06/07/2022

Desprotección y supervivencia de los corresponsales

Ucrania, la muerte a manos rusas

Press_RSF

Escrito por Mónica G. Prieto

La invasión de Ucrania ha recordado los riesgos inherentes a la cobertura de conflictos armados: periodistas bombardeados, ejecutados, víctimas de explosiones contra sus edificios… El abandono de los medios españoles respecto a la cobertura de guerras, cada vez más delegada en la figura del freelance -a los que se paga poco, mal y tarde, solo por crónica publicada, desatendiendo el resto de los gastos que implica y la responsabilidad sobre la seguridad del informador- contrasta con la inversión de otros medios internacionales. En muchos casos, los medios económicos de los que disponen los periodistas deciden su supervivencia.


MÓNICA G. PRIETO*

Dombás (Ucrania).- Frédéric Leclerc-Imhoff había hecho todo como dictan los manuales no escritos referidos a la seguridad de la cobertura de una guerra. El periodista francés circulaba en una ambulancia blindada, con el chaleco antibalas y el casco, por la ruta que une Severodonetsk-Bajmut, antes llamada la carretera de la vida, dado que sirve de vía de evacuación de civiles atrapados en los últimos reductos ucranianos de la provincia de Lugansk. Acompañaba a los servicios de rescate para sacar a diez civiles cuando el pasado 30 de mayo una salva de proyectiles impactó sobre su posición. La esquirla le produjo un corte en el cuello que le mató en el acto. Las imágenes difundidas por el gobernador de Lugansk, Serguéi Gaidai, mostraban el interior ensangrentado de la ambulancia: sobre el salpicadero yacía su cámara de vídeo.

La ruta en cuestión comenzaba a ser rebautizada como la carretera de la muerte por varios rescatistas y periodistas que nos encontrábamos en la zona por la intensidad del fuego de artillería, en unos días en los que las defensas ucranianas defendían posiciones metro a metro para impedir lo que parece un imparable avance ruso destinado a consumar la ocupación de todo el Dombás. Los rusos, poco amigos de las convenciones internacionales, intensificaban su fuego por tierra y aire.

Pocos días atrás, el corresponsal de RNE Fran Sevilla y quien firma este artículo circulábamos por la misma ruta, una extensión de asfalto socavada por los cráteres de las explosiones y con coches y carros de combate incinerados atravesados o abandonados en los márgenes, cuando el intenso combate artillero nos obligó a echarnos en la cuneta a la altura del pueblo de Berestove. Las esquirlas a nuestro alrededor seguían calientes. El olor a pólvora inundaba el pueblo y las explosiones reventaban casas ante nuestros ojos. Un soldado que se había atrincherado junto a los periodistas contra una marquesina de piedra nos instó a marcharnos ante el deterioro progresivo de la situación. “No pueden avanzar porque es demasiado peligroso, pero tampoco intenten retroceder porque la carretera está siendo batida por la artillería”, alcanzaba a explicar. Finalmente, la decisión, la suerte y la pericia del valiente conductor ucraniano que nos acompañaba nos permitió volver a toda velocidad en una travesía delirante.

No es un caso aislado: todos los periodistas, voluntarios y civiles que han recorrido la carretera albergan experiencias espeluznantemente similares. Como explicaba un activista que huyó a través de la misma vía -65 kilómetros a bordo de su bicicleta con el chaleco antibalas puesto-, “durante los tres meses de guerra en Severodonetsk, cada día pensé que iba a morir; y, sin embargo, fue la huida la que casi me mata”. Y no es solo esa carretera. Esa misma situación se vive en innumerables rutas ucranianas poniendo a los civiles atrapados en el dilema irresoluble entre escapar bajo las bombas o quedarse bajo las bombas.

La muerte de Frédéric embarga de nuevo de luto a la prensa internacional y vuelve a recordar los riesgos inherentes a la cobertura de conflictos armados. Periodistas bombardeados, ejecutados, víctimas de explosiones contra los edificios en los que residían… El conflicto ucraniano se ha cobrado ya al menos 32 vidas de informadores desde el 24 de febrero, ocho de ellos mientras desarrollaban su labor informativa, a pesar de estar correctamente identificados y protegidos, según cifras del Ukraine’s Institute of Mass Information. El riesgo es inherente al conflicto bélico y nada puede impedir un desenlace fatal, aunque resulta llamativo que las cada vez mayores medidas de seguridad de las grandes empresas internacionales de la información no impidan que su personal sufra la peor suerte, como le ocurrió al equipo de Fox TV el 14 de marzo, cuando el cámara Pierre Zakrzewski y la productora Oleksandra Kuvshynova murieron en el acto en un ataque contra su coche, y el corresponsal de la cadena, Benjamin Hall, perdió una pierna y la visión de un ojo. “Me están recomponiendo una mano, un ojo ya no funciona y mi audición está bastante dañada; pero, en general, me siento muy afortunado de estar vivo”, explicó en Twitter.

