotar de una formación mediática crítica a la ciudadanía, sacar al lector de la burbuja ideológica y dotarle de herramientas de verificación digital sistemática y de una alfabetización tecnológica.
La crítica, el disenso, pertenece al acervo de la democracia. Por eso, el pensamiento crítico debe ampararse y promoverse. La crítica es imprescindible para el progreso. Una sociedad precisa de referentes morales e intelectuales, así como de críticos que cuestionen el modelo vigente y que propongan universos distintos y nuevos sueños. Las sociedades crecen en sus contradicciones. Ese pensamiento crítico debe ser preservado e impedir que se incorpore o lo incorporen al mundo de la posverdad.
3. El papel de la prensa
La prensa es el cuarto poder y su existencia contribuye al equilibrio de cualquier democracia. Además, los medios son los principales interesados en luchar contra la desinformación. Su papel no puede ser el de meros árbitros entre informaciones y desinformaciones. El periodismo como marca y fuente de información veraz y de calidad debe ser potenciado. Es una necesidad social.
Este, en tanto que parte del pensamiento crítico, no se puede ni se debe regular. Los costos de tal cosa en términos de legitimidad son muy superiores a cualquier eventual beneficio. Pero sí se debe promover una suerte de código deontológico que favorezca un profesionalismo autorregulativo y atento frente a eventuales actitudes poco éticas de los miembros de la profesión.
El periodismo como marca y fuente de información veraz y de calidad debe ser potenciado. Es una necesidad social
Fortalecer el periodismo pasa por fortalecer financieramente a las empresas que lo llevan a cabo, lo que significa fortalecer la marca. Estas se han resentido por el cambio al modelo digital. Eso sí, tal cosa debe hacerse con todas las precauciones posibles; esto es, evitando sesgos ideológicos o de cualquier otro signo que alteren la pluralidad informativa y, con ello, la calidad democrática.
Con el mismo planteamiento válido para el periodismo, es conveniente la adhesión voluntaria de las empresas a códigos de buenas prácticas. La responsabilidad social corporativa de las empresas también es clave en este esquema. Mención aparte merecen las empresas de distribución de información residenciadas en terceros países o con conexiones con ellos, máxime cuando su calidad democrática es baja. Tras la experiencia adquirida con la guerra de Ucrania, se precisa de un estudio ponderado a escala europea.
La fortaleza de una cadena queda consignada a su eslabón más débil. Para reforzarla, el periodista profesional ha de disponer de una formación y un bagaje que le distinga sensiblemente del llamado “periodismo cívico”, con objeto de poder acometer un cribado eficaz de información y así convertirse en referencia social.
4. Conclusiones
El siglo XXI es el siglo del pensamiento complejo; poco hay de sencillo, directo o intuitivo en él. La lucha contra la de-sinformación puede arrastrar a las sociedades a la censura, y con ello, como corolario, a que se suprima el pensamiento crítico y se mengüen a la postre libertades y derechos; esto es, todo lo que ha hecho que Occidente sea lo que hoy es. Por tanto, el control de la información no es la piedra angular de la solución. Los costos exceden a los beneficios. La clave está en el interior de la sociedad y pasa por resolver sus problemas efectivos. Estamos en un ámbito cuya centralidad requiere de una ponderación extrema y no admite ni soluciones rápidas ni mágicas. Se deben promover las actitudes deontológicas y colaborativas antes que las restrictivas.
La respuesta, en cualquier caso, debe venir de los Estados, pero también desde la sociedad civil, de entidades independientes, para alcanzar el mayor grado posible de adaptación e implicar cooperativamente al mayor número de democracias occidentales.
El control de la información no es la piedra angular de la solución contra la desinformación
Para ello, necesitamos un periodismo fuerte y de referencias críticas que impidan que perdamos el norte y las esencias. El periodismo, actualmente, adolece de problemas en la formación de su personal, mientras su neutralidad e independencia se han visto cuestionadas como resultado de la feroz competencia desde las redes sociales y de su propia dependencia de la política y de las empresas. A la política también le ha pasado factura la pérdida de referentes. Ambos son pilares insustituibles de nuestras sociedades.
Las sociedades se construyen desde la palabra. Asimismo, el acervo de la civilización occidental son la libertad y la duda. Estos son valores que deben ser protegidos simultáneamente y a cualquier costo. No hay nada más impuro que las impurezas que salen de dentro. Como recuerda el sociólogo Tzvetan Todorov, “la democracia tiene mucho más que temer de las perversiones o desvíos del proyecto democrático que vienen del interior”.
Contenido relacionado:
- Carta a los Lectores: "De la precariedad y la salud mental de los periodistas a los efectos de la IA", por José Francisco Serrano Oceja
- "Ucrania, la guerra de Vietnam periodística para nuestra generación", por Alberto Rojas
- "La guerra contra la prensa y la democracia en América Latina", por Rosental Calmon Alves
- "La derrota de los grandes medios en las elecciones de EE. UU.", por Felipe Sahagún
- "Debilidades y oportunidades del plan de medios del Gobierno", por Isabel Fernández Alonso
- "Prevenir la captura de los medios en Europa: disposiciones de la EMFA sobre la propiedad de los medios y la publicidad estatal", por Adriana Mutu
- "La ignorada amenaza a la sostenibilidad de los medios: la salud mental de los periodistas", por Mar Cabra y Aldara Martitegui
- "La IA y el periodismo: una nueva era de cambios operativos y productivos", por Juan Pablo Mateos Abarca
- "Huecos para el riesgo y la innovación: proyectos periodísticos más allá de la politización editorial", por Emilio Doménech
- "Cómo empezar a trabajar como periodista freelance", por Cristina Puerta