Buena Prensa

28/02/2025

La mariposa electoral batió sus alas

Mapa elecciones americanas

Escrito por Josu Mezo

Las últimas elecciones presidenciales en Estados Unidos han ocupado, como es lógico, muchísimo espacio en nuestros medios de comunicación. En la noche electoral y en los días siguientes, abundaron las informaciones y los artículos de opinión sobre la victoria de Trump: su magnitud, sus explicaciones, su significado y sus implicaciones para el futuro de aquel país y del mundo. Entre tanta información, en algunos casos producida con la emergencia y la incertidumbre de un recuento electoral en marcha, es normal que se deslicen errores e inexactitudes perfectamente disculpables. Pero mi impresión es que, en las crónicas y análisis sobre resultados electorales, y esta vez no fue una excepción, se suelen producir también errores de otro tipo, que un periodista bien informado, conocedor de la realidad concreta del país sobre el que informa, de su historia electoral y su sistema político no debería cometer.

Voy a aprovechar esta ocasión, por tanto, para repasar algunos de esos errores evitables pero frecuentes en las informaciones sobre resultados electorales.

¿Un tsunami?

En los periódicos del jueves 7 de noviembre, podemos encontrar expresiones como que Trump “barrió” a Harris, que hubo un “tsunami republicano”, una victoria “arrolladora”, “abrumadora”, frente a la “debacle” de Harris. Pero, cuando se escribieron las crónicas, el uso de esos términos resultaba ya muy dudoso. Aunque al comienzo de la noche electoral la diferencia en el porcentaje del voto entre Trump y Harris parecía muy amplia, el avance del recuento hizo que esa diferencia fuera menguando, siguiendo un patrón que todo periodista familiarizado con las elecciones en Estados Unidos debería conocer: debido a la diferencia horaria, y a ciertas peculiaridades del sistema de voto (más voto por correo, entre otras cuestiones), los estados del Oeste en general y, en particular, la muy poblada California tienden a contar sus votos mucho más tarde que otros lugares (alargándose incluso semanas). Y esos estados suelen contar con rotundas mayorías demócratas.

Por ello, la ventaja de Trump en el voto popular bajó de un 6% a un 3,5% entre las 05:00 y las 12:00 horas (hora peninsular española), al tiempo que los analistas especializados de los propios medios estadounidenses, con sus modelos de predicción basados en el detalle geográfico de los resultados ya contabilizados, estaban vaticinando ya ese miércoles 6 que en los días siguientes la ventaja de Trump en el voto popular quedaría alrededor del 1,6 al 1,8% de los votos emitidos (cosa que cuando redacto este texto lleva camino de cumplirse, con más del 99% de los votos estimados escrutados, según el New York Times, y una diferencia de 1,6 puntos porcentuales).

Más allá de las peculiaridades del sistema electoral, una victoria en el voto popular por 1,6% o 1,7% del voto no parece que merezca términos como los mencionados al comienzo de esta sección. Así pues, esa diferencia en el voto popular es menor que la que obtuvo Clinton frente a Trump en 2016, aunque perdiera las elecciones. Y es también, de entre las 55 ocasiones en la historia del país en las que el ganador del voto popular sí obtuvo la presidencia, la sexta diferencia más pequeña. En definitiva, puede tal vez disculparse que a las 05:00 o a las 06:00 horas del día 6 un comentarista pudiera pensar que el triunfo de Trump era un tsunami. Que en los periódicos publicados el día siguiente todavía se usara ese tipo de lenguaje es mucho menos defendible.

¿Se equivocaron las encuestas?

En varios de los medios analizados, encontré reproches a las encuestas por no haber sabido prever la clara victoria de Trump. Esta cantinela suele aparecer tras muchas elecciones; a veces, las menos, con razón, y otras muchas, sin ella, por la mala comprensión de lo que las encuestas pueden o no pueden hacer. Para explicar este problema, me gusta utilizar la frase de que las encuestas son maravillosas, pero no son mágicas, que usé para el título de mi anterior contribución a esta sección.

Hubo reproches a las encuestas por no prever la victoria de Trump. Las encuestas son maravillosas, pero no son mágicas

Como expliqué allí y en otras ocasiones, las encuestas solo permiten una estimación aproximada de la opinión pública de un país, o de su intención de voto, por razones matemáticas y por razones sociales. La parte matemática se puede calcular y se expresa en el margen de error que nos dan las fichas técnicas de las encuestas. La parte social conlleva limitaciones adicionales: no es fácil generar muestras puramente aleatorias, no todos los contactados aceptan participar y no todas las respuestas son igualmente veraces. En las encuestas electorales, adicionalmente, los entrevistados nos hablan de su intención de voto en el momento de la encuesta, que puede variar para el día de la votación (tanto sobre votar o abstenerse como sobre a quién votar).