Los indiscriminados ataques rusos contra objetivos civiles afectan tanto a la población como a los informadores, que, sin embargo, acuden en masa al conflicto bélico más grave que se libra en suelo europeo desde la II Guerra Mundial para documentar los crímenes de guerra. Veteranos y novatos confluyen en un país de fácil acceso para los periodistas occidentales -más de 2.000 se han acreditado ante las autoridades ucranianas desde el principio del conflicto-, donde cruzar las fronteras es sencillo y económico, si bien la cobertura en el interior implica gastos importantes que obligan a los freelances a rebajar sus expectativas de estancia y limitar los escenarios que cubren. La relevancia internacional de esta crisis atrae el interés de la población y también de periodistas curtidos en mil batallas sorprendidos por el inesperado regreso a la Guerra Fría.

“Hacía mucho tiempo, ni siquiera con las llamadas guerras del Golfo, que una guerra tenía una repercusión mundial tan importante, especialmente sobre la economía global. Este conflicto se parece mucho al que cubrí en la antigua Yugoslavia, por lo que está en juego y por la fisonomía de las ciudades, dado que está en la órbita soviética, pero en aquel caso apenas afectaba fuera de sus fronteras. La repercusión de la guerra en Ucrania en términos económicos, políticos e incluso sociales, por la presencia de refugiados, es muchísimo mayor, tiene una escala planetaria. Además, el conflicto reaviva la vieja dialéctica del enfrentamiento este-oeste, que no se vivía desde el siglo pasado”, realza Fran Sevilla, corresponsal de RNE con 40 años de experiencia a sus espaldas.

Fran Sevilla: “Si los vidrios no hubieran estado blindados, nos podría haber costado la vida”

Sevilla sufrió el pasado 26 de abril un ataque con morteros que reventó las lunas del coche alquilado por Radio Nacional. “Si los vidrios no hubieran estado blindados, nos podría haber costado la vida”, explica en referencia a su ayudante local, al fotógrafo brasileño que viajaba con él y a sí mismo. Cuando salieron a documentar los daños, les sorprendió otra salva de proyectiles que les obligó a buscar protección. Otros muchos periodistas han sufrido experiencias similares, comprensibles en zonas de guerra, pero igualmente preocupantes, dado que los medios económicos deciden, en muchos casos, la supervivencia del informador.

Para los periodistas autónomos, Ucrania, como país europeo, presenta determinadas ventajas a la hora de informar. El Estado expide con agilidad acreditaciones que facilitan el trabajo; el servicio nacional de ferrocarriles sigue funcionando, salvo en el conflictivo Dombás, especialmente tras el bombardeo de la estación de tren de Kramatorsk el pasado 5 de mayo, que se cobró casi 60 vidas, y aún funcionan sistemas de transporte económicos como Bolt o de alojamiento como Airbnb, que permite alquilar habitaciones de bajo coste, además de ser un país barato en términos generales. No obstante, la condición de freelance está rodeada de inconvenientes. El acceso a los focos militarmente más complejos, los frentes de guerra, también los más visuales para los fotógrafos, implica complicados permisos que suelen estar reservados para las grandes cadenas internacionales y para equipos que dispongan de vehículos blindados, mientras que la entrada a hospitales militares y, en muchas ocasiones, también civiles e incluso morgues está vetado para los informadores.

“Cuando tienes medios es fácil acceder a lugares de interés, en comparación con otros conflictos mucho más controlados, porque las autoridades suelen dar bastantes facilidades. Permiten cierto acceso a las zonas bombardeadas y, en algunos casos, incluso acompañan a la prensa”, explica Javier Espinosa, enviado especial del diario El Mundo con más de 30 años de experiencia cubriendo guerras. Asimismo, “la prensa local, que funciona muy bien, publica reportajes de grandes periodistas, y eso permite conocer historias que en otros países nunca salían, como ocurría en Siria, Afganistán, Libia o Bosnia. Además, es un país europeo, por lo cual las carreteras son muy transitables, no hablamos del entorno africano en el que no hay apenas asfalto o resulta imposible guiarse, y también existe un tren funcional que facilita que, sobre todo los freelances, puedan viajar a casi todos sitios, así como hay voluntarios que ayudan a la prensa a llegar a lugares poco accesibles. No recuerdo, desde Libia, ningún otro conflicto con ese nivel de facilidades”.

