27/02/2023

Ucrania: la guerra más mediática de la historia

Un lado de la guerra

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Escrito por Mikel Ayestaran

Nunca un conflicto había mantenido durante tantos días el pulso informativo, abriendo periódicos y telediarios. Pero la inmensa mayoría trabaja en un mismo bando y apenas hay cobertura desde el otro lado. A Ucrania ha acudido un ejército de periodistas de todos los países. En un momento de crisis para el sector, de recortes y ajustes, los medios invierten en la cobertura bélica y, con más o menos frecuencia, se mantienen enviados especiales en la zona.


MIKEL AYESTARAN*

Odesa (Ucrania).- Según el balance de la ONU, los primeros nueve meses de guerra en Ucrania dejaron al menos 16.000 civiles muertos, siete millones de refugiados, diez millones de ucranianos sin electricidad y una alerta de la Organización Mundial de la Salud sobre este invierno que supone un “riesgo de muerte” para unos ciudadanos a los que Rusia ha condenado a un invierno helador con sus ataques sistemáticos contra plantas energéticas.

Los ucranianos son los protagonistas de la guerra más mediática de la historia. Nunca un conflicto había mantenido durante tantos días el pulso informativo, abriendo periódicos y telediarios, y eclipsando el resto de los temas de conversación. La guerra en Ucrania ha tomado el relevo de la COVID-19, aunque pasan los meses, el frente se concentra cada vez más en el este del país y corre el riesgo de que le pase como al coronavirus. Entonces pensamos que el mundo cambiaría, que habría un antes y un después tras los millones de muertos, pero ¿alguien se acuerda ahora del dichoso virus? ¿Qué espacio le dedicamos en los medios? Así es el ser humano: tiene la capacidad de olvidar rápidamente y tirar hacia delante. No aprendemos las lecciones, y por eso caemos una y otra vez en los mismos errores.

El Gobierno de Kiev tiene prisa por avanzar todo lo posible en el campo de batalla, porque sabe que el apoyo incondicional de sus aliados tiene fecha de caducidad. Además, sabe que, aunque el país se ha unido como nunca para combatir al invasor, la dependencia del exterior es absoluta, y sin ella no aguantarían este ritmo de batalla ni una semana.

Al lado ucraniano de la guerra, hemos acudido un ejército de periodistas de todos los países del mundo. En un momento de crisis para el sector, de recortes y ajustes, los medios invierten en la cobertura bélica y, con más o menos frecuencia, se mantienen enviados especiales en la zona. Una de las particularidades de esta guerra es que la inmensa mayoría trabajamos en un mismo bando y apenas hay cobertura desde el otro lado. El trabajo en la zona ucraniana se desarrolla con acreditación militar y los accesos a las zonas de combate o recién liberadas llegan desde el Ejército, que es el que controla coberturas y monitorea contenidos. Esto es una guerra y saltarse las normas -que uno se compromete a acatar al solicitar la acreditación- puede suponer perder la tarjeta de prensa y tener que abandonar el país. En la retaguardia hay menos control y uno se puede mover libremente por todo el país para hacer entrevistas y reportajear.

Las listas negras de periodistas cuelgan en las oficinas de Kiev y Moscú

Es una guerra y hay que elegir uno de los bandos para trabajar, porque las listas negras cuelgan en las oficinas de Kiev y Moscú. No se pueden cruzar las líneas. Conocemos lo que ocurre en el frente ucraniano, pero apenas llega información de lo que sucede dentro de las zonas ocupadas por Rusia dentro de Ucrania.

Si los ucranianos son restrictivos a la hora de dar permisos, los rusos lo son mucho más, sobre todo con los extranjeros. Los grandes medios mantienen sus oficinas abiertas en Moscú, si bien no tienen gente desplazada en Donetsk, Lugansk, Crimea, Jersón o Zaporiyia, pues es prácticamente imposible conseguir permisos para ellos y se necesitan meses de espera hasta conocer la decisión. Es imposible planificar un viaje allí o intentar cubrir una noticia de última hora. La forma más habitual de llegar al frente es empotrado en viajes del Ejército y ellos seleccionan a medios y personas afines (incluidos youtubers) cuando se da la ocasión. El otro problema para los periodistas que quieran cubrir este lado es que, si superan el filtro de Moscú y llegan a las zonas ocupadas, pasan inmediatamente a engrosar la “lista negra” de los servicios de inteligencia ucranianos y ya quedan vetados para trabajar al otro lado.