Por todo ello, no sería de extrañar que muchas encuestas electorales tuvieran un error mucho mayor que el que se deriva del puro cálculo probabilístico. En la práctica, sin embargo, no es así. Desde hace unos 15 años, los medios de comunicación hacen promedios de encuestas cuyos resultados suelen ser bastante cercanos a los reales, y no se apartan mucho más, en las estimaciones de votos de los partidos, de lo que sería el típico margen de error, puramente matemático, de ±3% en una encuesta de 1.000 entrevistados.

Ahora bien, un error de hasta ±3% en la estimación de voto de dos partidos o candidatos significa un error de hasta ±6% en la diferencia entre ellos. Por tanto, dado que los promedios de encuestas daban a Harris una ventaja de entre dos puntos (FiveThirtyEight y The Economist), un punto (Silver Bulletin y el New York Times) y 0,1 puntos (RealClearPolitics), los resultados esperables irían desde una victoria de Trump por 5,9 puntos (0,1 - 6) a una victoria de Harris por ocho puntos (2 + 6). Si el resultado final es una victoria de Trump por 1,6 puntos, entra perfectamente dentro de la banda de resultados previsible; y, de hecho, se aparta solo entre 3,6 y 1,6 puntos de los promedios de las encuestas.

En cuanto a los famosos swing states (estados bisagra), esos mismos medios publicaron unas medias favorables a Trump, por muy poco margen (1,5 puntos en promedio), en los estados del sur (Nevada, Arizona, Georgia y Carolina del Norte) y favorables a Harris, por márgenes aún más ajustados (0,8 puntos en promedio), en los del norte (Wisconsin, Michigan y Pensilvania). Como se sabe, Trump acabó ganando en los siete estados, más claramente en el sur (por 3,5 puntos en promedio, con datos casi finales) y más ajustadamente en el norte (por 1,3 puntos en promedio). El error medio de estos agregadores sobre la diferencia de votos en estos siete estados cruciales quedó en unos 2,25 puntos.

 Las diferencias entre las medias de las encuestas y los resultados finales fueron más bien pequeñas

Podemos ver entonces que, tanto a nivel nacional como en los estados clave, las diferencias entre las medias de las encuestas y los resultados finales fueron más bien pequeñas, en la banda baja de lo que esperaríamos en una encuesta solo por motivos puramente probabilísticos, sin tener en cuenta ninguno de los factores sociales que aumentan el error. ¿Por qué entonces el mensaje de muchos comentaristas de que las encuestas se equivocaron? Sospecho que la explicación está, en parte, en lo dicho anteriormente: la fuerza de las primeras impresiones. Que la victoria de Trump fuera clara desde el principio del recuento, que pareciera en algún momento que pudiera ganar por cinco o seis puntos de ventaja, que el deslizamiento de los votos hacia él fuera uniforme en todo el país, que ganara todos los estados péndulo, lleva a una sensación de victoria abrumadora, contundente, muy distinta al “casi empate” que se veía en las encuestas. Pero, realmente, sí hubo un “casi empate” y las encuestas se equivocaron por un margen relativamente pequeño, teniendo en cuenta lo que de forma realista (y no mágica) se puede esperar de ellas.

Quizá algunos lectores piensen entonces que, si debemos dar por “buenas” encuestas que dicen que gana Harris por uno o dos puntos cuando luego gana Trump por algo menos de dos puntos, ¿para qué nos sirven las encuestas electorales? La respuesta tiene varias partes. Por un lado, más allá del resultado global, las encuestas antes y después de las campañas sirven a todos los participantes en el proceso político (políticos, medios, ciudadanos, grupos de interés...) para conocer -con su margen de error- la intención de voto y otros aspectos de las opiniones políticas de los ciudadanos, distinguiendo además entre diferentes subgrupos de la población: por edad, sexo, lugar donde viven, situación económica y otras categorías. Por otro lado, también respecto al resultado global, las encuestas nos dan información valiosa; aunque, como hemos visto, menos precisa de lo que el público lego puede creer.

Unas encuestas que auguran una victoria nacional de Harris por un punto o dos nos anuncian precisamente algo como lo que hemos visto: una estrecha victoria o una estrecha derrota suya. Y nos permiten descartar cosas que en un mundo sin encuestas podríamos tal vez imaginar, llevados por otros indicios, por nuestros propios sesgos ideológicos o por la simple continuidad con resultados electorales anteriores.