Santi Palacios: “Es infinitamente más sencillo entrar en Ucrania que en cualquier lugar de fuera de Europa”

El fotoperiodista freelance Santi Palacios coincide: “Hablamos de dificultades de acceso en Ucrania, que las hay, pues es una guerra, pero poner el grito en el cielo es exagerado, dado que, en comparación con otros escenarios, es fácil trabajar y, en determinados escenarios ucranianos, es extraordinariamente fácil. Es infinitamente más sencillo que en cualquier lugar de fuera de Europa, empezando porque entramos sin visado y trabajamos con una acreditación militar”. A eso se podría sumar la existencia de cobertura de internet en prácticamente todo el país, con raras excepciones, y la vasta cantidad de canales de redes sociales alimentadas no solo por responsables administrativos, sino también por ciudadanos de todos los puntos de la geografía, que explican la situación en sus localidades y permiten contactar a residentes.

Otros veteranos coinciden en el diagnóstico de Espinosa y Palacios, si bien señalan que se han vivido dos periodos en el conflicto ucraniano. “En los puestos de control militar alejados del frente ya casi no nos paran, la acreditación funciona muy bien, pero al principio se desconfiaba del periodista y de todos los extranjeros. Si antes había 15 o 20 controles en el camino a Bucha y nos paraban en todos, ahora se nos para en solo uno o dos. Se ha relajado el acceso mucho, salvo en las instalaciones militares, que siguen vetadas, y en lugares recién atacados, incluso civiles, donde hay un embargo de tres o cuatro horas hasta que la página de Facebook de la autoridad competente hace un comentario acerca del ataque, cuando se da por levantado el embargo”, reflexiona el responsable de fotografía de Associated Press en España y Portugal, Emilio Morenatti. “Además, hay una gran diferencia en cómo se estaba contando la guerra al principio y ahora, porque ha cambiado la actitud hacia el periodista. El pánico inicial hacia el periodista se ha transformado en comprensión y colaboración, incluso me sorprende que muchos nos agradezcan el trabajo y nos imploren que no nos vayamos, ya que son conscientes de nuestro papel, algo que no he visto en otros lugares como Afganistán”, continúa Morenatti.

Emilio Morenatti: “El pánico inicial hacia el periodista se ha transformado en comprensión y colaboración”

La mayoría de los corresponsales que cubren Ucrania han tenido problemas menores en su cobertura, en su mayoría retenciones de varias horas durante la primera fase del conflicto, en la que la desconfianza se extendía a toda la población, algo que ha cambiado a medida que se alarga la guerra. “Es cierto que al principio era fácil ser tomado por espía por cualquiera en la calle, como le pasó a mi traductor en Odesa; y, sin embargo, ahora los periodistas son identificados de forma sistemática mediante fotos de nuestra acreditación, de nosotros mismos o de nuestros coches, que deben estar centralizadas en algún lugar y gracias a las cuales se nos permite el paso. Además, ahora es imprescindible estar acreditado por el Gobierno ucraniano, cosa que no ocurrió en las primeras semanas”, explica Espinosa.

El sistema se aplica en buena parte de los puestos de control militar y en todos aquellos cercanos a las zonas del frente. Los oficiales a cargo piden las acreditaciones, fotografían las mismas, a sus dueños y al coche y llaman a sus superiores que autorizan o no el paso dependiendo del lugar de destino, en un proceso que apenas lleva unos minutos. Nada que ver con las horas que implicaba aclarar el entuerto en las primeras semanas de la guerra.

“Respecto a países árabes, hay muchísima más organización por parte del Gobierno, lo cual tiene un lado bueno y un lado malo: a veces hay menos acceso, sí, pero al menos no te secuestran”, recuerda el fotoperiodista Manu Brabo, que cubre la guerra para el Wall Street Journal en condiciones económicas muy distintas a las que suele padecer cuando trabaja como freelance. En las primeras semanas de desconcierto, cuando nadie creía que Vladimir Putin osaría invadir Ucrania y las primeras bombas sacudieron el país, la frustración era a menudo proyectada sobre la prensa extranjera. Brabo decidió afeitarse tras ser hostigado por civiles que lo confundieron con un combatiente checheno.