Mención aparte merece el trabajo de Manel Alias, corresponsal de TV3 en Moscú, que ha logrado la acreditación pertinente para desplazarse en dos ocasiones a los territorios anexionados por Rusia. La segunda ocasión coincidió con el referéndum organizado por Vladimir Putin y era el único medio occidental presente. La televisión pública de Cataluña es el único medio que ha logrado ofrecer las dos caras de la guerra con equipos desplazados en ambos frentes. El resto de los medios occidentales solo vemos una parte del conflicto y mostramos el efecto de los bombardeos y de la ocupación de Rusia. No sabemos el impacto que tiene todo el armamento OTAN en las zonas civiles ocupadas por las tropas de Moscú. Alias está seguramente en la lista negra de Ucrania, pero su trabajo tampoco gusta en Rusia, ya que no sigue los patrones de propaganda habituales de los medios pro-Kremlin.

La invasión rusa de Ucrania tiene presencia diaria en nuestros medios, un impacto directo en nuestros bolsillos por la crisis energética y se ha apoderado del debate en redes sociales. Después de siete años largos como corresponsal en Jerusalén, pensaba que lo había escuchado todo en forma de insultos y descalificaciones, pero esta guerra supera por mucho el nivel de insultos recibidos durante mis años en medio del conflicto entre israelíes y palestinos. Desde el 24 de febrero, fecha en la que llegué a Ucrania, un número inusual de cuentas de Twitter con nombres imposibles me acusan de “militarizar el periodismo”, “idiotizar a la opinión pública”, “deshumanizar al enemigo”, “nazi”, “otanista”, “colaboracionista”, “mercenario”, etc. Necesitaría todo el artículo para concluir la lista.

Estamos en una guerra de buenos y malos, de blanco y negro, sin matices, sin grises. Una guerra en la que, si trabajas en el lado ucraniano, eres un nazi y, si trabajas en el ruso, un prorruso. Una guerra de trincheras informativas y discurso único en la que cuesta mucho encontrar análisis a medio y largo plazo. Rusia es el agresor y Ucrania, el agredido. Moscú envió sus tropas a ocupar territorio vecino y son los civiles ucranianos, bajo ocupación o no, quienes pagan las consecuencias de esta decisión política. Son las víctimas y nuestro trabajo es mostrar su sufrimiento.

Es una guerra ciega, con apenas datos oficiales y los que se dan son imposibles de contrastar

Esta es también una guerra ciega, con apenas datos oficiales y los que se dan son imposibles de contrastar de manera independiente. No hay nada más importante que la vida y no sabemos las vidas que se han perdido en uno y otro bando, ni civiles ni uniformados; es un secreto que cada Ministerio de Defensa guarda con celo. Tampoco vemos apenas imágenes de soldados ucranianos muertos, lo que nos llegan son los rusos, tirados muchas veces en el campo de batalla y abandonados por sus compañeros.

No hay conflicto que haya cubierto en el que los sectores más extremistas no salgan beneficiados, y este no es una excepción. Las bombas de Putin han elevado el odio a todo lo que huela a ruso a niveles que antes solo estaban en posesión de los sectores más ultranacionalistas de la sociedad ucraniana. Con el tiempo se podrán reconstruir las ciudades e infraestructuras destrozadas, pero lo que será mucho más complicado de reparar es la relación entre dos pueblos hermanos y condenados a ser vecinos. El problema es que, como en todas las guerras, cuando callen las armas, se apagarán los focos y los periodistas nos iremos, y esa increíble posguerra quedará en el olvido. Lo hemos visto en Afganistán, Siria, Irak, etc. Parecen conflictos de un pasado lejano, si bien muchos de ellos siguen abiertos, pero ya apenas ocupen titulares.