De hecho, en un mundo sin encuestas, la fuerza electoral de Trump en 2016 y 2020 hubiera sido una sorpresa aún mucho mayor de lo que fue; el auge, y caída, de nuevos partidos o candidatos en diferentes países (por ejemplo, en España, Ciudadanos, Podemos o Vox) nos pillarían completamente desprevenidos, tratando de leer los augurios en la asistencia a mítines, las redes sociales o las legendarias conversaciones con los taxistas; y tal vez en julio de 2023 hubiéramos creído que era segura la mayoría absoluta para la suma de PP y Vox, por sus éxitos en las elecciones de mayo en autonomías y ayuntamientos. En todos esos casos, y en tantos otros, las sorpresas son solo relativas, porque ya sabíamos por las encuestas la magnitud aproximada de los resultados esperables.

Un pequeño cambio con efectos gigantes

Finalmente, me quiero referir a los comentarios, típicos también de muchos análisis poselectorales, que confunden la magnitud del cambio en el Gobierno derivado de las urnas con la magnitud del cambio electoral propiamente dicho. Me explico. Imagínense que dos grandes empresas de cualquier sector se repartieran las ventas casi completas de una determinada gama de productos en un país, y en cuatro años la empresa A pasase del 51% al 48% del mercado y la empresa B pasase del 47% al 50%. Los ejecutivos de ambas empresas estarían interesados en conocer las causas de esos pequeños movimientos, pero los observadores externos interesados en entender cómo va ese mercado estaríamos de acuerdo en que no ha pasado nada interesante, que predomina la estabilidad y que, en realidad, no hay mucho que explicar. Lo mismo diríamos si el fenómeno en el que ha habido ese pequeño cambio fuera un asunto social más trascendente: gente que fuma o no, parejas que se casan o no, personas que asisten regularmente a oficios religiosos o no lo hacen, empleados que usan el transporte público o el coche privado para ir a su trabajo. Unas pocas personas han cambiado de comportamiento, si bien la inmensa mayoría de la población sigue igual que antes. La continuidad, en principio, no requiere muchas explicaciones.

Debería subrayarse la continuidad más que el cambio, ya que la inmensa mayoría de los votantes de 2020 han repetido su voto

Sin embargo, cuando sucede un cambio de esa magnitud en los comportamientos políticos, como ha sido el caso ahora en Estados Unidos, y ese cambio trae consigo un relevo en el Gobierno, tendemos a ofuscarnos y a olvidar que una elección puede producir un resultado de trascendencia histórica enorme (posiblemente sea así en este caso) a partir de un cambio más bien pequeño del comportamiento de los electores. De hecho, con los resultados casi definitivos, parece que Kamala Harris ha perdido 6,9 millones de votos respecto a los que tuvo Biden; mientras tanto, Trump ha ganado 2,7 millones de votos respecto a 2020, y la abstención ha aumentado en 4,2 millones. Dicho de otra manera, y obviando que, claro, millones de votantes de 2020 han fallecido y hay millones de nuevos votantes jóvenes o nacionalizados desde entonces, los resultados equivalen a que, en términos netos, de los 159,7 millones de votantes totales de 2020, aproximadamente un 4,3% de ellos, votantes demócratas, se hubieran pasado a Trump (1,7%) o a la abstención (2,6%), y el 95,7% restante hubiera repetido su voto. Por ello, las explicaciones de los resultados, en términos de qué ha motivado a los estadounidenses para votar de una manera u otra, deberían subrayar la continuidad más que el cambio, ya que la inmensa mayoría de los votantes de 2020 han repetido su voto este año.

Estas explicaciones subrayando el continuismo seguramente sí las hubiéramos visto si Harris hubiera ganado, aunque fuera de manera tan apretada como la de Biden en 2020. La estrecha victoria de Trump no refleja un electorado esencialmente distinto del de ese escenario; sin embargo, nos cuesta procesarlo y nos inclinamos a buscar grandes explicaciones en importantes fenómenos económicos, sociales, culturales, mediáticos, de gran profundidad, esenciales, para lo que parece ser un cambio radical de opinión de la sociedad, pero que es, en realidad, un espejismo. Es cierto que, claro, algunos grupos sociales han cambiado su voto más que otros, y eso tiene su interés sociológico y político. Pero son cambios marginales. La verdadera historia que contar y explicar sigue siendo que la sociedad de Estados Unidos está dividida casi por mitades iguales entre partidarios y detractores del populismo autoritario de Trump. Lo cual es, desde luego, un fenómeno digno del máximo interés. Aunque ya es menos novedoso que en 2016 y 2020, y menos vistoso -y parece poca cosa para explicar a otros y explicarnos a nosotros mismos-, el origen de un resultado electoral tan trascendente.

Tendemos así a buscar una gran explicación electoral para el huracán que se avecina sobre el Gobierno de Estados Unidos, cuando, realmente, en el electorado apenas ha habido un batido de alas de una mariposa.

 

Pie de foto: Mapa empleado por BBC News Mundo durante el seguimiento de la elecciones estadounidenses

 

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