Al fotoperiodista Diego Herrera, que se estrena como fotógrafo de guerra en Ucrania y colabora con agencias como la turca Anadolu, le detuvieron en un puesto de control junto a dos compañeros en Nikolaev. “Sospechaban que fuéramos espías o algo así. Nos cogieron los móviles y nos llevaron en una furgoneta a un colegio en el que estaban alojados. Se quedaron mi coche, incluidas las llaves, y en el camino me esposaron con unas bridas. Estuvieron haciéndonos preguntas, pero, por más que les enseñé mi trabajo, no creían que fuéramos periodistas. Nos cogieron los teléfonos y nos pidieron la contraseña para revisarlos. Después de unas siete horas, nos dijeron que todo estaba bien, pero tuvimos que pasar la noche allí”, aclara. El toque de queda que impera en el país desde el primer día de guerra obliga a circular solo entre determinadas horas y una detención de ese tipo puede implicar quedar varado en medio de la nada durante toda la noche.

Diego Herrera: “No puedo tomarme un día para hacer contactos y conseguir accesos, porque ese día no cobro”

La cobertura ucraniana es radicalmente diferente en el caso del periodista de plantilla al del freelance. “Para mí, supone que todos los días tengo que enviar material para cobrar; si no, no cobro. En mi caso no existe la figura del fixer, ya que conozco el idioma e intento manejar todo, pero no puedo tomarme un día para hacer contactos y conseguir accesos, porque ese día no cobro”, lamenta Herrera.

Las tarifas de los productores locales, personas con contactos en la Administración civil y militar, además de traductores y conseguidores, son elevadas. Es habitual pagar 200 euros diarios, aunque los más cotizados y aquellos que trabajan en zonas de especial riesgo como Kharkiv pueden llegar a pedir 400 euros al día. A eso se suma el gasto del desplazamiento: entre 150 y 250 euros diarios en el caso de contratar a un conductor con vehículo propio que conozca bien las carreteras y controle los puestos de control, los desvíos habilitados tras cada ataque contra infraestructuras y los atajos que permiten llegar a zonas de difícil acceso, un gasto al que hay que sumar la gasolina o el gas, dependiendo del vehículo. Las grandes colas frente a las gasolineras obligan a perder un tiempo vital para el periodista, y las limitaciones a la hora de repostar impuestas por el Gobierno para hacer frente a la carencia de combustible son un quebradero de cabeza. Toda esa inversión, además, no garantiza que el conductor o el fixer se acerquen a la primera línea, dado que el peligro disuade a muchos colaboradores locales. Y a ese presupuesto hay que sumar “comida, seguro, hoteles…, puedes llegar a perder dinero. En mi caso llegué a Ucrania conduciendo mi coche y no necesito conductor, pero se puede decir que en esta guerra soy una excepción. En otra situación, necesariamente tendría que hacer equipo con más periodistas para cubrir todos los gastos”, continúa Herrera. “Empecé a colaborar con medios españoles, pero es cierto que las cuantías que pagan son inferiores a las de medios extranjeros y ahora solo hago colaboraciones puntuales”.

El abandono de los medios españoles respecto a la cobertura de guerras, cada vez más delegada en la figura del freelance -a los que se paga poco, mal y tarde, solo por crónica publicada, desatendiendo el resto de los gastos que implica y la responsabilidad sobre la seguridad personal del informador- contrasta con la inversión de los medios anglosajones. “Las grandes corporaciones mediáticas miden mucho la seguridad por el gran número de bajas del periodismo”, explica Morenatti. “El sistema de trabajo de las agencias ha cambiado mucho, porque la seguridad es una prioridad y eso restringe los movimientos. Una agencia como la nuestra sufre un gran revés cuando uno de sus miembros muere o sufre heridas graves sobre el terreno, y se hace lo posible para que eso no ocurra. Y somos muchos sobre el terreno, así que hay que tener un control muy estricto sobre todos los miembros del equipo”. Eso implica responsables de seguridad que acompañan físicamente a los periodistas, estudian previamente la viabilidad de los desplazamientos y aconsejan o incluso deciden qué se puede y qué no se puede cubrir con seguridad, como les ocurre a Brabo y Morenatti. “Además, antes nos movíamos según los temas que olfateábamos y ahora vamos en equipos de televisión, texto y fotos, y eso ralentiza mucho el trabajo. Añoro las libertades de los freelances, cuya única contrapartida es poder trabajar en los temas que desean, aunque es lamentable que vayan con tan pocos recursos”, incide Morenatti.

Las precauciones de AP o WSJ no se aplican a los medios españoles, que envían a periodistas de plantilla con material de seguridad -casco, chaleco antibalas y botiquín-, pero sin blindados ni asesores de seguridad. En el caso de los freelances, incluso conseguir un chaleco blindado es un problema, dado que la única organización que los cede de forma temporal, Reporteros Sin Fronteras (RSF), carece de suficiente material para todos. En las primeras semanas de guerra, el aumento de la demanda y la falta de medios llevó a muchos informadores a programar sus viajes según la disponibilidad de los equipos. Maribel Izcue y Anna Surinyach, de la Revista 5W, no son freelances, si bien su publicación no dispone del presupuesto que requiere coberturas de este tipo, así que apostaron por una cobertura de tiempo limitado que cubriera cómodamente el reportaje sobre el que trabajaban.

 Maribel Izcue: “No tener recursos económicos hace que las coberturas sean mucho más superficiales”

“Cubrir conflictos es muy caro y hay que limitar el tiempo sobre el terreno por razones económicas. Los recursos lo condicionan todo: el tiempo que se pasa en los sitios, el acceso y también la comprensión, dado que una vez allí es necesario un traductor que cuesta mucho dinero y la labor del fixer es fundamental para acceder al frente”, recalca Izcue. “No tener recursos económicos hace que las coberturas sean mucho más superficiales, no se consigue raspar más allá de la superficie. Y la precariedad implica más riesgo: hay reporteros con muy pocos medios sin el equipo de seguridad necesario. Nosotras no fuimos a Kiev hasta tenerlo asegurado, pero tuvimos que esperar a que RSF lo pusiera a nuestra disposición, y es posible que haya gente que no sepa siquiera que existen estos recursos. Además, hay que conseguir medios también para el traductor”.

“Ser freelance implica cosas buenas y malas, y no me refiero a la precariedad, porque en eso siempre perdemos”, incide Brabo. “Hay que producir todos los días, viajas en coches poco adecuados, duermes en lugares poco seguros e incómodos, comes poco y mal, y todo eso al final termina cansando. Y una cabeza cansada piensa peor. Comer bien, dormir bien y tener un buen coche puede marcar la diferencia entre estar vivo y muerto. Del lado informativo se gana siendo libre e informando a tu manera, pero, al mismo tiempo, uno se juega la vida mucho más”.

A eso se suma el problema de una narrativa maniquea, de buenos y malos, justificada por la realidad -la invasión es injustificable y solo hay un agredido, el pueblo ucraniano, aunque Rusia pueda tener motivos para sentirse ninguneada por Occidente-, que cuestiona el trabajo de los que arriesgan sus vidas por mostrar lo que ven y documentar crímenes de guerra. El Gobierno ucraniano intenta controlar el discurso con un aluvión de medios, blogueros y recursos tecnológicos para impedir la desmoralización de sus tropas y de una población víctima, al precio de silenciar y ocultar en ocasiones el sufrimiento de sus hombres en el campo de batalla, caracterizados como héroes bien cuidados. En lugares como Chernihiv y Kharkiv, no son pocos quienes se quejan de que la mayor parte de la munición y las armas se quedó durante los dos primeros meses en Kiev. No se incide en el abandono, por ejemplo, de los hombres de Azovstal o de tantos uniformados que apenas tienen recursos para defenderse. Asimismo, la facilidad de acceso centra el foco en la víctima del conflicto, la Ucrania invadida, mientras que se desconoce lo que ocurre del otro lado, dado que el Kremlin veta el acceso a periodistas independientes, que se arriesgan a penas de cárcel si informan sobre una guerra que en Rusia es simplemente una operación especial.

Javier Espinosa: “Los rusos no permiten informar de su lado, y del lado ucraniano es difícil saber qué parte de la información no es cierta”

“Los rusos no permiten informar de su lado, salvo en viajes guiados en los que el periodista carece de posibilidades de hacer su trabajo de forma independiente, porque les muestran lo que quieren. La libertad que tenemos en el lado ucraniano no existe en el ruso. Además, es difícil saber qué parte de la información no es cierta del lado ucraniano, que sabe librar muy bien la guerra propagandística, mediante una avalancha de medios, grupos de presión o correos electrónicos con información que no se puede comprobar y que es masiva en comparación con la que se puede recibir de los medios rusos”, explica Espinosa. “¿Qué parte es incierta o exagerada? De momento, no he encontrado grandes mentiras, aunque a veces surgen informaciones que no les gustan y vetan el acceso al lugar en cuestión. Recuerdo una imagen de cadáveres en Kharkiv dispuestos en forma de Z y otra, muy dura, de un cadáver ruso atado a un obstáculo antitanque, tomadas por el fotógrafo brasileño André Liohn. En los dos o tres días siguientes no se pudo acceder a ese lugar. No sé si está relacionado, pero es una curiosa coincidencia. Cuando hay información sensible se restringe el acceso a los sitios, aunque, por el momento, son cosas mínimas en comparación con otros conflictos”.

“El Gobierno ucraniano ha sofisticado mucho el control de la información y me frustra mucho que solo contamos lo que nos permiten ver”, admite Morenatti. “Repetimos las cifras que nos ofrece el Gobierno, porque nos tenemos que fiar, como ocurre con todo empotramiento con el ejército en conflicto. La diferencia de esta guerra con otras es que todo está muy posicionado con la víctima, que es Ucrania. Es inevitable, pues efectivamente es la víctima, pero eso no justifica la falta de verificación. Por ejemplo, las únicas imágenes de los soldados atrapados en la acería de Mariúpol las sacamos todos, pero no se pueden contrastar, ya que no es posible acceder a Azovstal”.

En eso, el Gobierno ha aprendido mucho en los últimos años, desde que en 2014 comenzara la primera fase de este conflicto que ahora amenaza al mundo. “Ahora hay mucho menos acceso que en años anteriores y la información está mucho más controlada, aunque el intento por controlar la narrativa es comprensible. Hay menos acceso al frente que antes, y también entiendo que la situación es muy diferente. En 2014, todo era más caótico y era un conflicto más civil, menos militarizado. Apenas había un ejército del lado ucraniano, más bien eran sobras del soviético. Ahora existe un ejército bien formado y estructurado. Y el nivel de violencia es muy diferente: en 2014, hubo dos batallas muy duras, mientras que ahora el frente está en buena parte del país y es mucho más agresivo”, prosigue Brabo.

Manu Brabo: “Pasa un poco como con la pandemia: quien no lo quiere creer no lo va a creer, cuentes lo que cuentes”

Más frustrante aún resulta la respuesta de las redes sociales al trabajo de los informadores que se juegan el tipo. En un conflicto cubierto por más periodistas que nunca, la opinión pública se posiciona según su sesgo ideológico, no según los hechos sobre el terreno y los crímenes de guerra cometidos. “Con la guerra de Ucrania pasa un poco como con la pandemia: quien no lo quiere creer no lo va a creer, cuentes lo que cuentes. Hoy, en Twitter, alguien me pedía vídeos míos en Ucrania para demostrar que estoy aquí y que mi información es de primera mano. Es decir, quien desinforma y manipula desde España nos pide a quienes estamos sobre el terreno pruebas de que estamos aquí. Da igual lo que contemos, da lo mismo nuestro esfuerzo, no es que no se informe bien, es que hay mucha gente que no quiere ser informada”, argumenta Brabo.

“Es uno de los conflictos más cubiertos de la historia por la cantidad de periodistas que acceden, algo lógico por la relevancia internacional que tiene la invasión de una superpotencia a otro país europeo. Y creo que es importante matizar que, hasta cierto punto, es lógico que en Europa importe más lo que ocurre en nuestro continente, lo cual no implica que los periodistas internacionales no nos tengamos que esforzar en informar de Sudán del Sur para que termine importando”, agrega Santi Palacios, que abunda en el problema. “Está muy cubierto, muy bien cubierto, pero también hay un importante nivel de propaganda del Kremlin y eso me hace incidir en la necesidad de educar en la información. Por ejemplo, cuando publiqué las imágenes de la masacre de Bucha, me entrevistaron muchos medios y la primera pregunta era siempre cómo respondía a las acusaciones rusas de que todo era una teatralización. El bombardeo de propaganda es brutal y la gente debería comprender que las informaciones de ciertos medios internacionales son ciertas, porque tienen un equipo de verificación de noticias y porque la credibilidad es su negocio y son los primeros interesados en corregir cuando se equivocan”.